Si todo el mundo se afana por hablar de la inteligencia artificial como la gran revolución tecnológica de nuestra época, otros más aventureros, visionarios u osados (según se prefiera) están poniendo sus miradas en la computación cuántica. Aunque esta tendencia haya saltado recientemente a la primera plana mediática, lo cierto es que debemos buscar sus antecedentes hace ya más de 30 años.
Un tal Richard Feynman fue quien planteó los principios de la mecánica y la electrodinámica cuántica que, a la postre, darían vida a los ordenadores cuánticos que hoy nos ocupan. Unos sistemas capaces de incorporar los distintos estados de los fotones o electrones dentro de un mismo dispositivo. Principios como la superposición (esto es, cuando dos cúbits presentan los dos valores de forma simultánea, multiplicando su capacidad de procesamiento) y entrelazamiento (de modo que dos o más cúbits estén conectados entre sí) se han vuelto populares.
"La computación cuántica nos dará el poder de llevar a cabo cálculos mucho mayores", explicaba en entrevista con DISRUPTORES Ignacio Cirac, considerado el padre mismo de la computación cuántica y eterno candidato al premio Nobel. "Muchos de los casos de uso de los supercomputadores actuales serán también los de los computadores cuánticos: ciencia, materiales, biomedicina... Pero también otros relacionados con la optimización o el análisis de grandes volúmenes de datos".
La promesa es evidente: estos sistemas cuánticos permitirán abordar temas complejos que hasta ahora eran imposibles de resolver. Por ejemplo, podremos hacer simulaciones más rápidas y precisas de nuevos materiales o medicamentos, de cientos de años a apenas horas. También, veremos ordenadores que podrán ellos solos analizar el riesgo de sus clientes en milésimas de segundo. Muchas compañías ya visualizan esas ventajas. Por ejemplo, Juan Antonio Relaño, CIO de Bosch, nos contaba recientemente que esta tecnología será la gran revolución para el sector industrial en los próximos cursos. Y gobiernos de todo el mundo se han metido de lleno en una carrera por dominar este escenario: el último, Alemania, que ha inaugurado el computador cuántico más ambicioso de Europa con 400 cúbits de potencia y en la nube.
Las previsiones de mercado sustentan este interés por estos menesteres: Fortune Business Insights estima que el mercado global de computación cuántica alcanzará los 12.690 millones de dólares para 2032, con una tasa de crecimiento anual compuesta del 34,8% desde este año. A su vez, Grand View Research pronostica que el mercado de computación cuántica crecerá a un 26,37% entre 2023 y 2028, y generará unos 17.340 millones de dólares en ese periodo. Y MarketsandMarkets valora este negocio en 899 millones de dólares al cierre de 2023.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Una máxima de cualquier analista es comprobar si los inversores, los que se juegan el dinero, apuestan del mismo modo por una tendencia concreta. Y los parqués no parecen estar tan convencidos del futuro inmediato de la computación cuántica.
A principios del mes, uno de los colosos de esta industria D-Wave recibió una notificación de la Bolsa de Nueva York por incumplir los mínimos de cotización durante 30 días consecutivos. Otro de los contendientes, Rigetti Computing, cotiza en mínimos desde finales de julio y recibió un aviso similar del Nasdaq. Algunos medios, como The Register, anticipaban una caída del 50% en la financiación de capital riesgo en torno a esta tecnología.
De los tres grandes de la computación cuántica, sólo IBM se salva de la quema. Es cierto que los inversores suelen arrimarse al calor que más aprieta, y ese es actualmente la inteligencia artificial. También es verdad que todavía no hay casos de uso probados en torno a esta tecnología a gran escala. Y que la propia computación cuántica apenas está consiguiendo en los últimos cursos superar sus limitaciones para poder ser realmente aplicable. Una cuestión de tiempos, pero que obliga a repensar y reevaluar las apuestas sobre la mesa en estas lides.