Leyendo La Serendipia, de Alberto Iglesias Fraga, supe que en Madrid acabamos de inaugurar el Madrid Food Innovation Hub, un interesante centro de gastroemprendimiento que me viene de perillas porque yo había decidido escribir mi columna hablando del Día Mundial de la Alimentación, de que Barcelona asumió la Capitalidad Mundial de la Alimentación Sostenible a principios de 2021 — celebrando entre otros actos la “Semana Ciudadana de la Alimentación Sostenible” — y de lo importantes que son nuestras acciones.
El Día Mundial de la Alimentación promueve la conciencia y la acción en todo el mundo a favor de quienes padecen hambre y de la necesidad de garantizar dietas saludables para todos. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura nos recuerda que nuestras acciones son nuestro futuro y que los alimentos que elijamos y su forma de consumo afectan a nuestra salud y a la de nuestro planeta.
Nos dicen que necesitamos construir un futuro con suficientes alimentos nutritivos, inocuos y asequibles para todos. Y, llegados a este punto, empiezo a preguntarme por los efectos secundarios de la revolución que estamos viviendo en la producción de alimentos con base vegetal, la indiscutible importancia de los servicios de reparto de comida a domicilio, el creciente peso de los mercaurantes; el consecuente uso de packaging … incluso me pregunto qué porcentaje del agua que usamos en las casas se vierte directamente al medio ambiente sin tratamiento.
Las empresas de alimentos a base de plantas se enfrentan a críticas ya que algunos analistas dicen que no pueden determinar si los alimentos de origen vegetal son más sostenibles que la carne porque las empresas no son transparentes sobre sus emisiones. Si pensamos en la comida a domicilio, pués nos encontramos con debates sobre las condiciones laborales de los riders, con la contaminación generada por algunos medios de transporte utilizados para la entrega…
Si entramos en esos espacios híbridos donde la tienda de alimentos convive con comedores y comida lista para llevar o comer en el propio supermercado podemos empezar a discutir sobre la cantidad de packaging utilizada y sobre el valor nutricional de la comida disponible. Y si intentamos averiguar qué porcentaje del agua usada en los hogares a nivel mundial es vertida a los ríos, mares y océanos sin depurar, pues encontramos un dato de Veolia que lo cifra en un aterrador 80%. Pasa como siempre, hay cosas buenas y cosas no tan buenas, pero es fundamental asumir que formamos parte del cambio y que debemos formar parte de la solución para corregir las áreas mejorables.
En clave positiva os diré que en 2022 Google Maps ya no nos recomendará la ruta más rápida, sino la que menos combustible consuma; que cada vez hay más empresas que utilizan software para optimización de sus rutas de reparto, que cada vez hay más empresas que están aprovechando su posición no sólo para reducir el consumo de plástico, sino para sensibilizar a la ciudadanía y fomentar que reduzcamos el consumo, reutilicemos todo lo posible y reciclemos cuando ya no nos queda otra.
Es importante que nos metamos en la cabeza que los alimentos que decidimos comprar para comer y su forma de consumo tienen un impacto mayúsculo en nuestro planeta. No es lo mismo adquirir productos de temporada de proximidad que otros que vienen desde la otra punta del mundo; por ejemplo. Cada vez somos más las personas que vivimos en las urbes, y cada vez somos más los que buscamos opciones más saludables y de calidad; y al mismo tiempo tenemos poco tiempo o pocas ganas de ponernos a cocinar.
Combinar lo que nos dicta la conciencia, con las inercias de vivir de manera acelerada no es fácil, pero debemos ir dando pasos en esa dirección porque cada acción suma.
Después de todo no hace falta ser el nuevo Superman — sí, el hijo de Clark Kent y Lois Lane — para estar preocupado por el medio ambiente. Aunque es de agradecer que Jonathan, la nueva versión del salvador del mundo, se centre en temas más actuales.