Cada día más de 10 millones de personas cogen un Uber en todo el mundo.
En los últimos años, hemos visto cómo empresas como Uber a través de su app y el ecosistema de vehículos que han creado, han transformado la forma en la que nos movemos, movilizando al mundo de una forma distinta.
El siguiente paso, en el que imaginamos un mundo lleno de coches autónomos, se ve todavía algo lejano, o puede que no. Aunque esta tecnología se lleve desarrollando ya varios años, la normalización completa de la conducción autónoma de los coches es difícil de predecir, ya que está influenciada por muchos factores, incluyendo la tecnología, su regulación y la aceptación pública.
Actualmente, hay varios fabricantes de automóviles y empresas de tecnología que están apostando por seguir desarrollando coches autónomos. Se espera que el número de este tipo de vehículos aumente gradualmente con el tiempo, con pruebas y despliegues limitados en diferentes ciudades y regiones.
Uber, por ejemplo, después de sus primeros acuerdos comerciales con Volvo para lanzar su primera flota de taxis autónomos con los XC90, se ha aliado con Motional para hacer repartos de comida con coches completamente autónomos en Santa Mónica (California). Como curiosidad, tanto California como Arizona son de los pocos lugares en el mundo donde se permite la conducción autónoma de forma legal.
En España, la DGT ya ha anunciado que el vehículo autónomo llegará, y además ha confirmado que la ley de regulación de coches autónomos estará lista en el 2023.
En la legislación española, a fecha de hoy, sólo se permite el nivel 2 de autonomía en la conducción, que, en otras palabras, permite que un asistente de conducción se encargue de mantener el coche en el mismo carril o de gestionar una velocidad crucero, pero siempre de la mano de un conductor. En el máximo nivel de autonomía, que es el nivel 5, la intervención humana o de un conductor no sería necesaria, ya que el vehículo sería completamente autónomo.
En la actualidad los fabricantes ya están vendiendo casi una cuarta parte de sus vehículos con un nivel 3 de autonomía. Vehículos que pueden decidir frenar si detectan un obstáculo o cambiarse de carril si fuera necesario. Sin embargo, al no estar legalizado, todavía no están activos.
La conducción autónoma tiene mucho potencial y puede tener un impacto muy positivo en la sociedad. Por un lado, estos vehículos reducirían significativamente los accidentes de tráfico. La mayoría son causados por errores humanos, como conducir distraído, cansado o bajo los efectos del alcohol o las drogas. Los vehículos autónomos pueden reducir estos errores y hacer que las carreteras sean más seguras.
En cuanto a la accesibilidad, también se puede ver una gran ventaja para personas con limitación de movilidad. Con vistas a optimizar el tiempo y la productividad, aquí las personas pueden usar el tiempo que antes dedicaban a conducir en otras actividades, como trabajar, leer o descansar. Y, por último, desde un punto de vista de eficiencia energética y medioambiental, los vehículos autónomos también pueden ayudar a reducir el consumo de combustible y las emisiones de gases de efecto invernadero. Básicamente, pueden conducir de manera más eficiente, ahorrando combustible y reduciendo la huella de carbono.
Aunque la conducción autónoma tiene muchos defensores, también hay detractores y críticos que alegan varios puntos en contra. Algunos aluden a la falta de seguridad, ya que puede haber riesgos asociados a fallos tecnológicos o simplemente a que los vehículos no estén preparados para circular con condiciones climáticas adversas, calles congestionadas o situaciones imprevistas en la carretera.
La responsabilidad en caso de accidentes también es un punto de debate. Si bien estos vehículos pueden reducir el riesgo de accidentes, también plantean preguntas sobre quién es responsable en caso de un accidente causado por un vehículo autónomo.
Algunos críticos alegan que esta nueva tecnología de conducción puede plantear problemas de privacidad y seguridad de los datos, especialmente si los vehículos recopilan y comparten información de los conductores. Las instituciones reguladoras de cada país o región deben desarrollar leyes y regulaciones claras para la seguridad y la privacidad de los datos relacionados con la conducción autónoma. La falta de una regulación clara puede retrasar su adopción.
En resumen, la conducción autónoma todavía se enfrenta a muchas críticas en cuanto a su seguridad, coste, privacidad y seguridad de datos y responsabilidad en caso de accidentes. Sin embargo, la apuesta y la inversión tan grande de las empresas tecnológicas y fabricantes de automóviles nos hace pensar que esta realidad que parece aún lejana esté a la vuelta de la esquina.
*** Patricia Núñez Sanz es directora de Producto y Operaciones en Lenovo Iberia.