Desde 2017, solo un 1.3% de la inversión de fondos de capital riesgo ha ido a empresas fundadas por mujeres. Y aunque durante mucho tiempo se ha asumido que esta cifra estaba directamente relacionada con el número también bajo de mujeres emprendedoras, la realidad es que las matemáticas no salen. Aunque aún no hemos alcanzado la paridad, hoy en día un 30% de los emprendedores son mujeres, número que no casa con ese 1,3% que dista mucho de lo que proporcionalmente correspondería.
Con estos números encima de la mesa no resulta descabellado afirmar que existen sesgos, en la manera en la que los venture capital deciden sus inversiones. Lo cierto es que es complicado asumir como casualidad que en Estados Unidos solo el 5% de los inversores sean mujeres, que solo lo sean 9 de los Top 100 VC partners en el mundo o que, en España, el 66,7% de los equipos directivos no tengan representación femenina (número que alcanza el 83% en Reino Unido). Por todo ello, hay suficientes razones para creer que existe una correlación entre la baja representación femenina en puestos de toma de decisión en equipos inversores y el porcentaje referente a inversión en empresas lideradas por mujeres.
En este sentido, resulta fundamental dejar de percibir esto como un ataque y concebirlo como una crítica constructiva y mejora. Así, es importante que entendamos que los sesgos y la capacidad de discriminación inconsciente son parte de nosotros, nos hemos criado con ellos y no es fácil deshacerse de ellos de la noche a la mañana. La empatía depende de la capacidad de ponernos en los pies de otro y no nos hace peores personas aceptar que es más fácil ponerse en los pies de otro cuando sus zapatos son parecidos a los nuestros. Pero como todo, la capacidad empática también se trabaja, y en el ecosistema startup, esa mejora no solo es necesaria sino que puede resultar incluso rentable.
Todo comienza por entender la raíz de las principales diferencias, siendo la atribuida a la educación, la más arraigada de todas. El viaje del emprendedor es, por definición, un viaje de riesgo, y, como consecuencia, también lo es el del inversor. La educación en torno a la perfección y la cautela que tradicionalmente se ha impuesto a las mujeres en comparación con los hombres, a los que se premia la valentía y el riesgo, no solo es parcialmente responsable de que veamos un número inferior de éstas en el ecosistema emprendedor, sino también, de muchos de los rasgos que nos definen a las mujeres como emprendedoras e inversoras.
Cuando hablamos de conseguir financiación, las mujeres suelen buscar cantidades muy inferiores a las que buscaría un hombre, solo lo justo y necesario. Mientras que el discurso de venta de un hombre suele tener la ambición y el crecimiento como pilar fundamental, el de la mujer suele cimentarse en la estabilidad y el compromiso. Este compromiso, además, suele estar directamente relacionado con las razones que llevan a una mujer a emprender: la búsqueda de una solución a un problema que ella misma ha percibido o algo con lo que siente una fuerte conexión emocional.
Algo muy similar ocurre con el perfil femenino inversor, cuya aversión al riesgo, en general más elevada que la del hombre, la lleva a optar por tickets más pequeños e invirtiendo en proyectos valorando la estabilidad y con los que no solo siente una conexión racional sino también emocional. Dicho esto, no es raro entender por qué existe una conexión natural entre aquellos proyectos liderados por mujeres emprendedoras y aquellos en los que las inversoras buscan invertir: conectan con su discurso de venta y entienden y valoran el problema que buscan resolver.
Una emprendedora tiene un 90% de posibilidades de sentarse delante de un hombre en su proceso de búsqueda de financiación. Al contrario que con el perfil femenino inversor, es común que el producto o servicio se escape de la tradicional zona de confort del inversor, que sea más difícil entender y valorar el problema que busca resolver o incluso que no se conecte con su discurso de venta pudiendo llegar a tacharla de “poco ambiciosa” o “falta de confianza”. El resultado no solo perjudica a la emprendedora, que como muestran los resultados, acaba recibiendo un porcentaje ínfimo del total de la inversión destinada a startups; también perjudica a ese inversor que deja pasar grandes oportunidades de inversión por solo invertir en perfiles con los que se siente identificado y no saber apreciar el valor añadido de una mujer emprendedora.
Y digo valor añadido porque son muchos los estudios que revelan que las empresas lideradas por mujeres son oportunidades de inversión significativamente mejores. Y las razones vuelven a recaer en ese compromiso y precaución que define a la mujer emprendedora. Si la mujer, por el mero hecho de serlo, ya se ve penalizada a nivel profesional por las cargas a nivel personal adicionales que asumimos, esta penalización se eleva a la máxima expresión cuando hablamos de crear y liderar una empresa. Potenciales grandes CEOs se han quedado en el camino por el gran reto que supone ser madre y jefa, cuidadora y líder de una empresa. Pero son precisamente estas dificultades extras las que nos aseguran que aquellas que han llegado a serlo, son las que han llevado el análisis de riesgos y oportunidades más conciso, son las que han minimizado las probabilidades de fracaso y maximizado las de un mayor rendimiento. Aquellas que han llegado, son lo mejor del ecosistema emprendedor.
Pero siguen siendo pocas y el apoyo financiero que reciben, insuficiente. Algo que no debería sorprendernos ahora que sabemos que son precisamente ellas, las mujeres, las más propensas a invertir en sus proyectos y que en el lado inversor también están pobremente representadas. La pregunta es ¿existen maneras de romper con este círculo vicioso que promueve una forma más de desigualdad de género?
Comenzando por promover la educación en igualdad desde edades tempranas que fomente y premie una variedad de atributos sin importar el género es imprescindible. Para ello es necesario, como decíamos al comienzo, formar en empatía, educando en diversidad e inclusión a puestos directivos de principales entidades de capital privado, incluyendo, además, criterios de diversidad y género en los análisis de oportunidades de inversión. Es preciso también dar mayor visibilidad a los referentes femeninos que ya tenemos y trabajar activamente para crear nuevos, atacando los obstáculos que frenan el emprendimiento femenino y promoviendo medidas que incrementen el número de mujeres inversoras. Hay que asegurar perfiles femeninos en puestos de toma de decisión en el venture capital y dar difusión a canales de inversión más diversos e inclusivos, como son las plataformas de equity crowdfunding.
Los emprendedores son los agentes de cambio responsables de innovar y crear las soluciones y mejoras del mañana. Apoyando exclusivamente a un perfil concreto de emprendedor, impulsaremos soluciones a los problemas que solo ellos hayan percibido, facilitando soluciones a los problemas de unos pocos. Debemos entender que un mundo con emprendedores e inversores diversos será un mundo mejor para todos, y es hora de trabajar para conseguirlo.
*** Azahara Espejo es country manager de Crowdcube en España