El ataque al primer ministro eslovaco Robert Fico, tiroteado a sangre fría y en plena calle por un ultranacionalista prorruso, ha despertado a Europa del sopor con el que afrontaba las elecciones al Parlamento Europeo. Tras el ataque a Fico, ex comunista, protagonista de la Revolución de Terciopelo y luego pokemizado con pinceladas de pensamiento ultranacionalista, no sólo se habla del miedo a una oleada de violencia política, sino del riesgo de que el inflamado clima de polarización erosione la democracia europea irremediablemente.
Está por ver si el intento de magnicidio hace girar las estrategias políticas de la campaña por las europeas en España. Los ciudadanos deberíamos exigir que así fuera. Pero no lo parece. Los partidos políticos no han sacado a España de sus pobres y habituales debates, que poco tienen que ver con las incertidumbres que sacuden al mundo. Lamentablemente, la lectura más recurrente, una vez tengamos los resultados en la mano, seguirá siendo si Pedro Sánchez ha superado su particular plebiscito. Y si Núñez Feijoó logra un escaño más para cantar victoria.
En España se habla poco de cambio climático, de economía, de seguridad o de inmigración, cuando somos países frontera y Europa sigue en guerra. Pero todavía se habla menos de ciencia y de investigación, cuando la respuesta a los grandes retos globales depende en gran medida del éxito que tenga la enorme inversión prevista en el Programa Marco de Investigación e Innovación de la Unión Europea, que ocupa el tercer lugar en importancia en el presupuesto total comunitario.
Hace más de veinte años, la Unión estableció el ambicioso objetivo de hacer la transición hacia una sociedad basada en el conocimiento, comprometiéndose a destinar el 3% de su PIB (a nivel nacional y de la UE) a investigación. Este objetivo sigue sin alcanzarse, lo que coloca a la UE detrás de sus principales competidores globales como Estados Unidos y China, algo que también impacta directa o indirectamente en la calidad de la educación superior para los 18 millones de estudiantes de educación terciaria de Europa.
Cierto es que la ciencia y los científicos europeos andan igual de desorientados que el resto ante los antivacunas, el populismo, la negación del cambio climático o las políticas migratorias restrictivas, que impactan en la libre circulación de investigadores o de estudiantes. ¡Qué habría sido de Europa sin Galileo y su Academia de los linces! Ellos se enfrentaron al geocentrismo y a un ejército de herejes que, para no perder la razón, se negaban incluso a mirar al cielo. Era su particular y ovina manera de mirar hacia otro lado, una actitud muy extendida hoy entre quienes se apunta a esto de: mejor no preguntar, no vaya ser que…
A este panorama de Europa en shock sumamos la frialdad y la rapidez con la que nos hemos olvidado del impacto que el Brexit ha tenido en la intensa y fructífera colaboración de los científicos británicos con el resto del mundo académico.
Cuando hace un par de años la revista Nature preguntó a casi 1.000 investigadores del Reino Unido, el 83% de los encuestados se mostró a favor de la permanencia y pesimista respecto al impacto de la separación sobre el nivel de la ciencia en el país que alumbró a Newton, Darwin o Tim Berners-Lee, inventor del World Wide Web. No sólo por el importantísimo recorte de fondos provenientes de programas europeos (Boris Johnson mintió cuando prometió compensarlos o, incluso, superarlos).
La Federación Europea de Academias de Ciencias y Humanidades acaba de alumbrar una carta titulada “El futuro de Europa depende de una ciencia y una educación sólidas, abiertas libres”, en la que se recuerda el esfuerzo que realizan los científicos por mantener el carácter abierto y de colaboración internacional de sus investigaciones, algo debería considerarse vital para las relaciones internacionales. Incluso más allá del estricto ámbito académico.
La Unión Europea y sus países miembros deberían proteger los principios de libertad académica, la autonomía institucional académica y el intercambio internacional abierto de personas e información.
El matemático español Jesús María Sanz Serna, como presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, se ha sumado a esta. La Ciencia y la Innovación, dicen sus promotores, son esenciales para la libertad y la resiliencia de la Unión Europea, la competititividad de su economía en el mundo, la prosperidad y el bienestar social. Algo que muchas veces damos por sentado, pero que desde el Nanoclub de Levi de Disruptores no nos cansaremos de subrayar.
El debate no es baladí. Un cambio en el equilibrio de fuerzas en el Parlamento europeo puede afectar directamente a un aspecto esencial como es la libertad de la ciencia y la investigación, así como la autonomía de las instituciones científicas. Sin esto, todavía será más difícil exigir la inclusión obligatoria de la evidencia científica en todas las políticas públicas.
Los desafíos que enfrentamos -como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la migración internacional, la seguridad alimentaria y la transición energética, por nombrar sólo algunos- son tan complejos y urgentes que no pueden abordarse eficazmente sin la ciencia y un diálogo de confianza entre ciencia, política, sociedad civil y economía. Lo contrario sería hacernos un galileo.