No pretendo descubrir a los lectores, a estas alturas, que estamos inmersos en una profunda crisis, o sucesión de ellas, con todas las miradas puestas hoy en los precios energéticos, que generan una peligrosa escalada inflacionaria y un temido riesgo de desabastecimiento. ¿Qué haríamos si escaseara la gasolina, si tuviéramos que racionar la calefacción, si hubiera que adaptar nuestros hábitos al precio puntual del fluido eléctrico en lugar de lo contrario? En parte ya lo estamos viviendo, si bien como situaciones temporales o incluso anecdóticas, afortunadamente (y permítanme no ser un cenizo, todavía).
Táchenme de disfrazarme de Casandra si les digo que esto se veía venir. Cada civilización cabalga como puede la ola que le toca, y a nosotros, terrícolas de principios del siglo XXI, nos tocan tres: la tecnología y la digitalización que desplazan al humano, la deriva del centro del mundo al este de Asia, y la descarbonización de nuestro sistema energético para evitar el colapso climático.
En este problema de la energía, que nos acucia y genera titulares en cada noticiario, sobre todo prima el segundo: el temblor de las placas tectónicas geopolíticas tensa mercados y muda aliados en enemigos. Pero lo acompaña el tercero, la presión por descarbonizar que, espero fervientemente que aún a tiempo, con tanto entusiasmo y convicción hemos abrazado los europeos.
Detrás del aumento de los precios energéticos en Europa, generalizado a todos los países, está operando el cíngulo del sistema de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, un mecanismo de largo plazo que ahora ya empieza a apretar. Y es que en algún momento iba a suceder, las reglas del juego estaban ahí escritas para todos desde hace años.
La lástima es que se ha añadido recientemente el fatídico conflicto ruso-ucraniano, lo que ha sumado mucho ruido a los mercados de materias primas energéticas y nos sitúa frente al incómodo espejo que nos revela cómplices acomodados de los malos. Curiosamente, o no tanto, pagamos justos por pecadores, porque nuestro país no depende precisamente del gas y petróleo rusos, pero estamos conectados a través de mercados internacionales.
No todo van a ser augurios sombríos. Nos hemos olvidado al hada madrina de la tecnología y la digitalización, quien, esperando tímidamente en un rincón, nos invita a reparar en ella como parte de la solución.
Y es que en la adopción de tecnologías disponibles está buena parte de la solución.
La fuente de energía más barata es, desde hace unos años, la solar fotovoltaica. Ninguna otra tecnología ha recorrido semejante abaratamiento y mejora, y no se espera que ninguna otra lo haga. Por lo tanto, el futuro es solar, solar fotovoltaico. Sin desmerecer de otras tecnologías muy válidas también, como la eólica, solar térmica, geotermia, hidroeléctrica, undimotriz o biomasa, que aportarán una buena parte de la tarta energética y tienen nichos muy interesantes.
Con costes de inversión que permiten retornos en cinco años, mantenimientos muy bajos y gran modularidad que se adapta a situaciones y bolsillos, la solar fotovoltaica en España va a convertirse en la primera fuente energética en cinco años y hará prescindibles a las fuentes convencionales en el largo plazo, cuando se realicen las infraestructuras de almacenamiento energético necesarias, como baterías, hidroeléctrica reversible o almacenamiento de gas renovable, y conforme se electrifiquen sectores de uso final de la energía como el transporte, el residencial y el industrial.
La electrificación nos va a permitir asimismo acoplar sectores primarios energéticos mediante la generación de gases combustibles renovables (hidrógeno) e incluso de combustibles líquidos, de manera que dicha integración implicará un sistema energético más robusto y sostenible, aunque más complejo.
No debo olvidar la importancia de la digitalización, permitiendo la operación desatendida de las instalaciones por la automatización, predicción de producción y mantenimiento por inteligencia artificial y analítica de datos, o trazabilidad del origen de la energía y las transacciones gracias a la identidad digital (blockchain).
Estamos ya en ese punto de technology push, en el que no se avanza más rápido por cuestiones legislativas, financieras y de adopción por la sociedad. La legislación es típicamente reactiva, además del riesgo de sesgo y meternos inadvertidamente en una trampa. Por ejemplo, en el caso de los gases renovables, ¿es mejor permitir la mezcla de hidrógeno renovable con el gas natural fósil o forzar a que sean infraestructuras diferentes? Yo no lo sé, pero son caminos divergentes y alguien tendrá que tomar la decisión.
Tampoco es fácil el momento tan 'VUCA' (volátil, incierto, complejo y ambiguo) para quien debe decidir sobre inversiones a diez o más años. ¿Implementamos ya tecnologías de hidrógeno, aún caras, y nos posicionamos, o esperamos? O cualquier familia, ¿sabe qué vehículo comprar? Y finalmente la propia sociedad se hace planteamientos, en virtud de la duda razonable y del criterio de 'no hacer daño' pero con un aroma 'NIMBY' (Not In My BackYard), de que mejor que se lo apliquen al vecino en su jardín trasero. Está pasando con la eólica y fotovoltaica, y ha sucedido siempre con las líneas eléctricas, gasoductos, embalses y almacenamientos subterráneos de gas. A alguien le va a tocar.
En este escenario quiero que piensen en los parques tecnológicos y lo que aportan.
Un parque tecnológico tiene tres características que lo hacen especialmente adecuado para un papel de liebre en la transición energética, esto es, en la adopción piloto de las nuevas tecnologías y en su misión ejemplificadora y divulgadora. Por un lado, la sensibilidad de sus gestores y usuarios con la sostenibilidad y la adopción tecnológica. Por otro lado, sus instalaciones físicas, importantes consumidores de energía en entornos con alto potencial de integrar generación renovable. Finalmente, la existencia en los propios parques de empresas y centros de investigación que se pueden implicar en el desarrollo y mejora de la tecnología.
Somos muchos los parques tecnológicos que llevamos un camino recorrido y miramos a un futuro libre de carbono.
El Parque Tecnológico Walqa, en Huesca, dependiente del Departamento de Industria, Competitividad y Desarrollo Empresarial del Gobierno de Aragón, ha sido tradicionalmente muy sensible con la cuestión energética, pionero en la generación renovable y sede de la Fundación del Hidrógeno en Aragón, entidad destacada a nivel europeo en tecnologías del hidrógeno. Walqa, el PTA de Málaga y el Parque Tecnológico de Bizkaia en Zamudio participaron ya hace diez años en el proyecto ZEROHyTechPark, premiado como Best LIFE Project en 2014, para la adopción piloto de tecnologías del hidrógeno en parques tecnológicos, en aplicaciones como la generación eléctrica de backup, cogeneración residencial o movilidad con pila de combustible. ¿Sabían que la hidrogenera más longeva de España está ubicada en Walqa, gracias a este proyecto?
Como otro ejemplo, tanto el PCT Cartuja en Sevilla como el PTA en Málaga han puesto fecha para sus iniciativas en marcha, tanto de generación energética como de movilidad sostenible, hacia la neutralidad de carbono.
En Walqa, que está viviendo una verdadera explosión del autoconsumo por nuestras excelentes condiciones solares y de modelo de urbanismo, estamos colaborando con el proyecto europeo ELAND, que pretende mostrar la viabilidad de “islas energéticas”, esto es, entornos muy compactos, como nuestro parque, en el que se cree un sistema energético lo más autosuficiente posible, favoreciendo intercambios energéticos peer to peer (entre iguales).
De todas estas iniciativas se benefician numerosas empresas localizadas en nuestros parques, que disponen de una excelente plataforma para crear, probar y mostrar sus desarrollos.
Para ir más lejos y más deprisa nos volvemos a encontrar las limitaciones del marco normativo, que incluso nos puede dificultar la financiación.
Ciertamente aún tenemos recorrido para desarrollar autoconsumos colectivos, pero nuestra idiosincrasia no se adapta tan bien al concepto de las comunidades energéticas, todavía pendiente de desarrollo legislativo, ni tampoco existe en nuestro país un marco para mercados energéticos locales de flexibilidad. Estas carencias del marco jurídico en ocasiones nos impiden acudir a financiación del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, o nos hacen participar en Horizonte Europa en peores condiciones.
Sirva esta columna para recordar que los parques tecnológicos pueden ser palancas muy útiles en la transición energética justa, y simplemente haría falta afinar las reglas del juego. Les dejo estos deberes a nuestros legisladores y gestores de lo público.
Los Parques Científicos y Tecnológicos queremos y podemos ser agentes activos de la transición energética justa, y queremos ganar la partida de la descarbonización. Podemos ser liebres, que arrastren a los demás (pero no nos echaremos la siesta a mitad de carrera, estén tranquilos los lectores). Si no, siempre podremos ser tortugas que, paso a paso y sin desfallecer, nos encaminemos al objetivo de un mundo sostenible.
*** Luis Correas Usón es director gerente del Parque Tecnológico Walqa.