John Perry Barlow, hablando sobre la economía de las ideas, me dijo: "Si tú tuvieras ahora un diamante grande, sería muy valioso. Pero si todo el mundo sobre la tierra también tuviera un diamante grande como el tuyo, en ese caso, tu diamante ya no tendría ningún valor. Es lo contrario de lo que ocurre con una idea, que cuanto más se comparte, más valor tiene"
Así que la economía capitalista actual mide el valor no de las ideas, sino como si todo fueran cosas, objetos, otorgándoles mayor o menor valor del mismo modo que a los diamantes a los que se refiere Barlow.
Con este tipo de economía basada en nivel del gradiente de valor según la escasez es como ha estado funcionando el mundo. Si hay menos oferta de algo, su precio sube de forma casi automática y si la oferta se acerca a cero, el precio –que no el valor– es impulsado en dirección contraria. Es una economía basada en la escasez física, en principios como aquel con el que se valoran los diamantes.
Es tan fuerte este principio que en ámbitos como el de lo digital –un mundo en que cualquier conjunto de bits se puede duplicar infinitamente sin coste–, pensado con la citada forma de gradiente de valor, se necesita crear una escasez ilusoria, por ejemplo, como con los Token No Fungibles (NFT) del descerebrado nuevo mercado artístico de los NFT, en el que un registro de tecnología blockchain 'garantiza' que ese NFT en concreto es único. Por más que lo veamos replicado en infinitas copias en internet.
Con esta fe en lo escaso se especula hasta conseguir un enorme precio, y eso es tan fuerte que algunos han pagado enormes sumas por algo digital, cuya naturaleza es contraria a esa falsa escasez con la que se especula que, por cierto, es ontológicamente falsa. Hasta ese punto hemos llegado.
¿Porque estoy hablando de escasez ahora mismo? Pues porque hace pocos días el presidente francés, Emmanuel Macron, ha decretado formalmente con rictus de máxima preocupación que en su país se ha iniciado el "fin de la abundancia". Se adentra en una época de escasez. Y no solo a Francia sino que esto afecta en mayor o menor medida a todo el mundo actual en que vivimos.
De sus palabras se puede deducir que estábamos desde hace tiempo viviendo una 'abundancia' ilusoria. En sus propias palabras: "Vivimos el fin de lo que podía parecer una triple abundancia: la de la liquidez (monetaria) sin coste...; la de productos y tecnologías que parecían perpetuamente disponibles... y el fin de la abundancia de tierras, materias primas y del agua".
No se si esta 'abundancia' ilusoria en que hemos vivido como ignorantes, nosotros y nuestra economía, lo es tanto como las de los NFT de los que hablaba, pero sí está relacionada con el mismo tipo de escasez que, según el citado Barlow, explica el alto valor de un diamante grande.
Por explicarlo en términos económicos algo menos abstractos, Macron se refería con ello a que, ahora mismo, estamos al final de un ciclo económico en el que los precios de la energía, los recursos naturales, las materias primas y los bajos tipos de interés impulsaban un fuerte crecimiento, marco y paradigma fundamental de nuestro 'progreso económico' (que no sé si social).
Macron suena demoledor
Según Macron, eso se acaba. Suena demoledor y es una advertencia seria sobre que debemos acostumbrarnos a vivir en unas sociedades y un mundo donde la escasez sea lo normal y no la excepción. Augura el fin del consumir por consumir.
El aviso a navegantes de Macron dicho a sus ministros, ante las cámaras y, por lo tanto, dirigiéndose a todos los franceses, se concentró literalmente en una serie de lúgubres frases: "El momento que estamos viviendo y que nuestros compatriotas viven con nosotros, puede parecer estructurado por una serie de crisis, cada una más grave que la anterior. Y es posible, que tal vez estemos continuamente destinados a participar en la gestión de crisis y emergencias. Creo que lo que estamos viviendo es más bien un gran giro, un gran cambio. En primer lugar, porque estamos experimentando, no solo este año o este verano, el fin de lo que parecía la abundancia". No parece un mensaje electoralista, precisamente.
El preocupante aviso para liderar un cambio de rumbo en Francia y, por extensión, en Europa, tiene como fondo la aceleración del cambio climático. Así que para enfrentarse a este fin de la 'abundancia' parece que es la "sobriedad energética" a nivel nacional el nuevo marco que va a guiar al Gobierno de Macron.
Y en esa dirección ha empezado a fijar objetivos. Para empezar, una reducción del consumo energético de Francia en un 10% en los próximos dos años respecto a los niveles de 2019.
Esto no es algo que acaba de aparecer en nuestro horizonte histórico concreto. Dicho en palabras publicadas hace pocos días por Jorge Riechmann, profesor de Filosofía de la UAM y codirector de posgrados en Humanidades ecológicas MHESTE y DESEEEA, en un texto muy contundente: "La mayor parte de lo que hemos llamado progreso y desarrollo a lo largo de los dos últimos siglos se debe a la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles y a la inconcebible sobreabundancia energética que estos proporcionaron (que ya se acaba y no es sustituible)...Ya no cabe seguir pensando en una buena transición a una sociedad industrial sustentable que pudiera, por ejemplo, conservar (no digamos ya ampliar) los enormes consumos de energía del capitalismo actual en los países centrales del sistema... y eso apunta, claro, a la necesidad de cambio sistémico".
Macron no solo ha hablado del fin de esa 'abundancia' ilusoria en que parecíamos vivir. También sobre que vivíamos en una despreocupación colectiva, casi sin enterarnos, y añadió: "Estamos en el fin, para quien la tuviese, de una forma (colectiva) de despreocupación. Hace seis meses la guerra regresó en Europa (...). Del mismo modo, la crisis climática, con todas sus consecuencias, está aquí. Y a eso se añade el riesgo cibernético".
Es decir, los ciudadanos vivíamos en una genérica 'abundancia' (que nos parecía lo normal) y en una inocente despreocupación casi autista que insistíamos en ignorar auto-engañándonos.
¿Y lo hacían también nuestras empresas, que son las que crean los puestos de trabajo? ¿Las empresas y sus gestores vivían también imbuidos de esa misma 'despreocupación' propia de un ámbito de abundancia que está desapareciendo? Tal vez. Pero si fuera así, esto va a cambiar rotundamente. Veamos.
El segundo Fin de la Abundancia y el primero de la despreocupación
Este 'fin de la abundancia' no es el primero. Ya hace cinco décadas un incipiente Club de Roma, publicó un informe de gran impacto redactado por un equipo liderado por Donella Meadows que aún sigue actualizándose.
En dicho informe se constataba la llegada de una crisis económica y de recursos naturales, combinada con la primera comprobación con datos de los límites planetarios en lo económico, los recursos naturales y las materias primas.
El informe fue publicado en 1972 y al año siguiente ocurrió que el precio del petróleo se cuadruplicó en solo unos meses, lo cual llevó la inflación a cifras nunca vistas que, en el caso de España, subió hasta el 25% en términos interanuales, hacia el final de 1977.
El aumento de tipos de interés se aceleró hasta casi el 20% de media, multiplicando una crisis de deuda que acabó provocando la ruina de economías incluso de países grandes emergentes, provocando el impago de la deuda por ejemplo, de México, en 1982.
Es decir, que aquel primer vaticinio de 'Fin de la Abundancia' que proclamó el Club de Roma se cumplió realmente, lo que dio lugar al final de una época de economía exuberante de más de veinticinco años, desde los cincuenta al principio de los setenta del siglo XX. Pero nadie habló entonces de unas economías o sociedades 'despreocupadas' como ahora ha calificado Macron a las actuales.
La preocupación por la evolución acelerada del cambio climático ya está impregnando no sólo a los ciudadanos sino también al mundo empresarial y económico. En estas mismas páginas ya argumenté por qué era necesario un 'cambio de cultura de la energía' de ciudadanos y empresas, o mejor, crear una cultura radicalmente distinta sobre nuestra relación con la energía y sus consumos.
En cuanto a las empresas, este cambio va a ser más urgente porque el mundo de la inversión ya está manejando datos que les permiten corroborar que cuando Macron habla de este fin de la 'abundancia' no habla en vano, sobre todo, por la velocidad de los cambios reales, sobre los que el presidente francés advierte que "asistimos a una gran convulsión, un cambio radical".
Así que tanto empresas grandes como pequeñas deberán desprenderse de cualquier forma de 'despreocupación' por leve que sea. Como ya dije en el artículo citado, estos cambios pueden convertirse incluso en amenazas existenciales para muchas empresas, sobre todo pequeñas (en España son más del 90%). Y el mundo económico de la inversión, incluso antes de la declaración de Macron ya lo estaba constatando no ya con datos, sino con hechos y un nuevo pragmatismo.
La previsión por culpa del cambio climático
Por ejemplo, el Grupo Swiss Re, con sede central en Zúrich (Suiza), una de las reaseguradoras más importantes del mundo y proveedor principal mundialmente de reaseguros, seguros y otras formas de transferencia de riesgos basadas en los seguros, advierte en un informe reciente que "si no se hace frente a esta creciente crisis medioambiental, las temperaturas globales aumentarán en más de 3ºC y el Producto Interior Bruto (PIB) mundial perderá un 18% en los próximos 30 años". Su cálculo para España, es que la caída de nuestro PIB alcanzará el 9,7% en ese periodo.
El mundo de la inversión, discretamente, empieza a estar muy preocupado, por decirlo suavemente. Por ejemplo, en su Índice de confianza de la Inversión Extranjera Directa de 2020, señala que el 77% de los inversores ya tiene en cuenta los problemas climáticos como un factor importante en sus actuales y próximas decisiones de inversión.
El diagnóstico del colectivo no es optimista. Alrededor del 60% de este colectivo anticipa pérdidas financieras por el cambio climático en los próximos tres años. Por sectores, el 76% de los inversores en empresas de construcción se manifiesta muy preocupado por los actuales incrementos de temperaturas extremas, ya que podrían resultar muy perjudiciales para las operaciones de sus empresas.
Los grandes inversores y operadores globales del turismo mundial consideran un riesgo alto los súbitos cambios del clima sobre las zonas más turísticas, cosa que pueden hacer que los turistas masivamente alteren sus destinos de costumbre, o incluso decidan interrumpir sus viajes.
Otra muestra de cambios en el mundo de la inversión en relación a las empresas, es que están surgiendo nuevos índices de fondos cotizados en bolsa (Exchange Traded Funds. ETF) –instituciones de inversión colectiva cuya política de inversión consiste en reproducir un índice cuyas participaciones se negocian en las bolsas–, que servirán para medir el 'perfil climático' de una empresa.
Este 'perfil' va a ser muy importante para compañías que quieran atraer inversiones. En relación a ello, Sarah Ladislaw, líder del Programa de Seguridad Energética y Cambio Climático del Center for Strategic and International Studies (CSIS), de Washington, señala: "La conciencia sobre el riesgo climático en la cartera (de un inversor), es algo que ya todo el mundo está exigiendo, desde los bancos centrales, hasta los reguladores y legisladores”.
Así que la 'despreocupación' de las empresas sobre los factores relacionados con el cambio climático se va a acabar más pronto que tarde. Aún más, vivimos ya el fin de la despreocupación sobre ello. Ni empresas grandes o pequeñas, ni el mundo económico podrán alegar ignorancia. Nadie podrá considerar ya que este tema no le incumbe. Ni empresas o empresarios, ni ciudadanos.