España siempre ha tenido un problema con la internacionalización de sus industrias. Hemos sido buenos exportadores, pero no estamos entre los mejores en la creación de grandes conglomerados industriales multinacionales.
Si es cierto que el caso de Inditex es un ejemplo. También que las constructoras y algún banco lo han logrado más allá de la expansión en Latam. La privatización de empresas públicas en la época de Aznar fomentó el salto a Sudamérica. Y alguna saga familiar por su dilatada trayectoria lo ha conseguido. Pero en industria no hemos destacado en ello.
Hasta ahora, en la economía tradicional, esa creación de grandes conglomerados venía muy condicionada por el tiempo. Haber gozado de grandes periodos de seguridad jurídica y de tranquilidad política ayudaba. El periodo de dictadura en España dio mucha ventaja al resto de países europeos que también salieron de una guerra, pero con sistemas democráticos que permitían esa estabilidad necesaria.
Ahora en la nueva economía las reglas cambian. El tiempo es menos importante que la ambición, la estrategia de empresa, la de país y la inversión. Haciendo el tradicional repaso a lo mejor de la semana en D+I, podemos ver dos noticias que alimentan este debate.
Por un lado, el martes conocíamos que la suiza ABB compra Asti Mobile Robotics, con sede en Burgos. La compañía española de 300 empleados fue creada en 1982 y tenía sedes en España, Francia y Alemania. El trabajo que ha hecho estos años su principal accionista, Verónica Pascual, ha sido impresionante. Una visionaria.
Las decisiones y las estrategias de las empresas son privadas y totalmente respetables. No cabe la crítica, al menos aquí. No obstante, sí nos queda ese sabor agridulce de, por un lado, contemplar que Asti ha sido un éxito y, por otro, la duda de si Asti no podría haber llegado a ser una ABB más, un gran conglomerado de la industria digital que viene.
Fondo para 'unicornios'
La noticia se conoció un día después de que se presentase el fondo público-privado Next Tech, dotado con 4.000 millones para impulsar la creación de unicornios españoles, las empresas que facturan más de mil millones. La herramienta impulsada por el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital es acertada y ambiciosa, es el segundo mayor fondo de estas características de la UE tras el de Alemania.
Sólo el 8% del capital riesgo español se centra en la escalabilidad de las startups en un país en el que el 15% del sector son ya scaleups, es decir, se han consolidado como empresas.
Pero no sólo bastará con el dinero, debemos premiar, destacar y poner en valor a todos aquellos que más allá de la venta de su empresa en un determinado momento, aspiren a consolidar una gran compañía y a fijar un rumbo de permanencia con capital nacional. No se trata de ideas nacionalistas absurdas, si no de posicionamientos estratégicos como país y de crear referentes a los que imitar.
Esta revolución digital es también una revolución del statu quo, un cambio en las reglas de juego y en la inercia. Somos rápidos y creativos, pero nos falta ambición global en los diseños de proyectos, de ahí la escasez de unicornios españoles. Y, tanto antes como ahora, nos falta capacidad de resistencia a largo plazo.
Cisco nos resitúa
Esta semana teníamos a otro CEO mundial hablando en exclusiva para D+I. Tras su encuentro con Pedro Sánchez, Chuck Robbins, el máximo ejecutivo de Cisco, nos decía en su entrevista que no sólo Europa está en los fondos para la digitalización.
"Esta clase de fondos se están sucediendo en todo el mundo, porque todos los países quieren consolidarse en ciberseguridad, en la digitalización de sus Administraciones o en la educación digital. Quizás en Europa estamos viendo que los gobiernos son más agresivos que otros respecto a que sus administraciones públicas necesitan digitalizarse", nos decía Robbins en pleno periplo por Italia, Francia, Alemania y España.
¿Estaríamos en igualdad en esa carrera si no hubiese venido la pandemia? Quizás no. Porque esa agresividad de la que habla el líder de Cisco no es negativa, si no más bien todo lo contrario. Es la reacción ante el precipicio de la caída de la economía por las restricciones.
El presidente del Gobierno ha recibido estos días críticas en su periplo por EEUU por no tener un encuentro con Biden para compensar el paseito de 20 segundos o por no llevar a grandes empresarios. Quizás la crítica sea justa. En estas páginas no entramos en el fango político.
Pero hasta estas cosas deben cambiar con la digitalización. No creo que vaya con estos tiempos aquellos séquitos de empresarios y periodistas de las misiones tradicionales. El mundo se mueve más rápido y con otros esquemas. Los nuevos líderes mundiales son los digitales y se rigen por otros parámetros. Menos boato y más eficiencia.
Lo que sí debemos vender es que el nuestro es un país muy dinámico con sus fintech, un sector ya de 10.000 empleos, donde se está reinventando la banca. Al igual que Reino Unido y España han sido referentes en el sector financiero, también son hoy la avanzadilla de las fintech como publicaba D+I el martes con datos de la asociación nacional de un sector que tiene 350 empresas emergentes. Una muestra más de que la digitalización es una combinación de disrupción y continuidad. Más que ruptura es avance vertiginoso.
Y lo va a ser también en salud. El martes, en el palacio de la saga de los Borja, los Papas de Gandía, se habló de eHealth. Un acto al que debía haber asistido como alcaldesa Diana Morant, pero que en el ínterin desde su anuncio fue nombrada ministra de Ciencia e Innovación. En el eHealth Future Summit se habló del proyecto público de la Generalitat Valenciana de impulsar la digitalización del sector sanitario y también de los privados que surgen y cómo financiarlos con Next Generation.
Y en ese foro se analizó cómo los profesionales de la medicina y la enfermería o la farmacia van a tener que hacer un claro reskilling en eHealth. Seguro que a unos profesionales tan vocacionales, les da pereza lo digital. Pero a tenor de cómo va a evolucionar su profesión deberán saber al menos cómo relacionarse con la inteligencia artificial o el blockchain, porque éste es un sector que está acelerando especialmente por ese camino. La pandemia ha sido una desgracia, pero no olvidemos que también ha generado muchos ingresos a farmacéuticas y hospitales privados que están pendientes de inversiones rentables. Y su destino va a ser la digitalización.
La semana, digitalmente hablando, ha dado para mucho más. Aunque ésta haya sido, como todos los meses de final de julio, el fin del mundo. Parece que el mundo se vaya a acabar y todos quieren terminar sus asuntos pendientes.
De entre todos los temas destacados de D+I les he reservado dos enlazados para el final. Que además engarzan con esa necesidad de ambición y de crear unicornios que acaben siendo conglomerados internacionales estables.
De un lado, el acuerdo del Ayuntamiento de Logroño y la Fundación Dialnet de la Universidad de la Rioja para seguir impulsando el español como vehículo para la innovación y la ciencia. Llevan ya una década con ello. El castellano, el español o como quieran denominarlo es un enorme activo infrautilizado. En el nuevo mundo digital el idioma tiene mucho engagement, es un salvoconducto privilegiado en la conexión con el cliente.
Y tiene además mercado. Nos lo contaba Rosa Jiménez desde Miami. Allí se ha presentado Traba, una stratup de intermediación laboral que usa el castellano como nexo de unión entre trabajadores y empresas. Casa trabajadores industriales con puestos vacantes temporales. En el fondo, lo que está creando es la continuidad para los discontinuos.
Sus fundadores hacen reflexiones muy interesantes sobre cómo avanzamos hacia una relación muy flexible por ambas partes, empresa y trabajador. Es casi de lectura obligada para los sindicatos. Su mundo y su influencia van a cambiar y mucho. Traba paga por adelantado, pero también transmite la opinión de los compañeros de trabajo. Creen que una entrevista de trabajo no es un método fiable para formalizar un contrato.
Si el mundo laboral privado evoluciona por ahí... la gran brecha actual de condiciones y dedicación entre el empleo público y el privado va a ser ya abismal. ¿Aceptarán los sindicatos públicos sistemas de medición inteligentes e independientes de productividad en la función pública? Esos métodos evitarían el sesgo político que es, teoría, la coraza que sustenta la protección en lo público. Aunque en la práctica todos sabemos que no es por eso...
Pero volviendo al tema con el que arrancábamos, debemos meter al castellano en la ecuación de los unicornios, los fondos, la escalabilidad y el posicionamiento en el mercado global. No ayuda en nada que estos temas entren en el fango de la política. Porque Ayuso haya creado una oficina sobre el español para un ex Ciudadanos como Toni Cantó o porque los independentistas, los nacionalistas o incluso presidentes autonómicos de PSOE y PP traten de amarrar votos con mensajes nacionales en su lengua regional cada vez más habituales...
Por no entrar en el debate de quienes eligiendo en el colegio el castellano como lengua vehicular, ¡ojo, la línea en castellano!, tienen que aprender matemáticas o física en su lengua regional, sólo porque sus colegios concertados reciben más subvenciones si entran en el juego de los votos. Es el envenenado terreno de la confrontación política. ¿Cuánta parte del fracaso escolar viene de que los niños tienen que hacer ese doble esfuerzo de comprensión? Sinceramente ¿van a programar blockchain con matemáticas en valenciano, gallego, euskera o catalán? ¿Eso les servirá para que sus algoritmos sean mejores que los de sus rivales en Boston, Tel Aviv o Tokio?
Destinamos millones para escalar pero les atamos un piedra al pie desde niños. ¿Podemos abrir este debate del idioma en el ámbito de la digitalización? Si queremos unicornios y escalabilidad, debemos dejar de hacernos trampas y de bloquear una rampa de lanzamiento privilegiada como es el idioma. El castellano debe entrar en la ecuación del éxito... ¿Y por qué no?
** Rafa Navarro es editor de D+I y CEO de Inndux.