Cualquiera que haya viajado a China se habrá quedado impresionado, desde el primer minuto que pisa su suelo, con la enorme cantidad de cámaras de vigilancia que parecen seguirnos a cada paso. Literalmente, hay lentes vigilando cada paso que damos en la calle, en la entrada de edificios, al ir en coche... Un auténtico enjambre de cámaras que se controlan mediante herramientas de análisis de vídeo masivo con capacidades, como el reconocimiento facial, que en cualquier otro lugar del mundo despiertan suspicacias.
Recordemos que el debate sobre el uso de tecnologías capaces de ejercer una vigilancia masiva e indiscriminada mediante vídeo fue especialmente reseñable durante el pasado curso. Empresas como Amazon, IBM o Microsoft prohibieron el uso de su inteligencia artificial para fines de dudosa ética, especialmente en el ámbito policial, a raíz de muchas quejas sobre los sesgos y la invasión de la privacidad de estas herramientas.
Más cerca de nosotros, en la Unión Europea, el Parlamento pidió la prohibición de estas tecnologías el pasado julio. También se incluían fuertes restricciones al uso del reconocimiento facial en su propuesta de reglamento para la inteligencia artificial. Y como sucedió con el GDPR, parecía que los límites morales que estableciéramos en el Viejo Continente llegarían a todo el mundo. Pero nada más lejos de la realidad.
Y es que, por muchos frenos que en Occidente queramos poner al análisis masivo de vídeo, lo cierto es que se trata de una industria que no deja de crecer a pasos agigantados. Con el mercado asiático como puntal, nos encontramos con que este año se destinarán casi 6.000 millones de dólares, tan sólo a aplicaciones y servicios de análisis de vídeo (en nube y on-premise), según los datos de MarketsandMarkets.
Y lo que es más: la cifra llegará a 14.900 millones de dólares en 2026. ¿Cómo se traduce toda esa inversión, por qué no influye que Occidente quiera plantar minas a su desarrollo? "Las inversiones gubernamentales en seguridad pública, la necesidad de utilizar y examinar datos de videovigilancia no estructurados en tiempo real, una caída significativa en la tasa de delincuencia debido a las cámaras de vigilancia y los costes reducidos del equipo de videovigilancia" aparecen en la lista de explicaciones que argumentan estos analistas.
Incluso la propia covid-19 ha influido notablemente en la adopción del análisis de vídeo, quizás no tanto en su vertiente de reconocimiento facial, pero sí en la de contabilizar personas en espacios públicos e interiores. Sumen que no sólo estamos hablando de cámaras fijas, sino que también hay análisis que se puede hacer sobre las imágenes tomadas desde automóviles conectados o drones; ambos campos en plena ebullición.
Eso sí, es raro que no haya ironías en el devenir de un sector en apogeo. Y esta ocasión no es una excepción a la regla. Me refiero, de vuelta al mapa geopolítico, al importante rol que juega Asia (y China en particular) como usuarias de estas tecnologías de análisis de vídeo... pero no replican ese liderazgo desde el punto de vista de crear las herramientas de software involucradas en esta área.
De hecho, permítanme que les cite algunas de las principales firmas de análisis de vídeo para que comprueben el dominio aplastante de Occidente en estas lides... pese a los frenos regulatorios en los últimos tiempios: Avigilon (Canadá), Axis Communications (Suecia), Cisco (EE. UU.), Honeywell (EE. UU.), Agent Vi (EE. UU.), Allgovision (India), Aventura Systems (EE. UU.), Genetec ( Canadá), Intellivision (EE. UU.), Intuvision (EE. UU.), Puretech Systems (EE. UU.), Hikvision (China), Dahua (China), Iomniscient (Australia), NEC (Japón), Huawei (China), Gorilla Technology (Taiwán), Intelligent Security Systems (EE. UU.), Verint (EE. UU.), Viseum (Reino Unido), Briefcam (EE. UU.), Bosch Security (Alemania), i2V (India), Digital Barrier (Reino Unido), Senstar (Canadá), Qognify (EE. UU.), Identiv (EE. UU.) e Ipsotek (EE. UU.).
¿Cuál será el resultado de semejante tablero de ajedrez, con medio planeta prohibiendo algo en lo que es líder y la otra mitad decidida a sacar provecho de una tecnología con muchos grises en materia ética? ¿Cómo podremos articular un planteamiento en el que sacar lo mejor del reconocimiento facial y las millones de cámaras de nuestro mundo sin poner en riesgo nuestra privacidad y libertad ciudadana? Son preguntas que, hoy por hoy, resultan complicadas de responder sin un margen excesivo de error...