El 'comité de quejas' que habitualmente se activa en cuanto se conocen los premios Nobel ha lanzado esta curiosa advertencia. El galardón de Física y de Química de 2024 se ha concedido a investigadores que han destacado por dar una aplicación científica revolucionaria a la inteligencia artificial. Y no tanto, como era tradicional, a resultados concretos, teorías, descubrimientos empíricos o ideas puras. La ciencia clásica, vamos.
¡¡Despierten a los haters!! ¡¡Esto era ciencia informática, no física ni química!! Y tal vez no hayan enfocado mal del todo. De los cinco científicos galardonados en Física y Química, sólo uno, el bioquímico de la Universidad de Washington David Baker, trabaja específica y únicamente en el campo en el que ha sido reconocido.
En los últimos años, los expertos en tecnología han advertido de la amenaza que supone la inteligencia artificial para la especie humana. Los modelos de IA pueden escribir y hablar como nosotros, dibujar o pintar como nosotros. También aplastarnos jugando al ajedrez. Expresan un inquietante simulacro de creatividad, sobre todo en lo que respecta a la verdad.
El martes, el Premio Nobel de Física fue otorgado a dos científicos que ayudaron a las computadoras a "aprender" como lo hace el cerebro humano. Un día después, el de Química fue otorgado a tres investigadores por usar IA para inventar nuevas proteínas y revelar la estructura de las existentes, un problema que dejó perplejos a los biólogos durante décadas, pero que la IA parece que puede resolver en minutos.
No hay duda. Todos ellos fueron logros sobresalientes y humanos. Pero los Nobel subrayaron una perspectiva rupturista y, para algunos, inquietante: de ahora en adelante, tal vez los científicos simplemente fabriquen las herramientas que hacen los avances, en lugar de hacer ellos mismos el trabajo o ayudar a entender cómo se produjo. La inteligencia artificial diseña y construye catedrales moleculares de una complejidad y belleza comparables a las de Notre Dame. Pero el reconocimiento mundial llegará por inventar… la pala.
La ciencia siempre ha implicado el uso de herramientas e instrumentos. Y la relación con ellos se ha vuelto más compleja a medida que se han ido sofisticando. Aquí lanzo, queridos socios del Nanoclub, otra obviedad: pocos astrónomos miran ya al cielo o, incluso, ponen un ojo en un telescopio.
Los sensores en la Tierra y en el espacio “observan”, recopilando enormes cantidades de datos; los programas informáticos los analizan en busca de patrones familiares y extraños; y un equipo de investigadores los escudriña, a veces desde el otro lado del mundo. Los cielos son píxeles en un monitor. ¿Quién es dueño del descubrimiento? ¿Dónde termina la maquinaria y dónde empieza el ser humano?
En todo caso, al destacar el papel de la IA en la ciencia, el Comité Nobel subrayó el anacronismo en el que se ha convertido su reconocimiento. Los premios concebidos por Alfred Nobel en 1895 recompensaban una cierta visión romántica de la ciencia: el genio solitario (normalmente masculino) que planta banderas en los continentes de la Física, la Química y la Medicina.
Pero los problemas actuales del mundo, desde el cambio climático y la inseguridad alimentaria hasta el cáncer y la extinción, no respetan esos límites. Son raros los biólogos o químicos puros; cada vez son más comunes los geoquímicos, los paleogenómicos, los teóricos de la evolución computacional y los astrobiólogos.
La IA está desdibujando aún más estas divisiones. No es descabellado pensar que la mayor contribución de la tecnología acabe siendo la conexión de las bases de datos de disciplinas hasta ahora dispares, desde la cristalografía hasta la neurociencia, para forjar colaboraciones nuevas e inesperadas entre científicos.
La ciencia es cada vez más un esfuerzo de equipo, una hermosa realidad que los Nobel, con sus estrictas reglas y categorías, no pueden celebrar como corresponde. Los estatutos de la Fundación establecen que no pueden compartir premio más de tres personas cuando, a veces, el reconocimiento debería ser a más de mil.
Si el Comité Nobel ahora está recompensando las contribuciones de la IA, ¿no debería reconocer también a los investigadores de cuyos resultados aprendió? Para resolver el problema de la estructura de las proteínas, AlphaFold, la IA que llevó al premio de Química de este año, fue entrenada en un banco de datos que encapsula el trabajo de más de 30.000 biólogos.
Ningún humano puede existir solo, y nuestras máquinas no pueden, al menos no todavía. Lo que hacen con su tiempo refleja las decisiones que tomamos nosotros.
Lo que descubren con él es una destilación de lo que nosotros mismos hemos aprendido, o esperamos aprender. La IA somos nosotros: una gran muestra de humanidad, una suma de piezas mejor que la que hasta ahora hemos logrado ensamblar cada uno por su cuenta. Y eso merece más premios y menos haters.