Andalucía pasa por ser una región que concede un peso específico a la agricultura dentro de su modelo económico. Por contextualizar esta información y según datos de la Junta, este sector representa en torno al 6% del PIB regional, un porcentaje muy superior al impacto que tiene el campo en la economía española (aproximadamente el 3,5%).
No es de extrañar, en este sentido, que el afán por conseguir que la agricultura esté regada por un goteo constante de innovación sea indiscutible.
Las universidades públicas andaluzas ya han dado muestras de su potencial a la hora de investigar nuevas fórmulas de cultivo, nuevas herramientas y, en definitiva, nuevas posibilidades para el sector.
La última que ha dado con un importante hallazgo ha sido la Universidad de Córdoba, con un estudio que desmonta algunos mitos y que puede contribuir a hacer más sostenible la agricultura brasileña.
Todo ello, basado en un modelo de economía circular que, según explican desde la universidad, busca dar valor a los residuos y otorgarles una aplicación según las propiedades que tengan, transformándose de residuos a subproductos.
"Dentro de todas las vidas posibles de estos residuos, los hay que vuelven a nacer como productos para aplicar en la agricultura", recalcan fuentes universitarias.
Bajo esta filosofía, el investigador de la Unidad de Excelencia María de Maeztu del departamento de Agronomía de la Universidad de Córdoba (DAUCO) Antonio R. Sánchez ha probado la capacidad de las aguas residuales de la producción de heparina (un anticoagulante) como fertilizante en una rotación de soja y maíz en el sur de Brasil.
Colaboración con Panamá
Lo ha hecho colaborando, por cierto, con un equipo del Instituto Federal de Panamá.
A pesar de que, en un primer momento, el hecho de tratarse de un desecho de la industria farmacéutica pueda sugerir la implicación de elementos tóxicos para las plantas o el suelo, se ha comprobado que la aplicación de estas aguas a los cultivos "no sólo es inocua en el sentido de su toxicidad sino que, además, los rendimientos de ambos cultivos aumentaron tras la aplicación de las aguas residuales", explican las mismas fuentes.
Aumentó también la disponibilidad temporal de nutrientes como potasio, calcio y magnesio en el suelo y mejoró la absorción de nutrientes y el contenido de clorofila de las plantas.
Para evaluar el efecto del empleo de este residuo sobre el rendimiento de las plantas y la química del suelo, en este caso un Oxisol con disponibilidad limitada en determinados nutrientes como fósforo, se aplicaron cinco dosis diferentes del subproducto (0, 10, 20, 40 y 60 metros cúbicos por hectárea y año) como fertilizantes.
Se tomaron muestras de suelo antes y después de la aplicación de las aguas en el maíz y en la soja y, posteriormente, dos años tras la primera aplicación, al finalizar el segundo cultivo.
Del análisis y evaluación de esas muestras de suelo y de los efectos en los cultivos se observó una respuesta distinta en maíz y soja. "Para la soja únicamente la dosis mayor (60 metros cúbicos por hectárea) incrementó el rendimiento de la planta, mientras que en el maíz obtuvimos una respuesta exponencial del rendimiento, que aumentó según la dosis aplicada fue mayor", señala el investigador.
Pros y contras
Al respecto, conviene remarcar que, además de la disponibilidad de determinados nutrientes en el suelo tras añadir las aguas residuales, también aumentó la salinidad y el contenido en sodio.
Aunque la alta salinidad puede ser un problema por limitar el crecimiento de determinados cultivos, este efecto negativo no se observó en ninguno de los dos cultivos evaluados porque en el lugar donde se ha llevado a cabo el estudio la precipitación media anual es superior a 2.000 litros por metro cuadrado, según detalla la investigación.
Esto favorece el lavado de las sales y el sodio, a la vez que produce un incremento temporal de la disponibilidad de otros nutrientes como el nitrógeno, fósforo, potasio, calcio o magnesio.
Pero hay una 'cara b'. "Un alto contenido de sodio en el suelo, como resultado de la aplicación continuada de elevadas dosis del subproducto aguas residuales de la producción de heparina, puede afectar a la estructura del suelo, dispersando las arcillas, dificultando el movimiento del agua a través del suelo y provocando un incremento de la erosión", señala Sánchez.
¿Cuál sería entonces la solución? Esta solución podría pasar por aplicar las dosis más bajas o intermedias testadas en el ensayo con periodos de tiempo más espaciados, pero "con el conocimiento que tenemos hasta ahora no apostaría por la aplicación a largo plazo y en el mismo lugar de elevadas dosis de este subproducto".
El investigador apuesta más bien por "rotar los lugares en los que se aplica y evaluar los principales cambios producidos en los indicadores físico-químicos del suelo".
La investigación continúa
Para profundizar en el conocimiento en este campo y cerrar procesos productivos, vinculando la producción de residuos a su utilización como subproductos, tal y como se promueve con la economía circular, el equipo de investigación sigue analizando los efectos en la calidad del suelo del uso a largo plazo de estos residuos.
En paralelo, se está estudiando también cómo afecta la aplicación de este subproducto a la relación entre las raíces de la soja (leguminosa) y las bacterias fijadoras de nitrógeno ambiental.
Así, la Unidad de Edafología de DAUCO investiga sobre estrategias más sostenibles de fertilización en las que se reduce el uso de fertilizantes de síntesis química, buscando cuáles son los residuos más indicados para cada tipo de suelo y cultivo, paso a paso hacia un horizonte de sostenibilidad de la agricultura y cuidado medioambiental.
Un horizonte de sostenibilidad y de economía circular que, tal y como contó hace unos meses D+I, también está detrás de una investigación agrícola de otra universidad andaluza, en este caso la de Granada.
Cabe recordar que Inmaculada de Vicente, investigadora de esta universidad, ha liderado un proyecto consistente en utilizar lagunas y humedales para la extracción de fósforo ya utilizado y convertirlo en abono líquido.
Esta investigación demostró que se pueden conseguir pepinos o melones más fuertes y, de paso, reutilizar un recurso cada vez más escaso.