Son varias las voces que últimamente están haciéndose esta pregunta, ¿qué ha pasado con blockchain? Probablemente el disruptivo lanzamiento de ChatGPT – así como de otras herramientas de inteligencia artificial generativa – tenga mucho que ver con la reducción de notoriedad de esta tecnología, de la que todo el mundo hablaba hace unos meses.
A esto se suma el hecho de que a finales del año pasado y debido a la quiebra del principal exchange de criptomonedas FTX, se empezó a cuestionar el futuro no sólo de estos activos digitales, sino también de la tecnología que las hacía posibles.
Pero nada más lejos de la realidad. Blockchain es una tecnología probada con éxito, para la que existen casos de uso reales y viables que están ya en funcionamiento.
Se albergan pocas dudas de que está llamada a ser una de la grandes tecnologías de la nueva economía digital, por cuanto será clave para aportar autenticidad y trazabilidad a lo que en ella ocurra. Permitiéndonos por tanto, transmitir “valor” de forma digital.
Pero empecemos por el principio, ¿qué es blockchain? Blockchain es en términos generales, una tecnología que permite la creación de un ecosistema de información - o gran base de datos digital – que se almacena de forma descentralizada, a modo de registro público y distribuido de transacciones.
Y esto, que parece muy simple, cambiará para siempre la forma en la que gestionamos la información en el mundo digital. Por un lado, porque facilitará transferir datos de una manera segura y transparente. Por otro, porque nos permitirá legitimar una transacción sin la necesidad de un tercero de confianza o intermediario.
Su origen se sitúa en 1982 cuando David Chaum ideó una tecnología basada en sistemas descentralizados, similar a una cadena de bloques. Su funcionamiento es similar a un gran libro de cuentas en el que cada registro o transacción – llamado “bloque”- es validado por varios “mineros” antes de su inscripción. Una vez registrado, distintos “nodos” o participantes, mantendrán copia del libro. Y cualquier transacción adicional relacionada con el mismo bloque, se almacenará ligada a la anterior, en una larga cadena. De ahí su nombre.
Este funcionamiento en bloques define las tres principales características de esta tecnología. Se trata de un sistema descentralizado ya que no es una única autoridad la que registra o gobierna la base de datos. Es trazable, ya que las transacciones se mantienen ligadas de forma auditable en la misma cadena. Y es incorruptible porque para hacer cualquier cambio en las anotaciones, tendríamos que revertir todas las copias existentes en cada uno de los nodos.
Y son estas características las que se transforman en grandes beneficios para el mundo corporativo e institucional al dotar de autenticidad a una operación sin intermediarios, con el subsiguiente ahorro de tiempo y costes. Europa lo tiene claro, y está convirtiendo al blockchain en una prioridad estratégica, estimándose que en 2023 se podrían alcanzar los 4.900 millones de dólares de inversión. [Nota del editor: se refiere a un estudio desactualizado de IDC de 2019 sobre la inversión -pública y mayoritariamente privada- destinada a blockchain este curso]
¿Y cuáles son sus principales casos de uso? Aunque el primer uso comercial de esta tecnología fue efectivamente la creación de la primera criptomoneda (bitcoin), sus casos de uso se han ido ampliando. Desde un punto de negocio, podríamos destacar tres usos.
El primero, relativo al mundo de servicios financieros, donde blockchain permite realizar transacciones económicas de manera rápida y segura frente a fraudes y manipulaciones. El uso comercial más conocido es el de las criptodivisas, aunque se está extendiendo también al mundo de los pagos o la emisión de bonos, convirtiéndose éste en un primer paso para un posible mercado secundario de valores tokenizados.
El segundo uso, es lo que se denomina “blockchain corporativo”, donde las empresas lo utilizan para validar y almacenar copia de documentos o información en un ecosistema compartido con sus clientes o proveedores. En este entorno, surgen los “smart contracts” o “contratos inteligentes”, que son programas informáticos diseñados para ejecutarse automáticamente a medida que se van cumpliendo las cláusulas del mismo.
Su valor crece en importancia dependiendo del sector, destacando por ejemplo su gran utilidad en la logística o cadena de suministro. Sector en el que blockchain resuelve problemas históricos derivados del abuso de papel y la dificultad para trazar las mercancías en su tránsito global.
Y, finalmente, un tercer uso de blockchain, sería el dela tokenización de activos, operación por la que activos reales (título inmobiliario, datos de una persona, programa de fidelización de clientes, etc) se transforman en activos digitales. Destacando en este campo, el desarrollo de la identidad digital en la que está trabajando Europa, para crear un wallet con los atributos fundamentales de una persona que permita su actividad digital con total seguridad.
Usos a los que hay que añadir aplicaciones del blockchain más innovadoras si cabe, en convergencia con otras tecnologías emergentes. Estamos hablando por ejemplo de la web 3.0, dónde gracias a esta tecnología el consumidor tendrá un mayor control sobre sus datos. O el desarrollo de una inteligencia artificial de confianza, dónde el blockchain garantizará una mayor trazabilidad de los pasos seguidos en sus algoritmos, dotándole de una mayor transparencia y explicabilidad.
En definitiva, la adopción de blockchain avanza, aunque afronta retos importantes – sobre todo de escalabilidad y rendimiento, sostenibilidad e interoperatividad– en los que se está trabajando para que se convierta en una realidad cotidiana en un futuro próximo. No obstante, no hay duda de que tendrá un papel clave en la actual transformación tecnológica que vivimos y nos ayudará a crear una sociedad más abierta, conectada y transparente para los ciudadanos.
*** Rita Estévez Luaña es consejera independiente y ejecutiva.