La actual generación de software se aleja cada vez más de los estándares web desarrollados por el consorcio W3C. Ahora que la digitalización del trabajo (y de la actividad de las empresas) se ha incrementado significativamente, casi nadie especifica o señala los propósitos y cuáles son los métodos para ello.
La tecnología digital es neutra, pero su uso no lo es en absoluto. Y no solo eso. Una misma estrategia puede arrojar buenos resultados en unos casos y no tanto en otros.
A todos los efectos, las formas de uso ya están predeterminadas por el propósito (se supone que bueno) para el que se ha desarrollado un software, ya sea en forma de programa informático o de app. Así que las ventajas o los inconvenientes personales o profesionales que nos produzca su empleo dependerán mucho de si están alineados con los del fabricante. Si coinciden, la herramienta en cuestión nos permitirá ser más productivos y estar más satisfechos son su utilización, en la que consumimos nuestra capacidad de atención y tiempo. Si bien la primera es recuperable, el segundo no lo es.
Las interfaces perversas de las 'apps'
Uno de los objetivos de los desarrolladores de software, sobre todo para dispositivos móviles, es reducir el tiempo de aprendizaje. Esto provoca que los usuarios utilicen las apps sin conocer las consecuencias que podría tener a medio y largo plazo, simplemente imitando a otros usuarios o siguiendo modas. Esta tendencia choca con la creciente complejidad y prestaciones de las aplicaciones informáticas que funcionan sobre un hardware cada vez más diminuto, con inmensas capacidades de cálculo y detrás del cual hay un importante trabajo de diseño e ingeniería.
Por ejemplo, el último chip que Apple ha creado para sus iPhones –el A14 Bionic de 64 bits y tecnología de cinco nanómetros– integra en 88 mm2 la increíble cifra de 11.800 millones de transistores o puertas lógicas. Con su 'motor de red neuronal' de 16 núcleos es capaz de realizar la impresionante cifra de 11.000 millones de cálculos matemáticos de coma flotante por segundo.
Esta complejidad matemática convierte a estas ‘hipereficientes’ máquinas digitales en auténticas 'cajas negras', cuyo funcionamiento interno hace tiempo que no podemos descifrar ni imaginar. Si un chip como el aludido tuviera una 'puerta trasera', por ejemplo, seríamos incapaces de detectarlo. Esto tiene múltiples consecuencias, pero la más importante desde el punto de vista del usuario es una pérdida de control sobre lo que hacen esas máquinas, y nuestra total ignorancia sobre cómo funcionan.
Richard Stallman, quien definió las cuatro libertades del software libre, sostenía que un ordenador, y por extensión cualquier máquina digital, no debería hacer en ningún momento cosas que no sabemos que hace, ni tampoco aquellas que el usuario, su dueño, no quiere. Sin embargo, hoy casi cualquier software se conecta online con la compañía desarrolladora cada vez que se abre sin habérselo pedido. Y todas las apps, casi sin excepción, tienen como cometido principal recolectar datos y metadatos de la conducta online del usuario.
Como ha dicho Dorothea Kessler, directora de comunicaciones para Europa de iFixit: "un dispositivo no te pertenece de verdad si no puedes abrirlo". Es decir, estos dispositivos digitales conectados, que se comunican con el fabricante de software o hardware sin que el usuario lo sepa ni lo haya decidido, no le pertenecen completamente. El usuario ha perdido el control de sus acciones de diversos modos. O bien por un diseño previo perverso; o bien que es 'pervertido' después por las interfaces que, originalmente, estaban creadas para satisfacer las necesidades de su propietario.
El objetivo es provocar el mayor número de interacciones posibles con la app y mantener la atención del usuario el máximo tiempo en cada una de ellas. Estas dos magnitudes sobre el comportamiento humano online son las que las plataformas ofrecen a los anunciantes en una subasta algorítmica en tiempo real (conocida como ‘mercado de publicidad personalizada y dirigida’). Algo que es posible porque sus algoritmos son alimentados continuamente por la recolección de datos y metadatos de las apps que registran de la conducta de los usuarios conectados a gran escala.
Modelos de negocio basados en la 'domesticación del usuario'
Esto no es algo nuevo. Los conocedores de esa gigantesca ‘caja negra’ cibernética llevan tiempo advirtiéndonos de que el control que otorgan los programas informáticos, unido al efecto red, ha desembocado en el actual poder oligopólico de las plataformas digitales.
Ya hace veinte años que Lawrence Lessig, catedrático de leyes de Standford y Harvard, describió este poder y capacidad: "El ‘código’ [de software] es la tecnología que hace que los ordenadores [y los smartphones] funcionen. Estas máquinas [ordenadores] definen y controlan cada vez más nuestras vidas. Determinan cómo se conectan los teléfonos y qué aparece en el televisor. Deciden si el vídeo puede enviarse por banda ancha hasta un ordenador o un teléfono. Controlan la información que un ordenador remite al fabricante. ¿Qué control deberíamos tener sobre ese código? ¿Qué comprensión? ¿Qué libertad debería haber para neutralizarlo?”.
Desde que Lessig escribió estas palabras, el control se ha decantado del lado de los fabricantes primero y, ahora, de las plataformas digitales. De ahí que el origen de gran parte de los conflictos entre grandes empresas tecnológicas está, no solo en qué hacen estas máquinas, sino en el control de los datos, metadatos y transacciones de todo tipo asociados a las identidades y conductas humanas que proporcionan.
En el lado del usuario, es impresionante cómo los citados promonopolios digitales globales han creado una complicidad sin apenas fricción. Lo han conseguido mediante mecanismos algorítmicos sobre la conducta social, e incluso anticipándose a ella, gracias a modelos de machine learning desarrollados por empresas denominadas 'la nueva industria de la intención’.
Para hacer posible el masivo moldeado de la conducta de cientos o miles de millones de usuarios de redes sociales, no solo era necesario ese diseño adictivo de interfaces y la inmensa infraestructura cibernética de las plataformas digitales globales. Hacía falta, además, una gran e inconsciente ignorancia de los usuarios sobre lo que está pasando en el interior de esa inmensa ‘caja negra’ de la que ellos forman parte casi sin saberlo. Se han convertido, así, en parte de un mecanismo que los hace colaboradores necesarios sin resistencia, es decir, para ser el 'producto' o la 'materia prima' de este inmenso negocio global.
El experimento del ‘Perro de Pávlov’ y su ‘alter ego’ digital
A como funciona ese mecanismo construido por los gigantes tecnológicos, el analista y desarrollador Kumar Rohan lo llama: la ‘domesticación de usuarios’. Por sus semejanzas podríamos decir que es una especie de versión digital automatizada del célebre proceso de 'condicionamiento clásico' que inventó, ya hace un siglo, el fisiólogo y Premio Nobel de Medicina Iván P. Pávlov, y demostró en el famoso experimento del Perro de Pávlov.
El científico observó que la salivación de los perros que utilizaba en sus experimentos se producía ante la presencia de comida o de los propios investigadores, y determinó que podía ser resultado de una actividad psicológica a la que llamó ‘reflejo condicional’. Para el caso de las personas, el propio Pávlov describió que "en el Homo sapiens se produce un salto cualitativo respecto a su primer sistema de 'señales' inmediato”. La complejidad de las funciones psicológicas humanas facilita un segundo sistema de señales que es el lenguaje verbal o simbólico. Consideró que en el ser humano existe una capacidad de autocondicionamiento (aprendizaje dirigido por uno mismo) que, aunque parezca contradictorio, al protagonista le resulta 'liberador' ya que puede reaccionar ante estímulos que él mismo va generando y que puede transmitir a otros.
¿No es así como funcionan las apps de mensajería instantánea como WhatsApp con sus 'notificaciones' constantes? Además, los contenidos que mueven, multiplican y difunden sin límite están orientados a las emociones. La seducción y adicción provocada por estas apps en pantallas de alta definición de vivos colores (sustitutas del estímulo de la comida del perro del experimento pavloviano), combinado con sus continuos avisos sonoros en tiempo real (las citadas 'notificaciones') convierten a los usuarios en protagonistas o víctimas (según cómo se mire).
Según el citado Kumar Rohan, este mecanismo explica la inmensa cantidad de ‘usuarios domesticados’ que hay entre los conectados actuales. Y es pesimista. Añade que el proceso "debería sonarnos familiar: es similar a la domesticación de los animales". Pero ahora está inducido por parte de las plataformas y en el que se restringe sutil, pero intensamente, la capacidad de decisión individual.
Esto nos lleva a pensar que hay una inmensa nueva estirpe digital de usuarios, de toda edad y condición cultural, que 'hemos' sido 'domesticados' sutilmente por el propósito oculto de la mayoría de esas apps. Aunque su marketing nos prometa determinadas funciones, generalmente banales, su objetivo último, como dice Rohan, es nuestro 'amaestramiento' y reclutado como productores, recolectores y redifusores masivos de datos y metadatos digitales. Nunca en la historia una industria había podido disponer de una materia prima de tal dimensión, tan abundante y además inmaterial: el tiempo de atención humana. Hoy es el bien más preciado, de más valor, y paradójicamente, el más escaso.
Como confirmación de su teoría sobre la actual 'domesticación de los usuarios' , Rohan afirmaba hace unos días –no sin ironía–: "Desde que cierto 'vendedor' de coches (Elon Musk, el famoso CEO de Tesla y SpaceX) tuiteó "Usa Signal", un inmenso número de usuarios se han pasado de app obedientemente."
Este viernes, yo mismo recibí un ‘whatsapp’ de alguien que me decía: "En los próximos días dejaré de usar WhatsApp. Estaré disponible en Signal y Telegram." Ahora mismo hay una fuga en masa de WhatsApp y Facebook y una migración súbita y casi tumultuosa a esas dos nuevas apps que parece que no están recolectando, como las citadas, todo tipo de datos.
Como Rohan, yo soy escéptico porque al inicio todas aparentan respetar al usuario y su privacidad. Eso ha sucedido ya con otras empresas y plataformas y luego hemos visto cómo han cambiado los criterios originales y han pasado a maltratar a los usuarios. Pero hay un lado que podría ser positivo.
Decía Abraham Lincoln que "puedes engañar a todos el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo, todo el tiempo" ¿Es aplicable esto al ‘metaverso’ global de plataformas de las redes sociales? Quizá ha llegado el final del tiempo de la primera frase de Lincoln y esta fuga masiva sea un despertar de la 'domesticación digital'. O, simplemente, empieza una nueva moda en la mensajería instantánea. Pronto lo sabremos.