Mucho se habla de las puertas giratorias entre la política y la empresa, pero poco del amiguismo que surge en el seno de muchas compañías (ya no hablemos de startups). Compañías en las que sus líderes 'colocan' a personas de su confianza, indistintamente de sus habilidades, en puestos clave de la organización. Medios de comunicación y analistas que compadrean con sus objetos de investigación hasta el punto de perder cualquier objetividad. Ejecutivos y emprendedores que pagan favores a antiguos aliados con sillones cómodos en sus empresas. 'Intermediarios' que usan sus contactos a discreción para crear sus propios chiringuitos sectoriales.
Quizás sea demasiado negativo, pero el amiguismo (que no deja de otorgar oportunidades y favores basados en relaciones personales en lugar de méritos y habilidades) se ha infiltrado en empresas y organizaciones, minando el terreno fértil necesario para la productividad, pero también para el florecimiento de ideas frescas y disruptivas.
Una investigación de Bruno Pellegrino y Luigi Zingales (accesible aquí) analizaba recientemente las causas de la disminución abrupta de la productividad de Italia en la década de 1990. Una "enfermedad", como la describen los autores, que tiene en la prevalencia de la gestión basada en la lealtad en Italia -y no en el mérito- su principal causa. Y afirman directamente que el amiguismo puede ser un serio obstáculo para el desarrollo económico incluso para una nación altamente industrializada como era Italia.
El amiguismo no solo es injusto, sino que también atenta directamente contra la esencia misma de la innovación. La verdadera innovación proviene de la diversidad de pensamiento, de la mezcla de experiencias y perspectivas que chocan y generan serendipias. Cuando las oportunidades se conceden a dedo en lugar de basarse en el talento y la competencia, se cierran las puertas a voces y mentes valiosas que podrían aportar soluciones únicas a los desafíos contemporáneos. Cuando las voces críticas, internas y externas, se acallan a base de vinos y cervezas, desaparece cualquier posibilidad de desarrollar un ecosistema sano.
El amiguismo crea un ambiente tóxico donde la complacencia reemplaza a la excelencia. Los individuos talentosos y capaces pueden sentirse desmotivados al ver cómo sus esfuerzos y logros son eclipsados por relaciones personales. Esto no solo erosiona la moral, sino que también disuade a aquellos con verdadero potencial de contribuir significativamente a la empresa. Provoca que las malas ideas -pero ejecutadas por gente bien conectada- gocen de un halo de magnificencia que emborrona a los verdaderos innovadores. Y todo ello hace que la espiral se vicie hasta un punto de no retorno.
El amiguismo actúa como un freno a la innovación, creando un ambiente donde la mediocridad florece mientras se sofocan las ideas revolucionarias. Las empresas que deseen mantenerse a la vanguardia deben desafiar esta práctica corrosiva, optando por un enfoque basado en el mérito. Y los medios debemos tener esa visión en mente, también los analistas y otros actores del ecosistema. Solo entonces se podrá liberar el potencial creativo necesario para prosperar en un mundo de incertidumbre constante y cambios acelerados.