En los últimos cuarenta años se han vivido distintos momentos en los que no se consigue la perfecta confluencia de astros para comprarse una casa. Eso sí, se han producido pequeños momentos en el tiempo en los que adquirir una vivienda era bastante sencillo, igualmente que en otros ha sido imposible.
Antes del boom inmobiliario del 2000, la vivienda tenía una valoración correcta. No era demasiado cara y pese a crisis como la recesión de 1993, el momento de paro y estabilidad del empleo facilitaban la compra. En estos años fallaba la financiación. Los tipos de interés eran altísimos, aunque iban bajando respecto a décadas anteriores. Conseguir un fijo a quince años al 9% era en aquellos tiempos un pedazo de chollo. Lógicamente con tipos de interés tan elevados y con una banca que prácticamente pactaba sus márgenes también resultaba complicado que concedieran el crédito.
Recuerdo en aquellos tiempos lo que costaba convencer al director de la sucursal para que concediera un crédito pese a estar fijo en el trabajo y tener un salario más que aceptable. Los riesgos, al menos con los particulares, se cuidaban muchísimo. Esta mayor precaución y los tipos de interés, aún bastante elevados, suponían un escollo importante, mientras que precio y expectativas laborales jugaban a favor de la compra.
Antes de iniciarse el famoso boom inmobiliario que casi duró una década, hubo un tiempo interesante donde los tipos de interés estaban bajando de forma significativa con la incorporación de España al euro, donde las previsiones laborales eran favorables ¿teniendo en cuenta que esto es España- y todavía no se había producido la multiplicación de precios de la vivienda.
Pero este maravilloso escenario se rompió rápidamente. Si había financiación más barata, si los bancos salían a la calle a otorgar créditos al primero que pasaba y si además estábamos importando mano de obra del extranjero a raudales (fantástico momento del mercado laboral), lo único que podía fallar en la ecuación era el precio. Y así fue. Los precios de los inmuebles se doblaban y triplicaban por arte de magia. Pero aunque los precios a todas luces resultaban irracionales de acuerdo a los salarios, la fuerza de las otras dos variables era tan grande y la flexibilidad del sistema estaba tan a punto que no había problema en pagar mucho más que su verdadero valor.
Tal vez las palabras del ahora denostado ministro Economía, Rodrigo Rato, diciendo que teníamos esos precios porque los españoles podían permitírselo da cuenta de que esa variable se despreciaba a favor de unos españoles que a partir de ahora iban a vivir como centroeuropeos.
Estalló la burbuja inmobiliaria y la tremenda crisis financiera y económica. Entonces se creó otra pequeña islita en donde lo imposible era conseguir un crédito. Los bancos con sus balances llenos de morosidad y ladrillos se dedicaron a hacer otros negocios más seguros y rentables como jugar con tipos de la deuda pública y del precio del dinero. Prácticamente había que ser Rockefeller para conseguir un crédito hipotecario en medio de esa debilidad de una banca que publicaba sus quiebras a diario. Por mucho que se insistía, el grifo del crédito se cerró durante varios años. Imposible, pues, acceder a la vivienda, al mercado inmobiliario.
La situación actual es más normalita. Los bancos se han lanzado a dar créditos, necesitan dar créditos y además con tipos al cero% se conocen las mejores ofertas de préstamos hipotecarios a tipo fijo que jamás se hayan visto. Una hipoteca fija al 2% es un hito histórico, un gran chollo garantizado por mucho que ahora el BCE los tenga a cero o que a diez años estén al 1.45% los de la deuda pública.
No creo que jamás volvamos a tener una oportunidad como ésta. Aunque más cautelosos tras sus elevados datos de morosidad, los banco tienen ganas de hacer negocio, de dar créditos. El BCE les castiga si son pasivos y en un mundo donde el caos de la crisis se quiere salvar con falta de ortodoxia, nadie se va a poner demasiado exigente.
A la magnífica situación de la financiación se suma que los precios de la vivienda han recortado, según dicen firmas de tasación, en torno al 50% los precios. Todo depende de la ciudad, del pueblo, de la zona, pero lo cierto es que estamos por lo general bastante lejos de los altísimos niveles alcanzados en 2008/09. No estamos, pues, comprando un activo caro.
Pero en este infierno español donde siempre falta algo, ahora falla el trabajo. Ha mejorado, pero se está precarizando con más temporalidad, algo muy malo para empeñarse a largo plazo y en bienes de coste elevado. Y el horizonte tampoco se ve muy positivo. En fin, una pena.