De pronto, en muy pocos días, los mismos políticos que hace nada se denostaban han pasado a ser grandes negociadores. Y es que pactar está bien visto. Las 43 medidas presentadas por el PSOE parecen un eco de los 29 puntos ofrecidos por Ciudadanos. Es verdad que hay tópicos donde la discrepancia está asegurada (alguna medida en el área energética, en la laboral, en la banca, ciertos impuestos o el Ingreso Mínimo Vital), pero nada parece insuperable. De hecho, todas son susceptibles de una modulación adicional si se decide llevarlas a la práctica.
La sintonía económica entre Jordi Sevilla y Luis Garicano es excepcional. Los dos expertos llevan tiempo hablando. Por eso, el espíritu del texto rezuma disposición al acuerdo, lo cual les permite a ambos ocupar el centro del tablero político. Un ejemplo que llega a ser tonto: si había que encontrar un punto medio entre el contrato único de Ciudadanos y los cinco tipos que dejó el Gobierno del PP en el verano de 2013, tres era una cifra casi salomónica. Propuesta del PSOE: tres tipos de contratos.
Pero tanto el PSOE como Ciudadanos saben que todo lo que pacten en la mesa de negociaciones también tiene que ser aceptable para un tercer actor invitado cuya identidad aún se desconoce: el PP o Podemos y sus respectivas abstenciones.
Jugar sin balón
Que negociar se ha transformado en un activo valorado por los españoles lo confirma la reacción de Pablo Iglesias al conocer el contenido de la propuesta socialista. Pese a que ella no hace mención alguna al famoso referéndum que fijó como línea roja, a Iglesias le gustó. “Nos alegra que el PSOE se inspire en nuestras propuestas”, dijo, y añadió que esto “va a hacer que sea muy sencillo” ponerse de acuerdo.
El líder de Podemos hace de la necesidad virtud y, como los buenos deportistas, ha decidido jugar pese a que no tenga el balón para que no le acusen de hacer la pinza con el PP. Lo mismo ha tenido que hacer Rajoy que ha aceptado reunirse con Sánchez.
Las coincidencias entre los programas electorales del PSOE, Ciudadanos y Podemos ya eran importantes. El economista Juan Rubio-Ramírez analizó los programas fiscales de todos los partidos antes de las elecciones para el blog Nada es Gratis y su veredicto fue que los tres coincidían en aumentar la presión fiscal, aunque por razones distintas. Los dos primeros para equilibrar las cuentas públicas y el último para financiar su gasto social. Sólo el PP proponía una bajada de impuestos, pero no indicaba cómo pensaba cubrir la brecha fiscal que se generaría, es decir, negaba la existencia de un problema estructural en la economía española.
La coherencia de Podemos
Lo más significativo de ese estudio es que los programas fiscales de PSOE y Ciudadanos coincidían aún muchísimo más, pero para mal, según Rubio-Ramírez. Los dos admitían la necesidad de elevar la presión fiscal, pero luego sus medidas no eran coherentes con ello. “No entiendo cómo alguien puede reconocer que hay déficit estructural y luego hacer una propuesta fiscal que no aumenta claramente los ingresos de las Administraciones Públicas”, explicaba el autor. “Son como un niño que quiere ir al cine y ver una película en el sofá de casa al mismo tiempo”.
Por contra, la coherencia del programa fiscal de Podemos, supervisado por el economista Nacho Álvarez, fue absoluta. Apostaron por una elevación del gasto social y una fuerte subida de impuestos y eliminación de deducciones para costearlo. “Debe avalarse su valentía al reconocer que necesitan aumentar la presión fiscal para financiar su proyecto”, decía Rubio-Ramírez. Claro que nada se dijo de los efectos que esa nueva carga tributaria tendría sobre el crecimiento económico, cuestión con la que ya experimentó Rajoy en 2012.
La herencia
Ayer también se vio en Albert Rivera un déjà vu. El líder de Ciudadanos respaldó la idea socialista de pedir a la UE una flexibilización de la senda de reducción del déficit. Bruselas ha advertido que los Presupuestos de 2016 tienen un desfase de 10.000 millones. Y el déficit de 2015 va a ser mayor de lo esperado. Así que el discurso oficial ya está en el horno, basculando sobre “el agujero que ha dejado el PP en el Presupuesto”.
Se cumplirá así una vieja tradición fiscal española. En 2004, Solbes desplazó parte de su gasto al último ejercicio de Aznar y le chafó el equilibrio presupuestario que pensaba exhibir éste. En 2011, Montoro le transfirió varias décimas a Zapatero y empeoró unos números que ya eran muy malos. Ahora, todo indica que a Montoro le van a prescribir de su propio recetario.