¿Cómo somos los profesionales de Recursos Humanos? Y, sobre todo, ¿cómo deberíamos ser? A veces es bueno reflexionar sobre nuestra función y su sentido en el ámbito de la organización para la que trabajamos, sea esta privada o pública. Una reflexión enfocada al objetivo práctico de ayudarnos a ser cada día mejores en nuestra profesión al servicio del propósito corporativo. Con ese fin, aquí van los diez imprescindibles:
1.- Pasión por las personas. Tenemos la fortuna de trabajar con el material más valioso y delicado que existe, las personas. Esta es la grandeza y a la vez el reto de nuestra profesión, cuyos problemas, al término de la jornada, no siempre quedan en la oficina. Sean cuales sean las circunstancias, es irrenunciable considerar a las personas en toda su dignidad, siempre como un fin y nunca como un medio.
Estoy convencido de que nuestra misión consiste en acompañar a cada empleado en su realización personal y profesional a través del trabajo en nuestra institución.
2.- Cultura de servicio. Estamos para servir, ejercemos un liderazgo de servicio hacia quienes trabajan para el cliente final o ciudadano. Promovemos una cultura de servicio basada en los valores y el propósito, porque la identidad de nuestra organización no es sino el conjunto de las decisiones que cada día toman cientos, quizá miles, de empleados conforme a unos valores y al servicio de un propósito. Generamos condiciones de bienestar dentro de una organización servicial y saludable.
3.- Mejorar la sociedad. Por encima de todo, trabajamos para hacer que nuestro mundo sea un lugar mejor cada día, para nosotros y para nuestras familias. Nuestra empresa no resultará verdaderamente rentable si no colabora con la mejora de las condiciones sociales, económicas y ecológicas de la comunidad sobre la que opera. De un modo directo, si somos públicos, o indirecto, si somos privados, todos estamos llamados a generar valor social.
4.- Constructores de un puzle. Garantizamos que nuestra organización cuente con los perfiles profesionales que en cada momento necesita. Reclutamiento, movilidad, evaluación, plan de carrera, reskilling… todo para que el empleado desarrolle su potencial y contribuya a que el equipo funcione ¡cada pieza debe encajar en el lugar correcto!
Esta vertiente de nuestra profesión es esencial, innegociable. Hemos de ser tan sólidos en la gestión como en el cambio cultural: la gestión sin cultura no transforma; la cultura sin gestión se vuelve humo. Hemos de conocer el negocio, empaparnos de sus objetivos y circunstancias, porque la dotación de los perfiles adecuados siempre debe ser trabajo en colaboración con el área que los requiere. Y hemos de manejar cifras, indicadores que permitan el seguimiento de las políticas y midan productividad y rendimiento. No olvidemos que nuestra obligación es producir para que la organización produzca.
5.- Excelencia, siempre; y experiencia, claro. Nos esforzamos por dar lo mejor de nosotros mismos y también para que las personas a las que dirigimos e inspiramos tiendan a dar su mejor versión. Buena parte de la excelencia se compone de experiencia, porque aquí –desde una huelga a un reconocimiento por años de servicio–, sin duda, lo vivido cuenta. Lo nuestro, más que una profesión es un oficio.
6.- Libertad para crear. La creatividad es parte fundamental de nuestra función, porque las soluciones en esta área no suelen venir en el manual de instrucciones. No renunciamos a la insondable fuerza de la escucha –de directivos, sindicatos, operarios, clientes finales o negocio– ni a la inspiración de un silencio, una mirada o una frase. En esa fuente reside nuestra capacidad de innovar, de buscar soluciones donde antes sólo había problemas. Esa intuición que nos mueve a navegar siempre más allá.
7.- Adaptación constante. "Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, porque las nuevas aguas corren siempre sobre ti". A veces tengo la sensación de estar ejerciendo sobre ese río imprevisible y turbulento a que se refería Heráclito de Éfeso. Sabemos nadar bien en esas aguas, porque somos inquietos y siempre estamos abiertos a lo nuevo. Cultivamos la versatilidad para generar valor bajo diversas fórmulas en entornos que varían. Lo único que permanece es nuestra capacidad de adaptación. Y nos empeñamos en transmitirla a la organización y a la plantilla.
8.- Comunicación, la gran habilidad. Comunicamos con lo que decimos y lo que callamos, y, sobre todo, con lo que hacemos y somos. Comunicamos cuando dirigimos y cuando convencemos, cuando negociamos recursos y establecemos alianzas, cuando involucramos e incluso cuando escuchamos. Comunicar es el presupuesto habilitante de las restantes soft skills. Formarnos en comunicación, una obligación que no caduca.
9.- Abiertos a las tecnologías. Nos apasiona adelantarnos al futuro y nos tortura quedarnos desfasados. Planificamos sobre la base de las tendencias que están por llegar, queremos aprovechar el horizonte de posibilidades que abre la digitalización y la inteligencia artificial y adelantarnos a los perfiles necesarios. Una tecnología humanista, que no altera el lugar protagonista que en nuestra misión está reservado a las personas.
10.- Labradores de talento. El talento es la clave de nuestra función: identificarlo, atraerlo, reclutarlo, integrarlo, impulsarlo y mantenerlo con nosotros. ¿Qué imagen puede hablar de nuestra vocación? Plantamos sobre terreno preparado, que regamos y enriquecemos con la diversidad de edades, mentalidades, formaciones, y acentos. Al compás de las estaciones, el talento a veces se agosta un tanto, a veces florece, pero siempre cumple al servicio del propósito. Calladamente, con paciencia, labramos, cuidamos y esperamos.
En conclusión, somos los responsables de aportar a nuestras organizaciones su principal activo, las personas, y de acompañar a éstas en su viaje para que puedan desarrollarse personal y profesionalmente dentro de una cultura saludable y con impacto social positivo, que les permita encontrar su mejor versión ¿somos conscientes de nuestro papel protagonista? ¿Lo es la organización?
Con independencia de cómo respondamos a estas preguntas, lo cierto es que, a mi juicio, para cumplir con esta función debemos ser curiosos, creativos e inquietos, comunicar con eficacia, buscar la excelencia y estar abiertos al cambio y a las tecnologías que nos cambian. Y, sobre todo, ser labradores de talento, la joya de la corona de nuestras organizaciones.
**Antonio Sánchez Díaz es director general de planificación de RR.HH, Madrid Talento, del Ayuntamiento de Madrid, y miembro de la junta directiva de la Asociación española de Directores de Recursos Humanos (AEDRH).