El talento fue una unidad de medida monetaria de la antigüedad. Utilizada en el entorno Mediterráneo durante siglos, su valor fluctuaba por la inflación, como cualquier moneda actual. Los talentos eran usados en el comercio, en las grandes cuentas de los territorios, en la enumeración de los tesoros de los enemigos conquistados. Hay estimaciones que un talento equivalía a un poco más de 21.5 kilos de plata. Para hacernos una idea, tras la segunda guerra púnica Cartago tuvo que pagar a Roma 10.000 talentos, lo que equivaldría a más de 200 toneladas de plata.
El talento fue usado para comerciar, para comprar e intercambiar bienes.
Hoy en día hablamos del talento como una aptitud para desarrollar una actividad. Y más allá, lo usamos como una palabra para todo: buscamos talento, desarrollamos talento, compramos talento. Hacemos la guerra por el talento.
A su vez hacemos de la parte el todo. Decimos que contratamos a las personas talentosas, y, por ende, a aquellos que no son seleccionados en un proceso les decimos que no tienen talento. Nos dirigimos así hacia una sociedad maniqueísta, en la que no existen los grises. Paradójicamente, estamos también en la sociedad de los cuatro millones de colores. Una sociedad en la que los hechos diferenciales, las características singulares, se convierten en señas de identidad, en aportaciones de valor únicas.
Corremos el riesgo de mercadear con las personas, simplemente porque tienen algo que ahora necesitamos. Valoramos una aptitud concreta, que es útil en un momento específico. Pero nos olvidamos del resto de la persona, así como del tiempo futuro de las compañías. Una persona no es solo su habilidad. Es también sus intereses, sus capacidades personales, sus voluntades, sus debilidades y su capacidad de evolución.
La trampa está escrita. El talento no es un bien material, único y aislado. Resulta que el talento está dentro de la persona, embebido en la maraña que son nuestra personalidad, frustraciones, ideales, sueños, capacidades y deseos. Y cuando incorporamos a una persona en una organización, se incorpora todo con ella. Y no solo debemos gestionar su talento, sino también el resto de su todo. Debemos de gestionar personas, no solo talento.
Hablamos muchas veces de “retener el talento”, una expresión que casi roza la usura: tener el talento para que otros no lo usen. Acapararlo. “Retener el talento” cuenta con 4,4 millones de resultados en Google. Sin embargo, “desarrollar personas” cuenta con 5.500 millones de resultados en el mismo buscador.
El talento, como unidad de medida monetaria, dejó de usarse. Como debe dejar de usarse “talento” para pasar a hablar de “personas”. El enfoque será más ajustado a la realidad. No tratamos con meras ruedas en un engranaje, hablamos de personas que tienen que trabajar juntas, aunando sus personalidades, sus capacidades e intereses. Tengamos en cuenta a la persona completa
*** Jorge Viejo es director de RRHH de ARUP y miembro de la Asociación Española de Directores de RRHH