El aire acondicionado cumplió 120 años en 2022. El invento del ingeniero eléctrico estadounidense Willis Carrier es hoy un signo de confort y modernidad. Pero también una palanca transformadora, disruptiva, que en su día permitió las grandes migraciones a las zonas cálidas del sur de EEUU y hoy es un arma de doble filo que alienta un debate nada despreciable: ¿la climatización artificial debe concebirse como un derecho humano o, por el contrario, como un factor de tan alto consumo energético que acabará cociendo el planeta?
Con el mundo calentándose a toda velocidad, hay quien piensa que, más que un lujo, el aire acondicionado va camino de convertirse en un factor de supervivencia y de inequidad entre naciones ricas y pobres. Tanto que el ex primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, llegó a decir que el aire acondicionado era el invento más importante para el desarrollo de su país.
La otra cara de la moneda es que la refrigeración acelera el calentamiento global por el uso masivo de refrigerantes hidrofluorocarbonos (HFC), gases de efecto invernadero muy potentes y que consumen mucha energía. Una auténtica amenaza para la supervivencia de la Tierra, pero también para la convivencia humana en sociedad.
Según un estudio publicado en The Lancet Planetary Health, a partir de 4.000 millones de tuits localizados en EEUU, los mensajes de odio se multiplican dramáticamente a medida que las temperaturas se vuelven más extremas. Cuando la temperatura sube, aumentan las tasas de suicidio, la delincuencia y la violencia. La gente tiende a mostrar un comportamiento más agresivo cuando hace demasiado frío o calor sofocante.
El debate ha llegado incluso a la ONU y a las cumbres sobre el clima. Aunque el verano en el hemisferio norte apenas tiene unos días, ya está resultando abrasador, con olas de calor desde China hasta EEUU. Mark Radka, jefe de la Subdivisión de Energía y Clima del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente advirtió hace unos días que, en menos de dos décadas, cerca de 1.000 ciudades y 1.600 millones de personas padecerán en verano temperaturas medias de 35ºC, casi el triple que las 350 ciudades que ya las registran.
Sin embargo, incluso con la retirada progresiva de los hidrofluorocarbonos exigida en el Protocolo de Montreal (en la prehistoria, allá por 1987) se prevé que las emisiones de la refrigeración se dupliquen en 2030 y se tripliquen en 2050. Actualmente, suponen el 7% de las emisiones mundiales. Una gran paradoja que tenemos ante nuestras narices. Cuanto más enfriamos, más calentamos el planeta. Y si queremos invertir la tendencia, no podemos seguir enfriando como hasta ahora. ¿Existe la tecnología disponible para hacerlo?
Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), en el mundo existen 2.000 millones de unidades de aire acondicionado. La cifra se duplicará para 2050, sobre todo por la presión de las nuevas economías, como India o Indonesia. Y es lógico alarmarse al pensar que si esta energía se suministra con combustibles fósiles, el aumento tendrá impactos sustanciales en las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Los sistemas de aire acondicionado usarán en 2025 la misma cantidad de electricidad que necesita China para todas sus actividades. En general, la electricidad utilizada para hacerlos funcionar sobrecargará las redes eléctricas y aumentará las emisiones que calientan la Tierra. Esto son evidencias y proyecciones que nos encienden las alarmas.
Ante esta evidencia, ¿es realmente el apagón total una alternativa? No lo puede ser. Tampoco beber más agua, ducharnos más o cambiar de ropa, que son algunos de los consejos que solemos escuchar de nuestras autoridades.
Por supuesto, proteger y alimentar lagos, canales, estanques y humedales en zonas urbanas puede ayudar a refrescar las ciudades. O, como se ha estudiado en Canadá, transformar los tejados de las casas en “jardines” puede actuar como un refrigerante natural.
No obstante, quizás deberíamos comenzar aceptando que una refrigeración adecuada es una necesidad humana urgente en un clima cada vez más cálido. Y que la gran oportunidad se encuentra en buscar tecnologías de refrigeración más ecológicas y fomentar la adopción de energías renovables.
Desde hace un tiempo sigo los pasos de una startup, Transaera, fundada por Mircea Dinca, un profesor del Departamento de Química del Instituto Tecnológico de Masachussets (MIT) que está ensayando el uso de unos materiales que son ya familiares para los seguidores del Nanoclub de Levi. Son los MOF (metal organic frameworks), materiales altamente porosos que, entre otras cosas, permiten extraer pasivamente la humedad del aire mientras la máquina funciona.
Las fascinantes propiedades del MOF provienen de su gran superficie interna y de su capacidad de ajustar con precisión el tamaño de las pequeñas cámaras que los atraviesan. El profesor Dinca desarrolló previamente MOF con cámaras lo suficientemente grandes como para atrapar moléculas de agua del aire. Los describió como “esponjas con esteroides”.
Transaera se fundó a principios de 2018 y ese mismo año recibió el Premio Global Cooling. Se disparó el interés por su tecnología y Transaera recibió 200.000 dólares para entregar prototipos a los organizadores de la competencia. El sistema también utilizó un refrigerante conocido como R-32 con nulo potencial de agotamiento de la capa de ozono y un potencial de calentamiento global aproximadamente tres veces menor que otro refrigerante de uso común.
El hito tecnológico sigue pendiente de desarrollo, pero urge avanzar por estos caminos. Cuando miramos la franja del mundo que se encuentra en los trópicos cálidos y húmedos, queda claro que hay una clase media en crecimiento, y una de las primeras cosas que querrán comprar es un aire acondicionado. Nadie renunciará a ello. Y el dilema se agigantará.