Entrenar un algoritmo avanzado de inteligencia artificial emite el equivalente a cinco coches a lo largo de toda su vida útil, incluida la fabricación. Reproducir videos online emite al año más CO2 que España. Bitcoin consume anualmente más energía que Argentina, y se estima que sus emisiones en 2021 podrán asociarse a alrededor de 19.000 muertes futuras. Comprar una obra de arte NFT equivale al consumo mensual de cualquier persona en la Unión Europea, y solo los centros de datos consumen alrededor de un 1% de la electricidad global.
Por si fuera poco, cada año cada persona genera kilos y kilos de basura electrónica (en España, 19 kg por persona en 2019, muy por encima de la media). Podría seguir ad infinitum. El impacto medioambiental de la digitalización tiene muchas caras, y aunque es un tema de debate creciente, ha sido hasta ahora un gran ausente.
Incluso ahora que la emergencia climática está en boca de todos, sigue siendo una problemática pendiente de abordar de forma transversal. Cuando se habla de las oportunidades de la transformación digital no se menciona su coste climático, o la relación entre el incremento de potencia computacional y el declive de la biodiversidad. Las aspiraciones e ideales tecnosolucionistas asociados a ello lo obvian.
En el ámbito de las políticas públicas se proponen programas específicos para promover las 'tecnologías verdes' y se mira al problema en silos y no de forma sistémica. Para las organizaciones que trabajan la agenda climática, la digitalización no es un factor decisivo, y tampoco lo es en el ámbito de los derechos humanos a pesar del vínculo entre la huella de carbono digital y la extracción de recursos naturales y minerales.
"El desarrollo tecnológico se trata por un lado y el medio ambiente por otro. Tenemos que mover la conversación hacia la pregunta sistémica de qué modelo de desarrollo estamos promoviendo", afirma Laura Señán, directora de asociaciones estratégicas de Fundación Avina.
En ello trabaja Fundación Avina, coorganizadora junto con Open Society Foundations -en colaboración con Espai Societat Oberta de Barcelona- del ciclo Clima y Tecnología. Su propósito: abrir un diálogo sobre los límites éticos de una digitalización occidentalizada basada en el consumo y acumulación, así como las oportunidades que la tecnología ofrece para pensar nuevos paradigmas de colaboración alternativos que contribuyan a hacer frente al cambio climático.
Perspectiva sur
Uno de sus principales empeños es integrar en este proceso la perspectiva del sur global, como han hecho en su ciclo. La lingüista y activista mexicana Yásnaya Elena Aguilar señala que los beneficios económicos del uso de sus recursos no regresan a sus comunidades sino "en forma de extractivismo y de emergencia climática".
Apunta también Aguilar que el sustrato físico de lo wireless no se visibiliza, a pesar de que a menudo los centros de datos se instalan en espacios tradicionalmente ocupados por industrias altamente contaminantes, y acaban usando la misma infraestructura. Asocia el impacto climático de la tecnología con un modelo "colonialista y racista" de desarrollo tecnológico, bajo la idea de que la sociedad occidental es la única tecnologizada.
La lingüista considera que la imposición semántica de la globalización es una excusa para que Occidente inunde al resto del planeta con sus ideas, productos y mercancías. Y reclama que la inclusión no se limite al derecho de consumo, sino que brinde acceso a los medios de producción y a participar del desarrollo tecnológico. No se trata de que más personas indígenas puedan entrar a Instagram, sino de desarrollar plataformas más justas.
Paz Peña, coordinadora del Instituto Latinoamericano de Terraformación, señala que, si bien las tecnologías han proporcionado un marco para entender que estamos en una crisis climática, hay pocos datos precisos sobre el impacto ecológico de la tecnología desde una perspectiva multidisciplinar.
La industria tecnológica ha logrado reducir emisiones a lo largo del tiempo, pero Peña sostiene que no hay tanta evidencia respecto a la digitalización en otro tipo de industrias. Además, rebate el hecho de que la digitalización por sí sola vaya a reducir las emisiones si el impacto no se analiza considerando factores sociotécnicos como el aumento del consumo o la escalabilidad y multiplicación de la producción tecnológica.
Incluso aunque el balance fuera positivo en términos de emisiones -dice- hay que mirar al impacto en la crisis ecológica en su conjunto (uso de agua, de minerales, destrucción de culturas milenarias…). Solo entendiendo la problemática en contexto se podrán desarrollar soluciones innovadoras que funcionen.
En este marco, se plantea integrar de forma transversal mecanismos de participación ciudadana, datos y ciencia abiertos como parte de la solución, con ejemplos de iniciativas a nivel local ya implementadas con éxito. Otro aspecto esencial es la soberanía tecnológica, y como primer paso la democratización de acceso que permita a cualquier comunidad apropiarse de las herramientas digitales y que facilite su uso colaborativo y colectivo.
No son ideas nuevas. Las iniciativas de ciencia ciudadana, datos abiertos, software libre y tecnologías cívicas proliferan en todo el globo a pequeña escala. En España hay ejemplos como Ideas for Change y plataformas de vehiculación de la participación ciudadana con múltiples frentes abiertos en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, la ausencia de un contexto habilitador reduce notablemente su capacidad de acción y su impacto.
Hub mediterráneo para la innovación sostenible
Desde el sector privado hay también señales de movimiento. En el sector de las criptomonedas, centenares de organizaciones se han comprometido a descarbonizar la industria con la firma del 'Criptoacuerdo climático'. Su meta es lograr las cero emisiones netas para las operaciones relacionadas con la criptografía de aquí a 2030.
Otras iniciativas tienen una mirada más integral, con una concepción ampliada de la sostenibilidad más allá del clima. En Barcelona hace escasos días tuvo lugar la primera reunión del Hub Mediterráneo para la Innovación Sostenible, con participación público-privada. Sus impulsores son Anders Frostenson, director de Innovación de Productos y Servicios de EY para la zona EMEIA, y Natalia Olsen, socia fundadora de Alinea Ventures y cofundadora de The Disruptive Factory.
"Necesitamos pensar en relaciones sostenibles con los clientes, donde la lealtad se genere desde la creación de valor mutuo y no solo desde el poder adquisitivo. Necesitamos pensar en modelos de ingresos a largo plazo que reemplacen los sistemas de informes financieros trimestrales. Necesitamos pensar y actuar en torno a la diversidad como principio fundamental del éxito. Los clientes lo exigen, los empleados lo exigen y los principales accionistas de las empresas que cotizan en bolsa lo exigirán", vaticinan Frostensen y Olsen.
Eso -dicen- es lo que significa “crecimiento” en la era del cambio climático. Es el tipo de crecimiento que buscan impulsar en el hub. Desde una perspectiva diferente pero con más en común de lo que pudiera parecer, su visión entronca con la idea de orientación teleológica de la tecnología desde el sur global: preguntarnos los objetivos finales que mueven nuestro desarrollo y un uso de la tecnología basado en el bienestar.