Muchos seguían convencidos de que cuando Donald Trump jurara la presidencia de EEUU se rompería el desencantamiento. Barack Obama era uno de ellos, tal como lo admitió en su última conferencia de prensa. Dijo que está convencido de que Trump cambiará en el Despacho Oval. Pero el discurso inaugural del nuevo presidente no ha sido más que la tautológica ratificación de que Trump es tal como se presentó en la campaña: populista, mesiánico, proteccionista, ultranacionalista y, además, dispuesto a la acción por la acción.
Trump es el personaje más heterodoxo que ha llegado a la Casa Blanca desde el general Eisenhower. No pertenece a las dinastías que dominaron el siglo XX: marcadamente económicas en la primera mitad del siglo y mucho más políticas en la segunda parte. Y eso chirría en un mundo que se ha habituado al consenso y a lo políticamente correcto.
El nuevo presidente no tenía ninguna necesidad de hacerse pasar por otro y por eso en su toma de posesión fue Trump en versión original. Su discurso inaugural eran saldos de la campaña electoral. Lo mismo que se había oído en los mítines que transmitió íntegramente la televisión por cable.
Mesianismo y populismo
Tras un breve saludo donde evidenció su tono mesiánico -"determinaremos el curso de EEUU y el mundo por muchos, muchos, años"-, Trump dedicó un somero agradecimiento a los Obama y en un cambio de ritmo que sorprendió a los asistentes abrió el chorro de su más genuino caudal populista: "La ceremonia de hoy, sin embargo, tiene un significado muy especial porque hoy no estamos simplemente transfiriendo el poder de una Administración a otra o de un partido a otro, sino que estamos transfiriendo el poder de Washington D.C. y devolviéndoselo al pueblo".
Otro rasgo populista de su discurso fue situarse por encima de las instituciones y como único intérprete de la voluntad del pueblo. "Lo que realmente importa -dijo- no es qué partido controla el gobierno, sino que nuestro gobierno está controlado por la gente".
Acto seguido resucitó un clásico de su campaña: el recuerdo de "los olvidados", los perdedores de la globalización, los habitantes de los barrios deprimidos, de los cinturones desindustrializados... "Esta carnicería norteamericana se detiene justo aquí y se detiene ahora mismo", dijo en uno de los pasajes más duros de su alocución que engranó con una serie de proclamas en favor del aislacionismo y el proteccionismo.
"Durante décadas hemos enriquecido a la industria extranjera a expensas de la industria norteamericana; subsidiado a los ejércitos de otros países mientras permitíamos el triste agotamiento de nuestros militares. Hemos defendido las fronteras de otros países mientras rehusábamos defender la nuestra… La riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada de los hogares y redistribuida por todo el mundo".
"Compra EEUU y contrata EEUU"
Bajo el eslógan de que "la protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza", Trump lanzó su nuevo evangelio: "Seguiremos dos simples reglas: compra EEUU y contrata EEUU".
Por último, tras anunciar que pretende reforzar viejas alianzas (pocos días después de haber criticado a la OTAN), lanzó su grito personal de guerra: "Erradicaremos el terrorismo islámico de la faz de la Tierra".
En al menos dos ocasiones, Trump lanzó exhortaciones concretas a la acción por la acción que podrían recordar a los movimiento políticos radicales de la década de 1920 y 1930, comunismo y fascismo, así como otros "ismos" menos políticos, pero igualmente importantes, como el futurismo del poeta fascista Marinetti, que dieron respaldo intelectual y cultural a corrientes políticas totalitarias. Estos llamamientos no habían tenido el mismo eco en sus discursos de campaña, entre otras razones porque Trump no disponía de los enormes recursos de poder que ahora tiene a su alcance.
Merece la pena detenerse a considerar una de las frases del final de su discurso: "Nunca seréis ignorados de nuevo". Ese es el resumen de la promesa populista de Trump, la oferta de un líder protector que defenderá a capa y espada a sus "olvidados".