Quedan pocas personas en España, y probablemente ninguna dedicada al ámbito de la investigación, que no hayan visto imágenes de una niña o un niño con problemas de movilidad equipados con una especie de segundo cuerpo robótico que les ‘arropa’ y les ayuda a andar.
Uno de los primeros vídeos de este invento vio la luz en 2013 despertando mucho interés entre la comunidad científica. Se trataba del primer exoesqueleto pediátrico del mundo y su creadora era española: la ingeniera en robótica Elena García Armada (Valladolid, 1971).
En estos nueve años que han pasado desde aquellas imágenes, García Armada ha perfeccionado junto a su equipo aquel primer prototipo, bautizado como Atlas 2020, a una versión más evolucionada, el Atlas 2030.
El invento le ha valido diferentes reconocimientos. El último, por ahora, es la nominación al Premio Inventor Europeo 2022, siendo una de las dos españolas que este año aspiran al galardón que otorga la Oficina Europa de Patentes (EPO, por sus siglas en inglés) desde 2006.
En el caso de la vallisoletana en la categoría ‘Investigación’, que reconoce “las invenciones basadas en avances en la ciencia de vanguardia”. (La última española que se alzó con él fue Margarita Salas).
Un traje para Daniela
Llegar al punto donde se encuentra ahora ha sido fruto del trabajo y de la casualidad. García Armada estudió ingeniería industrial en la Universidad Politécnica de Madrid, donde obtuvo su doctorado en robótica en 2002.
Posteriormente, realizó investigaciones en el Leg Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) y desde entonces ha trabajado en el Centro de Automática y Robótica (CAR) –un centro mixto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad Politécnica de Madrid–.
Allí se centró en el estudio y desarrollo de exoesqueletos para la industria pesada. Hasta que en el año 2009 conoció a Daniela.
“Daniela por entonces tenía 9 años y quedó tetrapléjica tras un accidente de coche. Sus padres se acercaron al CSIC para plantear la posibilidad de aplicar la robótica para ayudar a su hija y nos pusimos manos a la obra”, recuerda en la entrevista que concede a D+I.
En ese momento los únicos exoesqueletos que existían eran para adultos, tecnología en la que se viene trabajando desde la década de 1960. “Logramos importantes avances que llamaron la atención a muchas familias y médicos de todo el mundo, y que nos animaron a seguir profundizando para desarrollar lo que es hoy el exoesqueleto Atlas 2030”, afirma.
El invento que la ha convertido en finalista de los premios de la EPO es un traje ajustable de titanio con sensores, software y diferentes piezas mecánicas, conectado a una batería y a una red de pequeños motores.
Los componentes funcionan como articulaciones que se ajustan al cuerpo y magnifican los movimientos suaves. Al mismo tiempo, se adaptan a cada niño, de entre 3 y 10 años, a medida que avanza en sus sesiones de rehabilitación muscular. El exoesqueleto se puede ajustar en menos de ocho minutos.
Un "camino de piedras"
Para la comercialización e industrialización de su invento, en 2013 nació Marsi Bionics. Una spinoff del CSIC que se ha convertido en la herramienta para transferir a la sociedad un proyecto que comenzó en el ámbito público y, gracias a la cual, “hemos podido hacer toda la investigación clínica necesaria para desarrollar este dispositivo”.
Ese mismo año solicitó su primera patente para actuadores elásticos, unas articulaciones con firmeza ajustable que responden al movimiento muscular sutil. Un año después presentó una segunda patente para un exoesqueleto que se puede adaptar a diferentes condiciones médicas y propiedades físicas del cuerpo.
Desde que se fundó la empresa hasta que lograron la certificación de la Agencia del Medicamento y el Producto Sanitario pasaron casi ocho años “en los que hemos necesitado una inversión que ha sido fundamentalmente pública”.
Reconoce que las patentes resultaron vitales tanto para encontrar financiación, como para contratar el talento necesario para llevar la invención al mercado (ahora mismo Marsi Bionics cuenta con 25 empleados).
“Para proyectos como el nuestro, que requieren una inversión potente en I+D, España no es el terreno más fértil”, recalca.
Estos años de trabajo e investigación los califica de “camino de piedras” porque “es muy complejo desarrollar tecnología sanitaria en España”. En su caso, admite que han tenido suerte “por contar con todo tipo de reconocimiento institucional, pero con la administración pública no logramos traspasar esa frontera”.
Como contrapunto, alude a la implicación del presidente francés Emmanuel Macron, quien, según relata esta ingeniera, ha prometido desarrollar “con una tecnología muy inferior a la nuestra” más de 600 dispositivos, 100 de ellos pediátricos, y ubicarlos en centros sanitarios y colegios de educación especial.
“Ese es el ejemplo de cómo la administración pública puede poner una tecnología de vanguardia al servicio de las familias con niños con discapacidad. En España necesitamos políticos valientes que abanderen el proyecto”, reclama la investigadora.
En busca de inversión privada
Su exoesqueleto pediátrico ya está en uso en la Fundación NIPACE, centro de referencia para niños con parálisis cerebral en Guadalajara; y en la Asociación Atades, en el Colegio Especial San Martín de Porres en Zaragoza. Además de la financiación pública conseguida estos años (“especialmente de la Unión Europea”), desde 2019 el CSIC forma parte del accionariado de Marsi Bionics.
Ahora mismo, tienen abierta una ronda para atraer inversores privados y conseguir una inyección de capital “que nos permita abordar las tareas de industrialización, comercialización e internacionalización en las que estamos inmersos”, explica García Armada.
La investigadora adelanta a D+I que están cerrando detalles en otras Comunidades Autónomas y también fuera de España, en países como Italia, México o Reino Unido, donde asegura que “hay una importante demanda” de este tipo de tecnología.
“Si no estamos en más centros es por falta de algunos componentes que nos están retrasando. Resulta incomprensible que, ante la escasez, no se ponga en valor el impacto social de nuestra innovación. Para las familias, retrasar la terapia con exoesqueleto supone perder calidad de vida de sus hijos”, defiende con contundencia a las preguntas de este medio sobre la disponibilidad de su invento en centros de rehabilitación.
Antes de terminar esta entrevista, la investigadora admite que sacar adelante este proyecto se ha convertido en su prioridad tanto como miembro del CSIC como desde su empresa: “estoy centrada, casi diría obsesionada, con la aplicación de la robótica a la marcha humana. Es un campo inmenso en el que sólo avistamos la punta del iceberg, hay mucho margen de mejora porque el horizonte que se abre con la tecnología es muy fértil”, concluye.