Disponemos ya de pistas suficientes para concluir, sin caer en la exageración, que existe una fiebre mundial por el reciclaje de baterías eléctricas. De hecho, Bloomberg pronosticaba hace poco que se nos viene encima una auténtica “ola” de nuevas factorías para la resurrección de materiales a partir de la chatarra.
Esto debería ser una gran noticia para la industria de la automoción. Pero también para la humanidad, dado que reciclar las baterías al final de su vida útil debe ser piedra angular de la transición eléctrica. Sin embargo, esta carrera por un negocio que todavía no lo es esconde un nuevo y gigantesco problema: no hay suficiente oferta de desechos para alimentar la creciente voracidad de los recicladores.
Transformar la morralla del coche eléctrico en productos básicos para impulsar la revolución de la automoción es algo en lo que ya está invirtiendo, por ejemplo, Glencore Plc, gigante entre los gigantes mundiales de la compraventa y producción de materias primas y de alimentos básicos como el trigo, la cebada, el girasol o el maíz.
Glencore fue fundada, entre otros, por el polémico Marc Rich, un tiburón financiero nacionalizado español y fugado a Suiza para evitar ser juzgado en EEUU por evasión fiscal y saltarse el embargo comercial con Irán. Falleció en Madrid en 2013. El relato autorizado de su vida lo firma Daniel Ammann en el más que interesante 'El rey del petróleo' (Mr Ediciones, 2011), donde se narran algunas de sus operaciones confesables en la Libia del déspota Gadafi, la Sudáfrica segregacionista o la Nicaragua sandinista.
Por cierto, un empresario vasco, Daniel Maté, es dueño del 3% de Glencore y es el personaje más desconocido de quienes habitan el Olimpo de los megaricos españoles, según Forbes. Para los medios de comunicación, la figura de Maté, uno de los fundadores de Glencore a mediados de los 90, es un fantasma de quien apenas circula una imagen. En 2011, cuando la compañía salió a Bolsa, sólo su participación accionarial se estimaba en 2.400 millones de dólares.
Se calcula que la división minera de Glencore controla hoy en día el 50 % del mercado mundial del cobre, el 60 % del zinc; el 38 % de alúmina (óxido de aluminio, fundamental para arcillas y esmaltes); el 28 % de carbón para centrales térmicas y el 45 % de plomo. Con la guerra de Ucrania, la escalada de precios de las materias primas, desde el petróleo al gas, pasando por el maíz o el cobre, Glencore ha disparado su beneficio en los seis primeros meses del año hasta llegar a los 12.085 millones de euros (1.277 en el ejercicio anterior).
El mercado de los recursos naturales en el que se mueven ésta y otras empresas casi desconocidas aprovecha la opacidad, la falta de regulación y el enorme espacio ingobernado de las aguas internacionales. Esto se relata extraordinariamente en 'El mundo está en venta, la cara oculta del negocio de las materias primas', una excelente investigación de los periodistas Javier Blas y Jack Farchy. Comprar barato y vender caro es su único principio.
Glencore es uno de los actores principales del negocio incipiente del reciclado. El pasado mes de mayo anunciaba su alianza estratégica con Li-Cycle Holdings Corp. (NYSE: LICY), un reciclador de baterías de iones de litio establecido en el Norte de América. Pero, además, Glencore va a construir junto a Britishvolt la planta más grande de Reino Unido para reciclar baterías de litio, con una inversión de 3.500 millones de dólares.
Parte del acuerdo comercial, estimado en 200 millones de dólares, incluía la adquisición de “masa negra” para las instalaciones de Li-Cycle Spoke. La masa negra se va a convertir en poco tiempo en un concepto bastante popular. Es el polvo que resulta de la primera fase del tratamiento mecánico (desmontaje y triturado) de las baterías. Contiene altas cantidades de los metales clave utilizados para producir materiales activos catódicos (los llamados CAM): litio, níquel, cobalto y manganeso.
Estos materiales críticos pueden extraerse de la masa negra y reutilizarse en la producción de nuevas baterías o nuevos productos o aplicaciones. Son la materia prima de un nuevo concepto de refinería hidrometalúrgica.
Apenas un mes después del anuncio de Glencore se supo que otro grupo de enorme relevancia, Basf, va a construir una planta de masa negra de reciclaje de baterías en Schwarzheide, Alemania, donde ya dispone de un centro de producción y reciclaje de CAM. En esa misma ubicación, Basf y la china CATL, que es líder en fabricación de baterías y controla el 30% del mercado, ubicarán otra factoría para la recuperación y reciclado.
Por el momento, la mayor planta europea está situada y funcionando en Fredriktad, Noruega, bajo la denominación de Hydrovolt, que es la suma de Northvolt e Hydro. Dispone de una capacidad de 12.000 toneladas de baterías al año, lo que significaría tratar unas 25.000 baterías. Pero espera tener el doble de capacidad en 2025 y alcanzar las 300.000 en 2030.
Con estos y otros proyectos, la capacidad global de reciclaje de baterías aumentará casi 10 veces entre 2021 y 2025, y se espera que supere el suministro de chatarra disponible, según la consultora Circular Energy Storage. Y, sin ella, no existe modelo de negocio posible.
Los primeros modelos de vehículos eléctricos que se esperan en los depósitos de reciclado llegarán bien entrada la década actual. Incluso existe un inconveniente adicional, como son los compradores de baterías usadas, dispuestos a darle una segunda vida en aplicaciones no tan exigentes como las de los vehículos. Con todo ello, parece claro que habrá un decalaje importante entre oferta y demanda. Y, como en casi todo, China ha tomado la delantera y controla el 80% del mercado, por delante de Japón y Corea.
Nos encontramos ante el enésimo caso en la historia que demuestra cómo los materiales son los grandes facilitadores y la clave de las grandes transformaciones tecnológicas. Históricamente, mirando mucho más atrás que los nanomateriales de los que tanto hablamos en el NANOClub de Levi, la base de prácticamente todas las innovaciones ha sido precedida y ha sido posible gracias a los descubrimientos en materiales.
Podemos identificar fácilmente grandes civilizaciones en función de su capacidad para descubrir y luego aprovechar materiales avanzados. El acero de Damasco fue un facilitador clave en las primeras guerras. El acero moderno estuvo en el corazón de la revolución industrial y, por supuesto, el silicio, que trajo consigo la informática y las comunicaciones, revolucionando casi todos los rincones de nuestra sociedad.
Los materiales han sido la base sobre la que se ha construido la sociedad. Hacen que nuestras vidas sean más seguras, más eficientes y más enriquecedoras. Y esto continuará en los siglos venideros. El país que tuvo la ventaja de ser el primero en actuar en materiales también tuvo la ventaja de ser el primero en actuar en la siguiente revolución tecnológica.
Sobre los nanomateriales, ya hemos dicho en el Nanoclub que tocan todos los sectores industriales y están alterando la competencia entre industrias y entre naciones. Es una industria joven, es cierto, que aún se está desarrollando y muestra algunas dificultades en tres áreas clave: diseño de precisión para obtener el rendimiento deseado; el escalado, conservando sus características y la rentabilidad. Tres llaves que abren la puerta a un paraíso en el que la automoción, ahora eléctrica, busca de nuevo su espacio.