Consiguieron llevar la contraria a nuestras madres. Metimos extraños en nuestras casas y nos subimos en coches de desconocidos. Uber y Airbnb rompieron las reglas que nos inculcaron en la más tierna infancia para crear una nueva economía. Uber pasó a cotizar públicamente en mayo de 2019. Airbnb lo hace ahora, cuando la pandemia sigue levantando olas y su negocio ha sufrido un notable revés.
Se estima una valoración de 42.000 millones de dólares con un precio cercano a los 60 dólares por acción. Más alto de lo inicialmente previsto, en 35.000 millones. Se estrena bajo las siglas de ABNB en Nasdaq, el sitio natural de las tecnológicas. Al frente de la operación, dos grandes de Wall Street, Morgan Stanley y Goldman Sachs.
Desde 2015 los rumores de oferta pública eran constantes, pero no fue hasta 2019 cuando se dijo abiertamente y en este reciente agosto se confirmó. En plena pandemia, sí, y tras despedir entre abril y mayo al 25% de su plantilla, con los equipos de Marketing, Diseño y Operaciones como principales afectados; intentando proteger al máximo a los desarrolladores.
Un duro movimiento que les ha dado la razón. Entre julio y septiembre las reservas fueron un 28% inferiores a las del año anterior. Una cifra no tan alarmante salvo si se compara con el crecimiento de tres dígitos anuales al que estaban acostumbrados.
A la vez, pivotaron la estrategia de producto. Minimizaron las experiencias compartidas, dejaron de lado las reservas de corto plazo, e impulsaron los alojamientos prolongados. Se convertían así en una opción de alquiler intermedio, ya sea para trabajadores que necesitan aislarse, como aquellos que huían de su residencia habitual para trabajar en remoto durante la pandemia.
Los fundadores
El trío fundador ha sabido repartirse los papeles: Brian Chesky, CEO, Nathan Blecharczyk y Joe Gebbia, que arrancaron la empresa en 2008 se complementan. Mientras que Chesky es la cara visible, Blecharczyk es el más técnico, con un perfil más bajo, y con Gebbia en el lado más creativo, buscando nuevas formas de mejorar y lanzar productos.
Los hoy billonarios, fueron los mismos que en 2008, se financiaron vendiendo cajas de cereales con los dos candidatos a la Casa Blanca en ese año McCain y Obama. Consiguieron 30.000 dólares para seguir promoviendo su startup. Esta ingeniosa idea les permitió entrar en Y Combinator, la gran escuela de Silicon Valley. La misma de dónde han salido Dropbox, Stripe, Twitch, Instacart o Coinbase.
Allí les enseñaron a fijarse en las métricas verdaderamente importantes y, por encima de todo, escuchar a los clientes. Por eso se fueron a Nueva York, su mercado principal entonces, para conocer las impresiones de los anfitriones. Fue así como descubrieron que fallaban las fotos. Se compraron una cámara de calidad y priorizaron algo que se ha convertido en un distintivo: generar deseo, conseguir que apetezca quedarse en esos acogedores hogares, en esos espacios singulares que enriquecen la experiencia frente a la frialdad de los hoteles al uso.
¿Quiénes ganan con la IPO?
Pero, ¿quiénes son los grandes ganadores de esta esperada IPO? En primer lugar, los fundadores, con Brian Chesky, su CEO, al frente. Suya fue la idea inicial de inflar unas colchonetas a modo de camas y ofrecer un desayuno para abastecer la demanda de alojamiento que presentaba una conferencia de diseño en San Francisco. Se calcula que la fortuna personal de cada uno de los fundadores supera los 4.000 millones de dólares que tienen en su poder más del 14% de todas las acciones.
Los empleados más veteranos han ido vendiendo parte de su stock en mercados secundarios, dando paso a inversores que no están tan relacionados con la compañía, pero que se aferran a estas opciones para ver cómo se comportarán en su primer día en el parqué y después decidir una estrategia en diferentes plazos.
En esta caso, la larga espera para salir a bolsa ha tenido consecuencias para el talento interno. Lo que inicialmente era un incentivo, aguantar al menos cuatro años para cumplir con el vesting period habitual, se convertía en una demora prolongada que se agravó cuando comenzaron a fichar directivos de diferentes compañías veteranas para puestos clave. Fue la llegada de los VPs y el éxodo de aquellos pioneros que apostaron todo por el sueño compartido y vieron que, con esos fichajes, se les ponía un techo en su crecimiento interno. El 888 de la calle Brannan se hacía más corporate y menos startup.
Y Combinator toma inicialmente un 7% de cada startup que entra en su programa. Y después se reserva el derecho a mantener ese porcentaje en sucesivas rondas igualando el valor actualizado. Entre los fondos que acertaron desde los comienzos, los grandes nombres de Silicon Valley: Andreesen Horowitz, Kleiner Perkins, Sequoia y Founders Fund.
Un ecosistema propio
Airbnb ha conseguido crear varios nichos a su alrededor y plantar cara a los hoteles sin poseer un solo edificio. Un marketplace puro que ha generado negocios laterales con servicios innovadores sobre su base de alojamiento.
Al igual que Google y Facebook tienen su gran conferencia anual, Airbnb también celebraba la suya, Open, en ocasiones en San Francisco, dos veces en Los Ángeles, ciudad más extensa y con mejor clima, donde abundan los apartamentos en su plataforma. Allí la feria no tenía a los programadores como protagonistas, sino a los dueños de apartamentos que ponían habitaciones o pisos completos en algunos casos, en otros, la casita del jardín, una colgando del árbol o, por qué no, una caravana aparcada en un enclave especial. Estos pequeños empresarios compartían experiencias. Algunos habían creado un sistema para comprar pisos a la vez e ir pagando las hipotecas con las noches de los inquilinos de Airbnb.
Otros estaban dando el paso de entrar en Experiencias, como llamaron a tours, clases y vivencias únicas. Dieron así paso a que pequeños guías pudieran ofrecer sus servicios en su plataforma. Entre las aventuras más demandas: paseos en bici por La Habana, visita a las startups de SOMA (el barrio tech de San Francisco donde tienen su propia sede), un tour por los estudios de Hollywood, aprender a hacer baguettes en París o una ruta de cata de tequilas por Jalisco.
SuperHosts inesperados
En el patio de la conferencia se multiplicaban los stands de nuevos negocios: servicio de copia de llaves con entrega por correo, limpieza antes y después de la llegada de un huésped, cerraduras digitales, comida a domicilio… Todo valía para sacar unos dólares más a esos viajeros con alma de locales.
Pero si había unos protagonistas destacados por encima del resto, esos eran los superhosts, o super anfitriones. Iban con su escarapela distintiva, de Sevilla, Tokio o Vancouver compartiendo conversaciones con aspirantes al galardón. Lo más curioso es que en su mayoría eran jubilados de Estados Unidos. Su avanzada edad y la búsqueda de compañía los convertía en detallistas, con galletitas de bienvenida, consejos para descubrir los mejores locales del barrio, con tiempo para una conversación con un café y abiertos a entablar amistad mientras sacaban un suplemento a la pensión.
Airbnb ya ha madurado. Dejar de jugar en la liga de las startups. Por el camino se han dejado algunos desaguisados. Como los cambios en los centros de las ciudades y las acusaciones de gentrificación. Mientras que Airbnb se esforzaba por mostrar cómo los apartamentos en casas de barrios periféricos hacían que los visitantes consumiesen más y pasarán más tiempo en el destino, promoviendo la economía local, en paralelo, los alquileres en los barrios más deseados pasaban a ser prohibitivos para los locales.