A estas alturas, seguramente habrá oído un montón de descripciones sobre la cuarta Revolución Industrial. Que si los datos son el nuevo petróleo, que si los robots nos van a quitar el trabajo… Y aunque todas estas afirmaciones tienen su parte de razón, a todas les falta algo: el porqué.
Los datos existen desde hace siglos y el primer robot industrial, el Unimate, empezó a trabajar en las fábricas de General Motors en 1961. Así que toca preguntarse: ¿por qué ahora?, ¿cuál es elemento clave que hace que cosas que existen desde hace décadas estén transformando la industria ahora? La respuesta está en la conectividad y en las personas.
Para mí, la mejor definición de la cuarta revolución industrial es la de la consejera de Desarrollo Económico e Infraestructuras del Gobierno Vasco, Arantxa Tapia. En una reciente entrevista me dijo: "Antes, las revoluciones industriales partían de la industria, y la sociedad se iba adaptando. Pero la cuarta revolución es justo la contraria […]. ¿Qué es lo que hace que ahora sea diferente? La interconectividad, algo que la sociedad ha absorbido mucho más rápido que las empresas y la administración pública". Es decir, que la gente se ha digitalizado mucho antes que el conjunto de la industria.
Lo que hace que esta revolución sea diferente es que la gente se ha digitalizado mucho antes que el conjunto de la industria
Tenía razón. Las grandes tecnológicas como Apple, Facebook, Amazon y Google aprovecharon el poder de internet (y la conectividad que ofrece) para crear servicios para usuarios que la gente adoptó rápidamente. La primera vez que usé WhatsApp allá por 2009 no recuerdo que ninguna empresa lo utilizara como canal de servicio de atención al cliente.
Ahora, lo raro es que no lo usen. Con mayor o menor éxito, se comercializaron dispositivos de consumo masivo como las Google Glass, y aunque la gente de a pie las rechazó, al final resultaron un producto ideal para entornos industriales. Amazon lanzó su algoritmo de recomendación de productos al público antes de que las empresas empezaran a utilizar inteligencia artificial para mejorar sus modelos de negocio.
Poco a poco, la gente se fue acostumbrando a consumir un montón de tecnologías que no solo eran nuevas y baratas (o incluso gratuitas), sino que estaban al alcance de su mano y les hacían la vida más fácil y cómoda. Nadie volvería a sacar un mapa teniendo un smartphone en el bolsillo, igual que nadie volvió a hacer fuego con dos piedras cuando se inventaron los mecheros. Así, mientras la sociedad de la información iba madurando y demandando servicios cada vez más personalizados e inmediatos que les ofrecían las grandes tecnológicas globales, la industria tradicional seguía a lo suyo. Y así hasta hoy.
Ahora, cualquier pequeña fábrica está obligada a entender qué quieren sus compradores y adaptarse a ellos. Pero también está obligada a explorar nuevos canales de venta y de atención al cliente. Ahora, la competencia no solo es feroz, también es global y, para sobrevivir, resulta imprescindible entender las nuevas tecnologías y saber usarlas en beneficio propio. Adaptarse a la cuarta revolución industrial ya no es una cuestión de ventaja competitiva sino de pura supervivencia.
Adaptarse a la cuarta revolución industrial ya no es una cuestión de ventaja competitiva sino de pura supervivencia
Pero volvamos al principio. ¿Son los datos el nuevo petróleo? Lo son. La capacidad de captarlos y analizarlos correctamente permite cosas maravillosas, como entender y predecir los picos de demanda, los gustos y necesidades de cada tipo de cliente. Además, si se combinan con otras tecnologías como la inteligencia artificial, pueden ser capaces de hacer diagnósticos con mayor precisión que un médico, predecir cuándo una infraestructura está a punto de fallar, y conocer las necesidades nutricionales y ambientales de un cultivo en tiempo real.
¿Y los robots? ¿De verdad nos van a quitar el trabajo? Pues también. En la primera revolución industrial, la maquinaria especializada sustituyó el trabajo manual de los segadores porque ahorraba tiempo y dinero. Aunque en su día hubo quejas, ahora nadie pensaría en realizar esas labores a mano, igual que nadie utilizaría esas dos piedras para hacer fuego.
El problema no reside en la capacidad de automatizar tareas repetitivas y poco especializadas, el problema está en que la gente no se adapte a esta nueva realidad, en que los gobiernos no modifiquen los sistemas educativos para centrar la formación en áreas que aporten valor y en que las empresas no reinviertan el dinero que ahorran con la automatización en dedicar a sus trabajadores a otras tareas más humanas.
Todas estas posibilidades ya están siendo explotadas por algunas empresas, lo que obliga al resto de sus sectores a subirse al carro. Las explotaciones agrícolas que no adoptaron la industrialización se quedaron atrás, y lo mismo pasará con las empresas que no aprovechen las ventajas de las nuevas tecnologías y con las personas que no se adapten a las nuevas necesidades laborales. Al fin y al cabo, en todas las casas hay un mechero.