Una advertencia previa a la lectura de este artículo: no soy endocrino ni nutricionista. Existen profesionales preparados a los que acudir si necesitas ayuda a la hora de bajar de peso y no deberías saltártelos. Las líneas que siguen son una experiencia personal que puede ser entretenida pero que no puede ser más que eso. Si tienes problemas serios con la alimentación hay muchos sitios en los que pueden ayudarte.
Todo empezó por culpa de mi compañero Javier Lacort y su artículo 30 días con Joylent, de aconsejable lectura. Me fascinó desde el principio la idea de los batidos sustitutivos tipo Soylent Green y la posibilidad de introducirlos en la dieta como una forma radical de romper con hábitos poco saludables.
De hecho, este artículo se escribe dos años exactos después del suyo y, entre medias, una de las cosas que ha cambiado es el nombre del producto a analizar. Él probó Joylent y yo he hecho la prueba con su nuevo nombre, Jimmy Joy. Que, por cierto, era el nombre de un músico de big band de la primera mitad del siglo pasado.
¿Qué diablos es eso del Soylent? Es la pregunta que más me han hecho en la cocina de EL ESPAÑOL mientras me preparaba mi brebaje. La mitad del trabajo era dejar claro que no eran batidos de proteínas para el gimnasio. La otra mitad, explicar que Soylent fue un experimento de nutrición llevado a cabo hace ahora un lustro por el ingeniero de software Rob Rhinehart, que en enero de 2013 compró 35 ingredientes y los mezcló para crear un alimento capaz de cubrir las necesidades básicas del ser humano. Pensaba en la comida como un gasto inútil de tiempo y un problema de ingeniería que resolver. Para ponerle nombre, se llenó de ironía y utilizó el de un producto que aparecía en la mítica película de ficción especulativa Cuando el destino nos alcance, en la que Charlton Heston descubría que quizá se habían pasado con el toque humano a la hora de elaborar el Soylent Green.
El caso es que no sólo Rosa Foods, la empresa que lo comercializó, tuvo éxito, también surgieron varias copias adaptadas a distintos mercados. Jimmy Joy es la versión holandesa, adaptada a estándares europeos. Hay otra versión europea bastante popular, también creada en Holanda, que se llama Jake Food. Y no son las únicas. Está la británica Huel, o la madrileña Satislent, que utiliza entre los ingredientes el famoso gofio canario, así como aceite de oliva.
La diferencia con los batidos tradicionales que se utilizan en dietas y que en España popularizó la antigua Biomanan (hoy Bimanan) es que el objetivo de estas nuevas bebidas no es perder peso, sino reemplazar por completo a la comida. Hay una parte mucho más hipster y filosófica. Crear este tipo de alimentos es, teóricamente, más sostenible y ecológico que la cantidad de desperdicios que genera la comida por sí misma. Sólo necesitas una bolsa de medio kilo para hacer tres comidas. Incluso hay gente que lo utiliza no con propósitos de adelgazamiento, sino de engorde.
Un plan distinto
El experimento que quería hacer yo era ligeramente distinto del de mi compañero. Una de las diferencias es que Javier es y ha sido siempre un tipo delgado. Pasadas las fiestas, yo era un gordaco que ya había atravesado más que de sobra la barrera del sobrepeso. Midiendo casi lo mismo, él pasó de 86 kilos a algo menos de 82 después de un mes entero con el antiguo Joylent como parte de su dieta. Yo empecé con 108 kilos.
Una de las muchas ventajas de ser alto es que mucha gente tiende a considerarte “grande” en lugar de “gordo”. Tienes mucho más margen que alguien más bajito. Pero, incluso así, yo me estaba acercando a ese momento. El estrés de mis primeros meses en un nuevo trabajo había hecho mella en mi estilo de vida y en mi alimentación. Apenas hacía ejercicio. Mi mujer estaba preocupada y no creo que en la promesa de “en la riqueza o en la pobreza” haya ninguna cláusula que te permita convertirte en una mole mientras tu pareja sigue igual o mejor que cuando te casaste. Para colmo, dos buenos amigos me previnieron durante las fiestas de que tenía que hacer algo para revertir la situación. Y, ya puestos, decidí hacerlo de manera que pudiese resultarle interesante a alguien más.
En ningún momento me puse límites tan rígidos como los de Javier. Tenía que ser realista con mis propias normas si quería cumplirlas. Me puse dos excepciones. La primera, un día semanal en el que poder cenar con mi mujer. No hay dieta ni artículo que compense no pasar un rato agradable cenando con mi santa al menos una vez a la semana. Además, como su comida favorita es el sushi, era un capricho de bajo impacto. La segunda salvedad era que tendría que seguir acudiendo a comidas de trabajo, aunque intentando reducirlas en la medida de lo posible durante el mes de prueba.
Quitando todo eso, se acabaron las ricas comidas de los sábados en casa de mi madre. Se acabó la comida rápida, se acabó picar en el trabajo. Nada más que Jimmy Joy, y en cantidades suficientes como para mantenerme en buena forma.
El proceso de pedido fue rápido, y el envío tardó cerca de una semana: pagué 150 euros por 30 bolsas que debían durarme un mes y que distribuí como pude entre los armarios de la cocina; un envase mezclador con una especie de espiral que me ahorra la batidora (tenía que haber pedido otro para la oficina); una cuchara para medir las cantidades (también tenía que haber pedido otra para la oficina), y un propósito: comenzaría el lunes 15 de enero y terminaría el lunes 12 de febrero. Cuatro semanas justas.
El momento de la verdad.
La primera sensación fue interesante. Reconozco que esperaba algo más “batido”, Pero no. Es como el fondillo polvoriento que queda después de acabar un bol de cereales, pero en ingentes cantidades. No me pareció delicioso, pero tampoco desagradable, y terminé cogiéndole el gusto. Cada batido introduce 700 calorías. En teoría, tomando tres al día me mantendría en una ingesta perfecta de mis cantidades diarias recomendadas. Como mi objetivo era adelgazar, lo reduje a dos batidos diarios, acompañados de suplementación de vitaminas y de las ampollas de l-carnitina del Mercadona, que son baratas, se supone que son liporeductores y, lo que es mejor aún, saben a chuche.
El segundo día tuve que tomar una decisión. El sabor del producto es agradable si lo tomas frío, pero no tanto a temperatura ambiente o caliente. En invierno, por las noches, me resulta imposible tomar un batido frío antes de irme a la cama. ¿Respuesta? En función del día, o me iba en ayunas al catre o tomaba una taza de caldo. Del mismo modo, y casi por los mismos motivos, mantuve en mi dieta el primer café de la mañana. Lo que además me sirvió para cambiar muchos almuerzos de trabajo por desayunos.
¿Qué sabores recomiendo? Los favoritos de la gente suelen ser los de vainilla y plátano, y entiendo por qué. Pero reconozco que los de chocolate, fresa y mango me han parecido perfectamente homologables al resto. En concreto, mucha gente arremete fuerte contra los de chocolate, y no están nada mal, especialmente si sustituyes el medio litro de agua del batido por mitad y mitad de agua y leche.
Primera fase
La primera etapa de mi experimentó coincidió con dos semanas sin absolutamente ningún compromiso social a la hora de comer, de manera que pasé muchos días exclusivamente a batidos. ¿Conclusiones?
Efectivamente, quitan el hambre. Fue una de las cosas más sorprendentes que he experimentado. Acostumbrado a que la comida es indispensable, la idea de no comer y no tener hambre es rarísima. Eso no quiere decir que no apetezcan cosas que te gusten, o la experiencia de masticar. Como Javier había alertado sobre eso, empecé a tomar uno o dos chicles al día para mantener la costumbre.
Y además, no sólo sacian, sino que tienes más energía. Supongo que ayuda que las digestiones sean más ligeras.
No empecé el proyecto pensando en que me serviría para volver al gimnasio, pero en realidad ha sido así. El reducir hasta casi la nada el tiempo requerido para comer te permite dedicar el tiempo de la comida a entrenar. Como en mi gimnasio tienen Netflix en las máquinas de cardio y una piscina estupenda, he pasado de ser un simple benefactor de Viding a un cliente como otro cualquiera.
Los desafíos y las debilidades
Eso no quiere decir que no haya habido retos. Una de las diferencias claves a la hora de hacer esto entre un hombre soltero y otro casado con hijos es que yo preparo las cenas de mi familia casi cada noche. Eso quiere decir que esta dieta me impedía hacer dos cosas que se habían vuelto demasiado habituales: picar mientras cocino y cenar muy fuerte. He tenido fuerza de voluntad suficiente para acabar con ambas manías.
Eso no quiere decir que no haya caído en alguna tentación. Recuerdo mucho aquel día que me tomé un trozo frío de San Jacobo que se habían dejado mis hijos y me sentí como un monstruo de feria. Pero salvo un par de patéticas situaciones de este tipo, estoy bastante orgulloso de mi rendimiento en general. Además, acostarme con el estómago más ligero me ha hecho ir más temprano a la cama.
Otra cosa curiosa de todo esto es que, después de comer durante un tiempo a base de Jimmy Joy, cuando me ponía comida normal en la boca me ha resultado demasiado salada.
En esta primera fase el ritmo de adelgazamiento era bastante preocupante. Perdí casi ocho kilos en quince días. Si hubiese seguido la racha, probablemente me habría preocupado, pero encontré suelo y las últimas dos semanas han sido en descenso, pero muchísimo más suave. Tengo la teoría de que los primeros kilos que perdí eran excesos de las fiestas, con una medición realizada al día después de calzarme una Domino´s Pizza. Muy posiblemente, dos de esos kilos del primer día eran retención de líquidos y la cena de la noche anterior.
Curiosamente, las dos semanas en las que menos peso he perdido son aquellas en las que más lo he notado en volumen. Como he empezado a dar clases de Padel una vez a la semana y a jugar al menos otra, y voy al gimnasio todo o que puedo, me gusta pensar en aquello de que el músculo pesa más de la grasa.
Cuando escribo estas líneas lo hago en 99,4 kilos y no tengo intención de parar. Me hice una foto del “antes” y no creo que baje mucho el ritmo hasta que no me sienta cómodo con la del “después”. Aún no es el caso.
De hecho, tengo la firme intención de mantener varios hábitos relacionados con los batidos. El primero de ellos, es que voy a seguir tomándolos siempre que no tenga ningún plan mejor. Son demasiado rápidos, demasiado convenientes, como para no hacerlo. Incluso el esfuerzo de ir a por una ensalada y zampártela a toda prisa en la mesa para encontrar tiempo de ir al gimnasio me parece menos agradable y ventajoso que un chisme de estos.
¿Tengo que tomarme un cachopo pendiente con amigos o una Kevin Bacon de Goiko Grill con amigos? Lo haré, del mismo modo que el otro día probé el pato laqueado del asiático del Palace o las tapas de diseño de Yakitoro. Pero las comidas de apaño se han terminado para mí. El pan como acompañamiento, las porras en el desayuno o el concepto de “bollería” han desaparecido de mi vida para bien, y los batidos sustitutivos han ocupado su lugar. Ahora sólo me queda probar otras marcas y otras variedades. O eso, o volver a engordar