Fue embajador de Dinamarca en Indonesia, Papua Nueva Guinea, Timor Oriental o Chipre. En su currículo también figura el haber sido el jefe adjunto de la misión de la OTAN en Helmand (Afganistán) o el jefe de la misión civil de la Unión Europea para la gestión de crisis en Kosovo. Su carrera diplomática le llevó anteriormente por Bruselas, todo ello sostenido por su máster en Ciencias Políticas por la Universidad de Copenhague. A estas alturas se estarán preguntando qué tiene que ver un perfil así, ligado a las altas relaciones internacionales y los conflictos bélicos, con la innovación. Y la respuesta está en una apuesta destacada del gobierno danés por la economía digital que culminaría en la creación de la primera Embajada Tecnológica en Silicon Valley, cuyo sillón ocupó este experimentado diplomático de nombre Casper Klynge.
"Nunca creí en la planificación profesional, pero sí que hay algo común en todos estos puestos: he sido privilegiado de poder trabajar en temas que fueron problemas de primera línea en diferentes momentos. Ya sea en Kosovo, en plena intervención de EEUU, o en Afganistán con el apogeo de la insurgencia. Ahí tratábamos de crear paz y estabilidad. Luego creo que la digitalización es la nueva frontera de la sociedad y la política, en términos de defensa de la democracia, de defendernos de manera ordenada en base a reglas internacionales, de inclusión, privacidad...", explica Klynge a INNOVADORES. "La clave en estos momentos está en tender puentes entre el sector público y el privado para extender una comprensión básica de lo que aportan nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, el ‘cloud computing’ o el reconocimiento facial. Los gobiernos deben comprender lo que pueden hacer estas tecnologías y qué necesitan regular, mientras que en el lado empresarial se necesita gente con experiencia en entender cómo funcionan las Administraciones".
Desde marzo de este año, la carrera de Casper Klynge ha dado una vuelta de tuerca más: de defender los intereses de la industria europea ha pasado a comandar los asuntos públicos de Microsoft en la región. Aunque él no ve grandes diferencias en el discurso que ha ido manteniendo en el tiempo: "No es necesariamente una cosa mala. Creo que estoy aquí para traducir lo que sucede en Europa a los directivos en Seattle. Quiero alinearme con Europa y sus requisitos, escuchando y construyendo de manera enriquecedora. Te hubiera dicho lo mismo hace un año cuando trabajaba para el gobierno: el fin último es el mismo, reducir la brecha entre la tecnología y las políticas, que desgraciadamente está aumentando debido al ritmo acelerado de la innovación. Tenemos una gran responsabilidad para asegurarnos de que este problema no vaya más allá".
Aunque políticamente correcto, como cabría esperar en un diplomático de su calibre, Klynge no se esconde en una de las cuestiones peliagudas que enfrentan históricamente a las grandes multinacionales digitales y a las instituciones europeas: la soberanía tecnológica del Viejo Continente. Él mismo ha defendido este principio cuando representaba al gobierno danés. ¿Qué piensa ahora, en filas del aparente rival? "Estoy preocupado por el poco papel que Europa tiene en el mapa tecnológico frente a EEUU o Asia. Creo que debemos tener una industria tecnológica vibrante en Europa, también porque de ello dependen los puestos de trabajo del mañana. Y creo que si conseguimos ese impulso, aportará crecimiento económico en todo el mundo. Las empresas norteamericanas, como Microsoft, estamos cambiando la mentalidad para comprender mejor y alinearnos con las necesidades y objetivos de Europa. Y posibilitar que todos los usuarios en la región puedan acceder a la mejor tecnología disponible, algo esencial para la transformación digital de las compañías y pymes de la región. Lo que no debemos es convertir esta conversación legítima sobre la soberanía digital en un desarrollo del proteccionismo o una especie de nacionalismo. No creo que eso sea bueno para Europa en última instancia. La receta pasa un campo de juego equilibrado que fomente la competencia, asegurándose eso sí de que todos los que quieran hacer negocios aquí cumplan con nuestra legislación. Sería, como ha definido ya la comisaria Vestager, igualar la soberanía digital a una soberanía regulatoria, entendida como la capacidad de establecer unas reglas comunes para las empresas que operan en Europa, en base a nuestros valores y estándares éticos", detalla Klynge.
Como el particular enlace diplomático que es entre las dos orillas del Atlántico, además le preguntamos a Casper Klynge por el proteccionismo que comanda precisamente el presidente norteamericano, Donald Trump: "Es importante que, incluso en tiempos de agitación política, no rehuyamos las diferencias pero nos mantengamos unidos para avanzar porque es una colaboración de valor. Si miramos el mundo a través del prisma de la tecnología hay dos enfoques fundamentales: aquel que la usa para vigilar y controlar los datos personales, de forma autocrática, y aquel que lo hace de forma democrática y con voluntad empoderadora. En esta última estamos tanto Estados Unidos como Europa, en asegurarnos de que la tecnología nos beneficie a todos a la hora de conseguir una mejor atención médica, una mejor educación, etc. La alternativa a esta colaboración es mucho más problemática, y eso es independiente de quién se sienta en la Casa Blanca".
En estas lides, la expansión del GDPR como estándar de facto, también en Norteamérica, o la creciente discusión en torno al intercambio de datos entre las dos zonas geográficas, ahora que el Privacy Shield que lo posibilitaba ha sido declarado inválido. "En mi opinión, Europa seguirá siendo la que ponga las limitaciones en torno a la tecnología, algo de enorme importancia. Por ejemplo, estamos trabajando con la Comisión Europea para regular el reconocimiento facial. Es una tecnología con un enorme potencial, pero que tiene grandes desafíos -con grandes sesgos y con demasiadas posibilidades de obtener resultados incorrectos- y no creo que deba ser responsabilidad de las empresas definir las reglas que la guíen. Esa tarea corresponde a los gobiernos, y ahí Europa puede encontrar un lugar en el que poner de moda su legislación para todo el globo, como ya ha sucedido con el GDPR", sentencia Klynge.