La adopción de nuevas tecnologías es sinónimo de progreso económico y social. Hasta aquí ninguna novedad: es el mantra que vengo repitiendo cada semana en este espacio para la serendipia. Una premisa a la que he ido añadiendo algunos matices a lo largo de este 2021, desde la necesidad de diferenciar las inversiones en innovación de gran y pequeña empresa hasta el papel que el talento juega en esta dispersión geográfica de las revoluciones tecnológicas.
No podría cerrar el año, en esta última columna del curso, sin añadir un nuevo matiz a esta definición en continua construcción de todo lo que representa la economía digital. En esta ocasión, me gustaría referirme a las implicaciones a largo plazo que se derivan de la adopción temprana de la tecnología, aquellas que van más allá de los efectos directos de su implementación.
La llegada de la electricidad, por ejemplo, trae consigo la posibilidad de desplegar industrias que aprovechen esa capacidad para automatizar muchos procesos de fabricación. También permite mejorar instantáneamente la calidad de vida de los ciudadanos y ofertar nuevos servicios de valor que requieren de esa red energética. Eso es lo tangible, lo inmediato y que todo aquel que proceda a conectarse a la luz va a recibir... pero la clave radica en que hay muchas más derivadas que no se ven a simple vista y que sólo obtienen los primeros en sumarse a esta ola.
Un reciente 'paper' lo explica a la perfección, usando como particular campo de pruebas la Suiza de finales del siglo XIX y, precisamente, la adopción temprana de la electricidad en este país. Así pues, la investigación de Björn Brey (Universidad Libre de Bruselas) constata que las áreas que adoptaron la electricidad de una forma temprana consiguen mantener un mayor nivel de industrialización y mayores ingresos per cápita más de cien años más tarde.
El trabajo analiza cuáles fueron las ventajas a corto plazo para esas regiones y las ventajas que pudieron cosechar antes de que el acceso a la electricidad fuera masivo a mediados del siglo XX. "No sólo el acceso se volvió equitativo, sino que las diferencias en el uso de la electricidad desaparecieron antes de 1929", remarca el informe. Entonces, si la tecnología es la misma y no hay diferencias técnicas que expliquen una diferencia innovadora a un siglo vista, ¿cuál es la razón subyacente?
La explicación responde al principio de la navaja de Ockham: la respuesta más sencilla es la correcta. Y, en este caso, lo más obvio resulta ser la acumulación de capital humano e innovación en estas regiones.
Es relativamente sencillo construir fábricas que aprovechen la electricidad y poner en marcha procesos de producción en cadena. Es igualmente fácil cambiar los hábitos de consumo de los ciudadanos hacia estas nuevas posibilidades. Y, sobre la base de una tecnología constante en el tiempo, resulta lógico que los niveles de adopción de las regiones tempranas y las más tardías tiendan a igualarse con el tiempo.
Lo único que no puede recuperarse -o que resulta más complejo- son los años de profesionales experimentados que han podido trabajar con estas tecnologías, que han desarrollado conocimientos a aplicar en otras innovaciones (relacionadas o no), que favorecerán la evolución o disrupción en mil y un campos. O lo que es lo mismo: la tecnología no fue sino una excusa para que esos 'early adopters' pudieran desarrollar el talento necesario para explorar, descubrir e innovar sobre ella. Y, de ahí, a seguir explotando esas cualidades en un sinfín de nuevos campos.
"La acumulación de capital humano resulta ser un mecanismo importante para la divergencia persistente de desarrollo económico a raíz de la adopción de la electricidad", indica la investigación. "Por el contrario, la electricidad en sí misma no resulta ser un mecanismo tan importante, porque las diferencias desaparecen rápidamente conforme la red de energía se expande y las diferencias en generación de electricidad son pequeñas por su relevancia económica".
*** Nota del autor: parte de esta columna se basa en la investigación The long-run effects from the early adoption of electricity, de Björn Brey (Universidad Libre de Bruselas), cuyo trabajo original puede consultarse aquí.