Llevamos viviendo ya décadas en la intensa y desaforada vorágine de un mundo global desregulado que convive con la inestable actual geopolítica de orden mundial de estados nación que se configuró al final de la segunda guerra mundial, cuando la digitalización a gran escala, ni internet existían aún. Una geopolítica que prefiero llamar ‘globalpolítica’, y que recientemente se ha visto alterada por la ‘crisis industrial’ y de cadenas de suministro globales, uno de cuyos problemas más importantes es el suministro de chips en una sorprendente, –en el mundo asociado a lo digital–, ‘economía de la escasez’.
Algo que altera el funcionamiento al que estábamos acostumbrados de fabricación de bienes o productos de base tecnológica que, en gran parte, se había convertido en una ‘commodity’ que dábamos por hecha en el mundo tecnológicamente avanzado. Igual que dábamos por ya normal la ‘globalización’ procedente del proceso ya iniciado en occidente en los años 70 del siglo pasado. Aquel Occidente se lanzó a nuevas estrategias mundiales de ‘externalización’ de la industrialización –imitadas masivamente dócilmente por Europa–. La más central de ellas fue la de ‘deslocalizar’ las producciones industriales, que convirtieron a Asia y, sobre todo en su inicio, a China en la fábrica industrial del mundo.
Fue un proceso de décadas en pos de la disminución de costes, sobre todo laborales, a cualquier precio, tomando al pie de la letra, como mascarón de proa, una interpretación literal y retorcida del pensamiento estratégico formulado en la función objetiva de Milton Friedman en 1970, "la responsabilidad social de las empresas es aumentar sus beneficios". Algo que no era lo que buscaba el propio Friedman, porque su propuesta económica moderada se refería, además, en otros pasajes de su propuesta a otras responsabilidades de las empresas. Su afirmación paso a ser radical, sin matices: que lo que cuenta es ‘maximizar’ el beneficio a toda costa y cuanto antes.
La deslocalización a gran escala y casi sin excepciones, fue un grave error de Occidente y sus empresas, que no tuvieron en cuenta los efectos secundarios a largo plazo. Error que tiene que ver con la mayoría de los temas de los que nos ocupamos en estas páginas de ‘D+I’ que giran alrededor de la innovación. Un gran error, adyacente, fue el no tener en cuenta que más del 67% del I+D está ligado a la experiencia de la fabricación. Fue tras ese primer gran regalo de Occidente a China durante décadas de deslocalización de todo tipo de fabricaciones llevadas al continente asiático, que China supo aprovecharlo provocando una acelerada revolución industrial y tecnológica (por ese orden) en todo el país. Eso es, esencialmente, lo que ha convertido a China estas décadas en lo que es ahora: un gigante mundial económico y tecnológico, algo que ya se está contagiando a los antes países más pobres del sudeste de ese continente como Vietnam, Camboya y otros.
Contradicciones digitales de bulto
El segundo error de bulto –y eso en la nueva situación global es algo de una magnitud enorme– es no tener en cuenta los efectos secundarios de la digitalización de las economías y la producción industrial, cuyo componente digital no hace con el tiempo sino aumentar y acelerarse, ya que los productos físicos industriales de base tecnológica ya cuentan, casi en su totalidad, con un imprescindible y esencial corazón digital que posibilita su funcionamiento sin el cual es imposible. Sin ese corazón digital no funciona un ordenador, pero tampoco, por ejemplo, los coches eléctricos Tesla de última generación, como hemos podido comprobar. Y además su corazón de chip, se puede desactivar por software a distancia.
Como dice Tim O’Reilly, la tecnología no es la única culpable de las contradicciones digitales que aparecen en la economía actual globalizada. El panorama tecnológico general es hoy, sobre todo, el espejo más visible de la evolución nuestros valores como sociedades en Occidente. Los valores europeos deberían marcar el cambio digital.
En contraste, comportamiento hiperextractivo del beneficio económico a corto plazo, o del beneficio económico global y en tiempo real, sin tener en cuenta esas contradicciones digitales que exhiben ciertos gigantes tecnológicos globales, está llegando a limites exasperantes. Entre ellos no hay ninguno europeo. Su escandalosa elusión fiscal; ‘vigilancia’ o trackeado de toda conducta online; atentados a la privacidad, adicciones sin sustancia, polución cognitiva, comercio opaco de datos e incluso, grave afectación encubierta del juego democrático son algunos sucesos recientes a gran escala global que contradicen completamente lo que entendíamos como usos positivos de la tecnología digital.
Europa debe hacer del mundo un lugar mejor con la tecnología
Esto -como señala indignado el propio O’Reilly, que nació en Cork, Irlanda– es aún más triste, ya que la industria tecnológica nació (y sus pioneros lo manifestaron expresamente) con el objetivo de modelar el mundo hacia algo mejor y no hacia algo peor para la inmensa mayoría de los que la usan, como estamos viendo. De nada parece servir hoy frente a la actual supereconomía extractiva global, la manifiesta generosidad del software de código abierto y la quizá ingenua, pero positiva, visión del inicio de la World Wide Web (inventada en el CERN en Europa).
La genialidad de la inteligencia colectiva del internet social amplificado algorítmicamente, según la visión propia del mismo camino inicial, se ha ido torciendo por la resbaladiza pendiente de una opaca nueva economía digital globalizada, que aprovechando la desregulación y ausencia de gobernanza global vinculante está acabando de desplegarse en base esa torticera aplicación del principio citado de Friedman. Y estamos en el principio. La Web3 y el Metaverso están arrancando en lo que parece una vuelta de tuerca más hacia la mala dirección por la citada pendiente. A pesar de todo ello, sigo pensando que el uso de la tecnología no es determinista por más que se promuevan sus peores usos. Las buenas prácticas tecnológicas siguen siendo posibles.
El beneficio empresarial de orden tecnológico está muy bien y se justifica porque que crea riqueza, bienestar y puestos de trabajo, pero no debe hacerlo a costa de cualquier cosa en el corto o en el largo plazo. Richard Stallman lo dice en mi libro: “La tecnología sin influencia de la ética es probable que haga daño”. Estoy de acuerdo. Aunque me apasiona la tecnología, no soy un optimista deslumbrado, ni un evangelista tecnológico a cualquier precio.
Jeff Bezos, situó un enorme cartel de seis metros de largo al fondo del garaje donde fundó su startup ‘Cadabra’, empresa que se convirtió luego en Amazon. El cartel decía: “¡Queremos misioneros y no mercenarios!”. El comportamiento con las pequeñas empresas innovadoras que compiten con su hoy gigantesca empresa exhibe la idea contraria de aquella sugerente frase. La conducta de Amazon con pequeños innovadores que intentan competir con el gigante del comercio online es la contraria a la que predicaba Bezos cuando arrancó Cadabra. Es una pista muy clara de que el gigante ya no es capaz de competir innovando como hizo al principio.
Entiendo la sugestiva idea de la frase inicial de Bezos, pero huyo de actuar como apóstol papanatas de modas o fans digitales de la satisfacción instantánea, algo que aún se predica mucho en los púlpitos de las nuevas religiones digitales y de fanáticos de las tendencias. La tecnología nunca ha sido ni es un fin en sí misma sino sigue siendo una herramienta para hacer lo mejor, aunque también sirve para lo peor.
Deploro que la actual economía de las plataformas y su manipulador capitalismo límbico intente apartar de la gente su propia e individual capacidad de raciocinio y elegir libremente, así que ya no sé si seremos capaces de seguir el consejo de O’Reilly de “elegir activamente, en lugar de montarnos en los raíles de un sistema que nos lleva en la dirección equivocada”. El crecimiento económico sin fin del mundo digitalizado actual también es, en realidad, una gran contradicción de base digital. La actual infraestructura digital del mundo no es algo sostenible y no me refiero solo al minado de bitcoins, sino al conjunto digital global. Y ¿quién corregirá eso en el mundo global si no lo hace Europa, antes de que sea demasiado tarde para toda la humanidad y el planeta?
Recuperar las soberanías europeas
Parece que tiene que suceder una desastrosa consecuencia global de las enormes consecuencias sanitarias y de salud de la covid 19 para que nuestros gobernantes comiencen a ser conscientes de que no podemos continuar así. Algo que hemos estamos aprendiendo duramente debido a la prolongada y tremenda catástrofe sanitaria. Al principio de la pandemia pudimos, por sus graves consecuencias, experimentar en carne propia hasta que punto habíamos perdido los europeos nuestras soberanías de fabricación estratégica de productos y componentes sanitarios que podrían salvar vidas en nuestras ciudades y países europeos, algo que en el mundo de hasta hace muy poco de hipercadenas de suministro procedentes de Asia, no parecía importarnos.
Hemos continuado comprobando con la crisis pandémica, que el componente digital de los productos industriales se ha vuelto no necesario sino imprescindible, y no solo en muchos productos sanitarios. Sin el suministro de chips los automóviles ya fabricados en nuestras factorías españolas o europeas no puede ser vendidos ya que sin el minúsculo chip que regula su electrónica un coche actual, sea o no híbrido, eléctrico, no funcionan. Eso está significando no solo pérdida de competitividad sino de puestos de trabajo y cierre de factorías y líneas de producción de las pocas fabricas que nos quedan en nuestro escuálido sector industrial que, por cierto, sigue siendo el que proporciona a nuestra economía los puestos de trabajo de más alta calidad y mejores salarios. Así que fabricar tus propios chips, se ha convertido en una soberanía esencial.
El resto de europeos, como nosotros, estamos intentando obtener de lecciones de esta tormenta perfecta en que se ha convertido la pandemia para nuestras economías y sociedades. Pero la recuperación de las soberanías tecnológicas perdidas que un día tuvimos (no lo olvidemos, reitero, la Web que cambio el mundo, se inventó en Europa) no es fácil con los niveles de exigencia y de complejidad de la tecnología actual.
Recuperar las foundries (‘fundiciones’) para fabricar los nuevos chips de cinco nanómetros o menos de hoy no solo no es difícil sino imposible de resolver en un pis pas. Es curioso que algunos analistas hayan diagnosticado que una de las causas más importantes de la actual escasez de los chips más avanzados la tiene el que la máquina más sofisticada de fotolitografía de más alta nanoprecisión para fabricar chips de pocos nanómetros solo se construye, para todo el mundo, en una fabrica de Holanda. Pero, –vaya contradicción–, esos chips hoy casi los fabrica en exclusiva TMSC Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, la empresa de fundición de semiconductores más grande del mundo, que está en Taiwan, o sea, en Asia. Otra prueba más que Europa había perdido una de las principales soberanías de fabricación industrial, la de fabricación de chips avanzados.
La Iniciativa Europea de procesadores
Pero la pandemia, en esto ha producido un buen efecto secundario: la Unión Europea está intentando ponerse las pilas en serio. Ya le había visto los ojos al lobo incluso antes del inicio de la pandemia y, discretamente, 2018 lanzó la Iniciativa Europea de Procesadores (EPI), cuyo objetivo es recuperar la ‘soberanía industrial’ en el hardware de chips, ya esta a pleno rendimiento. El 22 de diciembre de 2021, hace muy pocas semanas, se anunciaron los primeros resultados de la primera fase de esta gran iniciativa.
La EPI es un proyecto en el que participan 28 socios de 10 países europeos con el objetivo de que la UE alcance la independencia en tecnologías e infraestructuras de chips de computación de alto rendimiento (HPC). La iniciativa europea EPI esta centrada en tres grandes dominios de investigación e innovación: flujos de Procesadores de Propósito General (GPP), Aceleradores (EPAC) y Automoción, complementados por una serie de actividades relacionadas.
Su primera fase fue planeada de 2018 a 2021. Entre los productos más destacados ya implementados figuran el procesador de propósito general Rhea, la prueba de concepto del acelerador EPI y el microcontrolador integrado de alto rendimiento para aplicaciones de automoción. Según el informe publicado en diciembre, la finalización con éxito de esta fase SGA1, allana el camino para la segunda entrega del proyecto, que se inicia en este mismo mes, enero de 2022.
Con EPI parece por fin que nuestra UE se toma ya muy en serio la estrategia de recuperar esa esencial ‘soberanía industrial’ europea en la fabricación de chips puesto que el procesador de propósito general (GPP) de EPI y sus futuros derivados están diseñándose y desplegándose exclusivamente por universidades europeas y líderes industriales en el continente.
SiPearl, la empresa que va a llevar al mercado el procesador europeo de alto rendimiento y bajo consumo, está ubicada en Maisons-Laffitte, en las afueras de Paris. Philippe Notton, fundador y CEO de SiPearl declaró en diciembre: "En SiPearl estamos muy orgullosos de dar vida al proyecto conjunto de la Iniciativa Europea de Procesadores. Hemos trabajado intensamente en estrecha colaboración con los 28 socios de la iniciativa, en la que la comunidad científica, los centros de supercomputación, los principales nombres de la industria y las nuevas empresas innovadoras europeas, que son nuestras partes interesadas, nuestros futuros usuarios y nuestros clientes. Con el lanzamiento del procesador Rhea, todos contribuiremos a garantizar la soberanía europea en aplicaciones de HPC como la medicina personalizada, la modelización del clima y la gestión de la energía".
Atos, empresa dedicada a la transformación digital, ciberseguridad, nube y supercomputación, es socio principal de la iniciativa del procesador de propósito general (GPP), junto con SiPearl, la empresa que llevará al mercado el procesador europeo de alto rendimiento y bajo consumo. Otros socios europeos de EPI, definieron las especificaciones arquitectónicas de Rhea, la primera generación de la implementación del procesador de propósito general (GPP) y lo harán con sus futuros derivados.
Por otra parte, está el chip Rhea, otro de los primeros resultados de la EPI, que se basa en la arquitectura de procesador Neoverse V1 de Arm, pero también cuenta con 29 núcleos RISC-V desplegados como controladores. El chip fue diseñado por la citada empresa francesa SiPearl, que se asoció con Atos para diseñar el silicio. Está previsto que Rhea se despliegue a ‘superescala’ en 2023. Para reforzar aún más la seguridad del producto, la Universidad de Pisa aportó un conjunto de IPs criptográficas, denominadas "Crypto Tile", integradas en el GPP Rhea de SiPearl. En la parte española de la iniciativa colaboran el Barcelona Supercomputing Center, que junto a la Universidad de Zagreb, en Croacia han desarrollado unidades de procesamiento vectorial para la computación de alto rendimiento y bajo consumo, basadas en el núcleo Avispado RISC-V de Semidynamics, a su vez una innovadora empresa española ubicada en pleno Eixample de Barcelona.
Parece que la recuperación de la esencial soberanía digital europea de fabricación de chips esta en marcha. Una gran noticia. Ahora hay que seguir con la recuperación de las demás soberanías digitales y tecnológicas estratégicas que necesita Europa y en las que nuestro país, España, deber estar incluido en ello. Y las soberanías adyacentes en todo tipo de innovación debe estar ligadas a ella también. Si recuperamos las soberanías industriales de fabricación obtendremos como ‘plus’ el gigantesco regalo de ese 67% o más, del I+D ligado a ellas; y hemos de hacerlo al ‘modo europeo’ es decir teniendo en cuenta los factores de defensa del estado de bienestar social, sostenibilidad, ahorro en energía y uso de las energías limpias –otro de los nuevos estandartes de la cultura europea y del modo de hacer europeo–.
Sin olvidar también que todo eso contribuirá de hecho, a la mejora medioambiental y la lucha contra el calentamiento global. Este tren de las innovaciones estratégicas del siglo XXI no los debemos perder. Y más vale que las gobernanzas europeas se ocupen también del medio y largo plazo. Es una de las grandes lecciones de la pandemia que las sociedades europeas y sus gobernantes deben aprender de verdad, para obrar en consecuencia. Más nos vale a las empresas europeas y los ciudadanos europeos de ahora y de las inmediatas generaciones.