Que 2020 fue un annus horribilis para los eventos presenciales es obvio. El sector tuvo que adaptarse a marchas forzadas, pasar al formato digital o híbrido, o posponer encuentros. La industria sufrió pero resistió. En 2021 resurgió (tímidamente por la covid-19) no sólo por una cuestión de supervivencia económica sino por una necesidad humana: la de volver a vernos.
Como seres sociales, buscamos el encuentro: conversar, aprender y compartir cara a cara, sin mediación de la pantalla. Aunque gracias a internet y a las plataformas de retransmisión y reunión online pudimos –durante la pandemia– satisfacer de forma virtual parte de esa necesidad, claro está que no era, ni es, lo mismo. Tampoco lo es su impacto en la función esencial de los eventos como catalizadores de innovación y fortalecedores del ecosistema, que adquiere otra envergadura cuando son presenciales.
Esta realidad se hizo patente la semana pasada en la undécima edición del Foro Transfiere en Málaga, al que asistí como ponente. Amigos, conocidos, colegas y caras nuevas; centenares de startups, pymes y grandes empresas junto con centros de investigación, parques científicos y tecnológicos, administraciones y entidades de todo tipo se juntaron bajo un mismo techo durante dos días, compartiendo conocimiento, buenas prácticas, aprendizajes y oportunidades; debatiendo sobre el rol de la I+D+i en la reconstrucción de España y cómo impulsarla, sobre los retos de país, y sobre cómo arremangarnos y colaborar para sacar lo mejor de todo esto.
Temas tan relevantes como la soberanía tecnológica, el papel de la ciencia y la tecnología para contribuir al desarrollo y crecimiento del ecosistema de innovación español, la sostenibilidad como elemento estratégico en las organizaciones, el rol de la igualdad de género en la transformación (y de visibilizar a las invisibles) o la transferencia de conocimiento no pueden pasarse por alto.
Esa transferencia de conocimiento es, a su vez, la base de la colaboración mutuamente beneficiosa entre universidades, empresas y el sector público. Es también una forma de retorno de la inversión hacia la sociedad. Una fuerza impulsora para mejorar el crecimiento económico y el bienestar social.
Es importante para que haya concienciación social y política que luego redunde en más inversión. Es también importante para que quienes toman decisiones en aquellos lugares que se pueden beneficiar de ese conocimiento e innovación sepan que existe y que es posible, y que estén dispuestos a innovar adoptando el producto de esa innovación.
La transferencia de conocimiento se da en eventos como este y sirve también para obtener nuevas perspectivas sobre posibles direcciones y enfoques para la aplicación y desarrollo de la innovación, y para seguir investigando. Es una vía de intercambio bidireccional con la sociedad y con el resto de los actores del ecosistema. Pero para que sea bidireccional de verdad hay que tener voluntad no sólo de contar sino de escuchar. Escuchar no para responder sino para comprender, y para ser capaces de desarrollar estrategias colaborativas.
Por eso es crucial que haya espacios físicos para el diálogo donde intercambiar ideas y saber hacer, descubrir, inspirar y debatir. Y también donde, al contrario que en lo online, no podamos escabullirnos y evitar conversaciones incómodas, que son también imprescindibles para afrontar problemas y retos, soslayar obstáculos, llegar a acuerdos y avanzar. Como dice Chris Anderson, el pope de las charlas TED: “Cada paso significativo del progreso humano ha ocurrido sólo porque los humanos han compartido ideas entre sí y luego han colaborado para convertir esas ideas en realidad”.