Carmen Pagés es una reputada economista barcelonesa especializada en el futuro del trabajo. Después de catorce años en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en otoño del año pasado decidió emprender una nueva etapa, para centrarse en sus propios proyectos.
Desde el BID, trabajó en crear un "GPS del mercado laboral" para América Latina y el Caribe, una herramienta que rastrea toda la información que generan las bolsas de empleo, para ayudar a las personas a orientar sus carreras profesionales. "Un algoritmo capaz de identificar, en tiempo real, qué está pidiendo el mercado: qué competencias, en qué ocupaciones y en qué ubicaciones", resume la protagonista. "Ahora estamos trabajando en el perfeccionamiento de ese algoritmo".
Esta misión, que ha ido desarrollando en proyectos en colaboración con Fundación Telefónica o LinkedIn, tiene un inmenso potencial ante la progresiva automatización del trabajo.
En esta entrevista, realizada en el marco de su participación en las 'Conversaciones' del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade, Pagés se muestra optimista con respecto al futuro del trabajo… siempre y cuando estemos preparados. No se inquieten, porque nos aporta propuestas concretas y viables para conseguirlo.
- A día de hoy, la tecnología destruye más empleos de los que contribuye a crear. ¿Cree que, igual que ocurrió con las revoluciones industriales anteriores, el progreso tecnológico acabará trayendo generación neta de puestos de trabajo?
No hay ninguna evidencia de que vayamos a estar ante una transformación diferente. Por ahora se cumplen los patrones típicos: algunas ocupaciones se quedan obsoletas, aunque no muchas, y otras nuevas aparecen, que representan otro 10% ó 15%.
Mientras, el grueso de profesiones se transforman y empiezan a demandar nuevas competencias o habilidades. El gran desafío, en mi opinión, está aquí. La mayoría de las ocupaciones se mantienen pero sus trabajadores no son capaces de ejercerlas más. Habrá mucha gente a la que le va a costar subirse a ese tren y que se quedará por el camino. Tenemos que procurar que eso no pase.
- ¿Cómo?
Asegurando que toda la gente que va sufriendo los embates de esos cambios recibe la asistencia que necesita. Sobre todo para los que encuentran más dificultades, los más vulnerables. Es importante que busquemos la manera de ayudarles mejor y de manera más efectiva, a través de políticas activas laborales más eficaces, más relevantes y más costo-efectivas, porque los gobiernos gastan mucho en todo esto pero no lo gastan bien. Ni en España, ni en muchos otros países.
La tecnología puede ser la clave. Es fuente de disrupción pero, a la vez, nos brinda herramientas para enfrentarnos a estos mismos retos. Se trata de usarla en nuestro beneficio.
- En términos cualitativos, ¿qué impacto está teniendo la transformación digital sobre el empleo?
Estamos asistiendo a una polarización del mercado de trabajo. Hay quienes están capitalizando mejor las nuevas tecnologías y les va muy bien. En el otro extremo hay trabajadores precarios; personas a las que les cada vez les cuesta más subirse a ese tren que cada vez va más rápido. En general son trabajadores del sector servicios, ejerciendo tareas que no se han podido tecnificar todavía. El problema en España es que la economía se apoya en gran medida en ese tipo de servicios.
Por otra parte, aparece el debate sobre el trabajo en plataformas digitales como Glovo o Uber, ¿son empleados o autónomos? La legislación laboral será la encargada de dar respuesta a esa cuestión.
Son debates muy presentes no sólo en España, sino en todos los países. Yo soy optimista porque la tecnología nos trae opciones, y por tanto oportunidades. Insisto: debemos hacer un gran esfuerzo por que la tecnología trabaje para nosotros y no al revés.
- Da la impresión de que las plataformas digitales afianzan y agravan problemas estructurales ya existentes. ¿Es así?
No necesariamente. En países donde existe una gran informalidad, la digitalización puede ayudar a reducirla. En Perú, por poner un ejemplo, solamente el 30% de la fuerza laboral son trabajadores con un contrato reglado. La mayor parte de sus autónomos no están registrados, no emiten facturas, etcétera. Pero en Internet se deja un trazo digital y eso hace más sencillo formalizar la actividad económica.
Por otra parte, Internet trae ganancias de eficiencia para muchas actividades. No es lo mismo que existan 5.000 conductores actuando de forma independiente que en una plataforma común.
La cuestión es, ¿quién se queda con esas ganancias de eficiencia? Si todo recae en el proveedor de la tecnología y nada repercute en los 5.000 conductores, se produce desigualdad. Por eso creo que hay que separar la discusión sobre QUÉ innovaciones trae la tecnología y CÓMO repartimos las rentas de esa tecnología.
Aquí la legislación es clave. Siempre digo que no hay que matar a la gallina de los huevos de oro, sino asegurar que los huevos de oro se reparten. Y esa redistribución de riqueza la puede realizar el Estado, previa tasación de las mencionadas ganancias de eficiencia, o las empresas en forma de salarios dignos.
- Muchos países hablan de todo esto pero, efectivamente, pocos han dado con la 'tecla'. ¿Qué políticas públicas permitirían superar con éxito las transiciones laborales de la era digital?
En primer lugar, los gobiernos deben poner en marcha una política de formación continua real. Se trata de asistir a la población en los cambios de carrera que todos vamos a tener que afrontar, con un ojo en la prevención. Me explico: cuanto más relevante siga siendo una persona, más difícil será que pierda su empleo y, en su caso, más fácil le será encontrar uno nuevo.
Un ejemplo de cómo aplicar esto sería convertir el paro en un espacio de recualificación. No sería difícil. El propio subsidio de desempleo podría incorporar ese componente y una herramienta tecnológica podría apuntar qué materias necesita reforzar cada persona. Nadie tiene por qué empezar de cero. Existen muchas profesiones aparentemente inconexas pero que comparten algunas capacidades y habilidades. A través de un algoritmo, podemos encontrar ocupaciones de alta demanda que nos permitan aprovechar el mayor número posible de nuestros talentos, formándonos solamente en lo que nos falta.
En segundo lugar, hay que modernizar la regulación. La Ley necesita mucha actualización. Para eso necesitamos también que las ocupaciones relacionadas con el ámbito jurídico se digitalicen y conozcan bien estos nuevos entornos.
Por último, necesitamos un Estado del bienestar más enfocado en los riesgos del siglo XXI. Cuando se concibió la Seguridad Social pensábamos en los riesgos de salud y pobreza en la vejez, es decir, en la pensión. Pero ¿dónde está el riesgo de obsolescencia, que es tan alto hoy en día? De ahí lo que planteaba antes, de que la prestación del desempleo estuviera enfocada en que nos reciclemos.
- La capacitación digital de la ciudadanía se aborda por lo general a través de proyectos abundantes, aunque quizá dispersos y ajenos a esa personalización en las competencias que necesita cada uno. ¿Cree que erramos el tiro?
Creo que hay muy buena voluntad por parte de mucha gente que trabaja a conciencia en el mundo de la formación, pero creo que la introducción de todas estas tecnologías incrementaría la eficacia de los recursos.
- ¿Le preocupa que le tachen de demasiado intervencionista?
No creo que la redistribución sea algo contencioso. El mercado es muy bueno en producir riqueza, pero no tanto en redistribuirla de manera justa.
Ahí es donde entran las políticas públicas efectivas, que permiten dejar al mercado hacer lo que se le da bien y cubrirlo allá donde no lo hace tan bien. No se trata de evitar que se produzca la riqueza, sino de asumir que las sociedades que no son equitativas tampoco generan mercados sostenibles ni bienestar.
- A modo de conclusión, ¿cómo imagina que evolucionará nuestro contexto laboral en los próximos años?
Me atrevería a decir que el uso de la tecnología para el mercado de trabajo y para guiar nuestras carreras está aquí. Creo que, en muy poco tiempo, todos usaremos masivamente herramientas para ayudarnos a tomar decisiones. De hecho, algunas empresas ya las utilizan. El reto es asegurar que lleguen a todo el mundo, en particular a quienes más las necesitan. De ahí que las políticas públicas sean más importantes que nunca.