No sé vosotros, yo recuerdo el cambio de 1999 al año 2000 como si fuera ayer y muy lejos a la vez. Con el cambio de milenio, había una sensación de caos total, de urgencia de cambio (sobre todo en materia de tecnología). Hablamos de digitalización, de transformación digital, de adopción de tecnología. En algún momento incluso parecía que la automatización y la estandarización iban a sustituir a las personas. Y llegó el 2001, 2002... y no pasó 'nada'. Volvimos a nuestra rutina. Parece que la urgencia desapareció. Mientras la tecnología seguía acelerando su desarrollo.
La paradoja de esta aceleración de la tecnología es que cuanto más se desarrolla más importancia cobra la persona. La estandarización y la automatización nos pueden permitir automatizar tareas de bajo valor añadido, las tareas más administrativas. De esta manera, las personas podremos conectar más con lo que nos hace personas. Y es que la mal llamada transformación digital no va de herramientas, en realidad estamos hablando de un cambio mucho más profundo.
En esta nueva era, uno de los primeros paradigmas que cambia respecto de la revolución industrial es que hemos pasado de gestionar la escasez (poniendo el foco en ahorrar, no gastar, pensando en pequeño, sólo hacia dentro) a gestionar la abundancia, conectando con cosas que ya existen, como hemos visto en los negocios de plataformas. Un ejemplo que me encantó en relación con esto es la historia de una compañía que quería desarrollar un potente GPS y se dedicó a invertir en sensorización.
Otra (Waze) también quiso hacer un GPS, sin embargo, en lugar de pensar en 'sus' sensores, pensó en cómo aprovechar los de otros. Lanzaron la aplicación sacando partido a los dispositivos móviles de los propios usuarios. Es un cambio sustancial muy conectado con cambiar de un pensamiento más lineal a un pensamiento exponencial. Siendo conscientes de que son cambios que 'todavía' no estamos preparados para procesar, la velocidad que viene es vertiginosa. Por eso, la función de 'Personas' necesita prepararnos como personas para adaptarnos a lo que viene.
En efecto, en los cambios de era no han sobrevivido los más fuertes, han sobrevivido los que han sido capaces de adaptarse. Por eso, hoy estamos explorando, trabajando con herramientas que buscan ayudarnos a adaptarnos: agile, scrum, kanvan... No es por casualidad, aunque no son fines en sí mismas, son formas que hemos encontrado en las grandes organizaciones para desaprender y aprender de otra manera.
Sin duda, es clave no perder de vista que lo importante no es la metodología en sí, sino la filosofía de la que procede. Tienen que ser formas de buscar adaptarnos a lo que nos rodea, a mirar de otra manera, a repensar las estructuras organizacionales actuales.
¿Son los procesos que tengo, los que me sirvieron en el pasado, los que me sirven hoy? ¿Son las estructuras matriciales capaces de adaptarse a la velocidad de decisión que necesitamos hoy? ¿Somos capaces de soltar la ilusión de control y aprender a navegar por lo que viene, liderando desde el “no sé” y permitiéndonos pivotar e incluso equivocarnos? ¿Podemos vivir con la incertidumbre en la que estamos inmersos de forma continuada? ¿Estamos abiertos a deconstruirnos y probar cosas nuevas?
Si volvemos a nuestros orígenes, la incertidumbre en la que vivíamos era absoluta, no sabíamos si íbamos a estar vivos al día siguiente. Esa sensación se ha ido adormeciendo y hemos 'adormecido' la capacidad de vivir así. Sin embargo, los próximos años vienen cargados de retos y oportunidades que exigen estar 'despiertos' y no adormecidos, tanto a nivel individual como a nivel organizacional e incluso como sociedad.
A fin de cuentas, la digitalización no es una transformación en clave de herramientas, sino de personas. Las herramientas digitales, como las de proceso, tienen que ver con adquirir nuevas competencias que nos permitan afrontar lo que viene. La paradoja es que la transformación que viene tiene mucho más que ver con la persona, por eso ya hablamos de un humanismo digital. Lo que tenemos que conseguir es integrar la tecnología para que nos ayude a alcanzar una productividad real.
La mejor definición de productividad que he leído hasta ahora la define como la forma de hacer las cosas con flow, sin que cuesten. Cuando los procesos fluyen, las personas dedican su esfuerzo a lo que tiene valor. Y lo que tenemos como personas, por el momento, no lo tienen las máquinas... La capacidad de sentir, de enamorarse, de movilizar. ¿Qué otras se te ocurren?
En los últimos años, en los que me he dedicado a la transformación, me he dado cuenta de que la transformación es de forma de pensar, de capacidades, de comportamientos, es trabajar las dinámicas organizacionales. Por ejemplo, trabajar las experiencias de cliente y de empleado en conjunto. A fin de cuentas, la de cliente tiene que ver con la relación de la organización hacia fuera y de la de empleado hacia dentro, es como el yin y el yan.
También trabajar las dinámicas de autocuidado y permitir que existan espacios de cuidado a todos los niveles. Desde luego, es necesario trabajar el propósito tan ligado en estos días al compromiso. E identificar dentro de nuestra organización qué 'mueve' a nuestra gente: ¿el reto, el cambio, la estabilidad, etc.? Sólo desde esas conversaciones, desde el atrevimiento a hacer las cosas de forma diferente, a dudar de todo lo que creemos que sabemos, el desaprender y soltar lo que ya no vale, podremos acompañar a las organizaciones y a las personas a 'adentrarse con seguridad' en el siglo XXI.
Y es que hoy la transformación tiene que ver cada vez más con quién soy como persona.
*** María Llosent es directora de RRHH y miembro de la Asociación Española de Directores de Recursos Humanos.