Esta semana conocíamos que el Tribunal Supremo anulaba el criterio de Hacienda para la deducción fiscal por innovación tecnológica en el Impuesto de Sociedades. Una medida sensata y coherente en tanto que viene a dejar constancia de algo evidente: no es de recibo que una inversión por la I+D+I, que ha recibido el visto bueno de los expertos del Ministerio de Ciencia, sea luego perjudicada fiscalmente por una decisión arbitraria de unos burócratas de los impuestos.
Es cierto que hay mucho debate en torno a esta figura de las deducciones fiscales por I+D+I. Hay quienes apelan a que es una vía para que grandes fortunas y corporaciones paguen menos impuestos a final de año.
Y es totalmente cierto. Pero nada más lejos de ser algo negativo: el hecho de que se promueva una apuesta directa, desde el propio sector privado, por la innovación debería ser motivo de orgullo y alabanza.
Debería serlo porque es el único camino para construir una economía sostenible y sólida de cara al futuro. Porque crea un incentivo para la transferencia de conocimiento en nuestro país. Porque genera oportunidades y los empleos de calidad que tanto necesitamos.
En definitiva, porque esta política va más que alineada con la visión y propósitos que (la inmensa mayoría de) los españoles defendemos para España.
Es por ello que resulta tan complicado de entender que se le quieran poner piedras al carro en un instrumento tan probado y exitoso a escala global. Que dos entes de un mismo gobierno pugnen por una cuestión así resulta vergonzoso y máxime si se compara con la estrategia de otros muchos lugares del planeta.
Da la casualidad de que esta semana, desde Dubái, ciudad levantada en pleno desierto, oía un comentario completamente opuesto a la situación vivida en nuestro país. Conocía de cerca los proyectos de digitalización del sector público en este emirato cuando le pregunté a uno de sus responsables sobre cómo se coordinaban estos esfuerzos en un país tan complejo administrativamente como éste.
"En algunos proyectos hemos llegado a estar 22 agencias y organismos involucrados, pero todos compartimos una misma visión y seguimos a un mismo líder. Sabemos que este es el camino a seguir para ser más eficientes y ofrecer mejores servicios a los ciudadanos. Y eso es fundamental para garantizar nuestro futuro", contestaba.
Más allá de las diferencias del régimen político de un lugar y otro, deberíamos sacar algunas lecciones para corregir la distopía española en estas lides. La primera, que la complejidad administrativa no debería ser excusa para no emprender aventuras decididas en la carrera por la innovación.
La segunda, que se necesita una visión clara, y no vaivenes de estrategias y planes anunciados a bombo y platillo que caen en el olvido a los pocos meses. En tecer lugar, que es imperativo contar con un liderazgo claro en estos menesteres, y no con ministros que no llegan a cumplir un año al frente de una cartera clave como es la digital.
Convertir la distopía en utopía es posible, como vemos en Dubái, en Noruega o hemos visto ya en Singapur, Taiwán o Estonia. Está en nuestras manos y en la voluntad política hacerlo.