Una semana más, toca centrar esta Serendipia en torno a algo que de inusitado y sorprendente tiene poco: la inteligencia artificial. Desde octubre del año pasado parecemos anclados en este monotema, repitiendo patrones que bien podrían ser automatizados en virtud de un chatbot capaz de recitar una y otra vez las bondades y retos pendientes para el devenir de esta tecnología.
Sin embargo, esta semana hablar de inteligencia artificial es más que pertinente, por una larga ristra de motivos diferentes. Entre ellos, la aprobación en el Parlamento Europeo del Reglamento sobre IA, con el que el Viejo Continente se sitúa a la cabeza del globo a la hora de regular los posibles riesgos asociados al uso de esta innovación. O a cuenta del DES 2023, celebrado en Málaga, donde se trató de aportar una dosis de realismo ante tanta expectativa y tamaños temores, infundados o sobredimensionados en su mayoría.
Siguiendo con esta aproximación pragmática al tema del momento, no podemos pasar por alto el 'paper' recién publicado por los investigadores Benjamin Schneider (Oslo y Oxford) y Hillary Vipond (London School of Economics). Su trabajo traza una visión histórica sobre las disrupciones de los modelos de trabajo en el pasado, con el propósito de usar ese contexto para aterrizar mejor los posibles escenarios futuros que nos deparen la automatización y la inteligencia artificial.
Su conclusión es simple, sencilla y dura: hemos dibujado una imagen demasiado optimista acerca de los impactos que esta tecnología va a ocasionar en el mercado laboral. Y no, no se refiere a que vaya a haber una destrucción de empleo masiva, sino a que muchas adaptaciones e inconvenientes de este proceso de cambio han sido claramente minusvalorados.
"Los libros más populares sobre el tema suelen abrir con una historia breve y estilizada del cambio tecnológico, demasiado optimista. Pero la narrativa moldea la comprensión del pasado y las expectativas del futuro", explican los autores en el documento. "El olvido de experiencias pasadas de cambios tecnológicos hace que hayamos sostenido creencias falsas durante mucho tiempo, como que la adopción de la IA será ampliamente aceptada, que el desempleo será un riesgo imaginado, que el camino técnico es claro o que las nuevas tecnologías desplazarán rápidamente a las antiguas".
En otras palabras: la llegada de la inteligencia artificial puede llegar a tener muchas consecuencias, algunas de ellas negativas, sobre las que no hemos profundizado. Y sin ese nivel de detalle es imposible crear política o regulación alguna que cubra realmente las necesidades de la sociedad y la economía al respecto. E incluso, en el lado positivo de la vida, tampoco podremos aprovechar sus capacidades al máximo sin aprender sobre los errores del pasado.
Por lo pronto, reconocen los investigadores, no sabemos siquiera el calado o el carácter transformador de la inteligencia artificial. Una carencia de base que condiciona ya de por sí cualquier debate a continuación. "Tendremos que analizar si esta supuesta tecnología de reemplazo cognitivo de la Cuarta Revolución Industrial va a tener implicaciones similares a las macroinvenciones que reemplazaron al músculo y la destreza humanas durante la I Revolución Industrial o, por el contrario, más ligadas que los microinventos recientes que son el foco de la mayoría de investigación y desarrollo", detallan.
El progreso, sea tecnológico o de cualquier otra índole, se construye sobre los hombros de gigantes. Aprender de la historia es un elemento obligado para la construcción de la sabiduría compartida que nos permite sentar cátedra y avanzar en línea recta, sin reinventar la rueda cada diez minutos. Y sin tropezarnos con la misma piedra en más de una ocasión. ¿Conseguiremos incorporar la visión histórica al debate sobre la inteligencia artificial o seguiremos por el camino de la fe ciega o el temor infundado?