El papel de la cultura en los procesos de desarrollo es una idea que hoy en día está plenamente aceptada por todos los organismos globales. Desde la Carta Iberoamericana de la Cultura de la OEI hasta la declaración de la UNESCO de Hangzhou de 2013, pasando por los documentos de la OCDE sobre cultura y desarrollo local o los numerosos documentos de la Comisión Europea desde el Green Paper - Unlocking the potential of cultural and creative industries, en 2010, constatan y ratifican esta idea.
Este consenso global, sin embargo, es menos preciso cuando se trata de concretar las trayectorias de cambio de esta conexión. Hoy el estado de la cuestión desde el punto de vista científico corrobora la relación causal entre la dimensión de los sectores culturales de un territorio y su renta per cápita o la productividad de su sistema económico.
En estos momentos se empieza a desentrañar esta caja negra entre cultura y creatividad y variables sociales y económicas, como puede comprobarse de manera evidente en la herramienta SIC CRED (Societal Impacts of Culture and Creativity. European Regional Dashboard), desarrollada por el proyecto H2020 MESOC, que mediante técnicas de machine learning es capaz de estimar, de manera individualizada y para cada una de las regiones europeas, el impacto que tendría un incremento de las personas ocupadas en los sectores culturales y creativos en 11 variables sociales y económicas como la renta per cápita o la cohesión social.
Los distintos modelos incluyen variables para explicar estas causalidades y naturalmente incorporan algunas relacionadas con la innovación. De manera muy sucinta podemos señalar que la cultura y la creatividad afectan a la innovación a través de múltiples mecanismos.
Partiendo del más sencillo, podemos decir que una parte de la producción cultural es ya de por sí directamente innovación que se incorpora a los procesos productivos como el diseño, los servicios de arquitectura, la producción audiovisual o la comunicación en general, generando valor añadido.
El segundo peldaño de la conexión, desde la perspectiva de la oferta, se da cuando las técnicas de creación de los sectores culturales se utilizan para generar innovaciones en otros sectores que van desde la industria del automóvil a las energías renovables. Un buen ejemplo de esta ensambladura la tenemos en las numerosas experiencias de la consultora Conexiones Improbables o Hibridalab en Gasteiz, que utilizan a las actividades culturales como catalizadores de procesos de innovación.
Pero las conexiones se pueden establecer también por la vía de la demanda y vamos comprobando que aquellos territorios que tienen más gente trabajando en los sectores culturales y creativos son más propensos a adoptar propuestas innovadoras, ya sean de productos de mercado, pero también innovaciones sociales, institucionales o políticas, ya que la gente en contacto con la cultura y la creatividad es más propensa que la media de la población a aceptar y a adoptar innovaciones.
Pero también hay otros estudios que confirman que el capital cultural tiene un efecto multiplicador sobre el capital humano, generando mayores impactos sobre los procesos de crecimiento y mejora de la productividad. Sí, nos hace falta talento humano, pero ese talento tiene que estar conectado al territorio –y esto sólo lo posibilita la cultura- para aplicarse a los atributos simbólicos materiales de dichos espacios geográficos.
Alguien que no conoce la riqueza gastronómica o patrimonial de una ciudad o una comarca, por muy Premio Nobel que sea, no será nunca capaz de descubrir innovadoras oportunidades de negocio que se pueden generar con esos recursos y que tendrían notables efectos arrastre hacia adelante y hacia atrás, en ese territorio.
Tampoco hay que olvidar que las prácticas artísticas están habituadas a los procesos innovadores y, por tanto, un caldo cultural denso es realmente el substrato básico de la innovación de un determinado espacio.
Parece evidente que entramos en una nueva fase donde las acciones colectivas orientadas a los sectores culturales y creativos dejan de ser cosméticas respecto a la dimensión económica y social y devienen en estratégicas. Una gran responsabilidad no solo para el sistema político, sino también para el ecosistema cultural.
*** Pau Rausell es director de Econcult. Universitat de València.