Hace aproximadamente dos meses, mientras jugaba al pádel, me caí de la manera más tonta y no me hizo falta consultar ninguna página web para saber que me había roto la muñeca. El dolor, tan diferente de los otros dolores de mis otras caídas anteriores, no dejó lugar a ninguna duda.
Una vez en casa y con el diagnóstico en la mano –“Fractura extremidad distal de radio derecho V Frykman. Conminución fragmento”– yo, que soy de naturaleza curiosa, me puse cual posesa a buscar información en internet, y creedme hay que ser curioso para en “el lecho del dolor” encender el ordenador y mecanografiar con la mano izquierda una a una las letras de tan críptico diagnóstico… ¿V Frykman? ¿Conminución fragmento?
Esto traducido a un idioma asequible al común de los mortales quería decir que me había roto el radio en la parte más próxima a la muñeca y, además, de propina, me enteré de que el hueso había tenido la feliz idea de romperse en trocitos y desplazarse levemente, lo cual parece ser más habitual en mujeres de una edad…llamémosla, interesante.
Esto, que no deja de ser una anécdota en la que se pueden ver reflejados muchos lectores, se ha convertido para otros muchos en un trastorno mental con nombre propio: cibercondría.
El término de cibercondría o hipocondría digital no es un concepto nuevo. Esta palabra se acuñó hace casi ya 20 años, en los prolegómenos de internet, en una época en la que había un creciente interés por los aspectos negativos de este nuevo medio y una fascinación informativa relacionada con los casos de “adicción a internet”. Esta explotación sensacionalista del término puede ayudar a entender por qué éste no fue tomado en serio dentro de la investigación clínica durante más de una década.
A grandes rasgos podríamos definir la cibercondría como un patrón excesivo y/o repetitivo de búsqueda de información en internet sobre síntomas, diagnósticos e incluso tratamientos que se asocia con un aumento de la ansiedad o el malestar por la propia salud.
La pandemia que está azotando el mundo ha supuesto un terreno fértil para la cibercondría, tanto por el miedo inducido al covid-19 como por la incertidumbre asociada al desconocimiento sobre esta nueva enfermedad para la que nadie estaba preparado. La constante actualización de la información que se podía encontrar en línea, así como la dudosa fiabilidad de esta, ha dado lugar a la exacerbación de los cuadros de ansiedad de una importante parte de la población mundial.
De hecho, en España, y según Aegon, una de las mayores aseguradoras del mundo, que hizo el 'Estudio de Salud y Estilo de Vida en Octubre del 2020', más de la mitad de los encuestados (53%) reconoce usar buscadores de internet o redes sociales para autodiagnosticarse y casi el 62,29% de las personas que se automedica dice buscar información también en la Red.
Todo ello deja claro que es absolutamente necesario desarrollar sistemas de salud digitalizados que pongan al alcance de la población general, herramientas que les permitan mantener una comunicación rápida, eficiente y continua con su médico de cabecera o incluso con su especialista.
Mediante la asistencia remota a través de dispositivos conectados y el uso de tecnologías como la inteligencia artificial, el big data o el internet de las cosas, la telemedicina que en Europa se considera tanto un servicio sanitario como un servicio de información, se presenta como un instrumento clave para conseguir una sanidad más sostenible y mejorar la salud de las personas.
Muchas sociedades médicas privadas están identificando oportunidades para integrar las maniobras de autoexamen en las videoconsultas para ayudar al diagnóstico. El uso de pequeños dispositivos, como los relojes inteligentes, que nos ofrecen la posibilidad de llevar un control sobre determinados aspectos generales de nuestra salud, permitirá en un futuro no muy lejano medir y transmitir información fiable sobre nuestra presión arterial, saturación de oxígeno y otros signos vitales habilitando nuestros hogares como una extensión de la clínica. Además, el rápido desarrollo de los avances científicos y tecnológicos en robótica, sensores, inteligencia artificial, genómica, análisis de datos/informática, nanotecnología y realidad virtual proporcionan una base sólida para prestar una medicina de precisión.
Pero los avances tecnológicos enfocados al sector de la salud no terminan ahí, los consultores virtuales o chatbots que son programas informáticos preparados para mantener conversaciones humanas inteligentes utilizando un lenguaje natural, han demostrado ser una excelente herramienta a la hora de hacer una primera evaluación del paciente. La tecnología está basada en técnicas de inteligencia artificial. Los pacientes pueden describir sus síntomas, sin necesidad de utilizar tecnicismos o tener ningún tipo de conocimiento médico; y el programa, que tiene acceso a enormes bases de datos médicas, es capaz de correlacionar dichos síntomas con enfermedades y guiarnos sobre el curso de acción a seguir, ya sea buscando atención urgente o asesorando sobre formas de auto tratamiento.
Los chatbots han demostrado también ser una herramienta muy útil en el tratamiento de determinados trastornos del ánimo tales como la depresión, el trastorno de estrés postraumático o la ansiedad a través de la aplicación de terapias cognitivo-conductuales. La posibilidad de interactuar con ellos 24 horas al día o de hacerlo a través de mensajes de texto ha demostrado ser una excelente alternativa para aquellos pacientes que prefieren una interacción digital a una humana, ya sea por consideraciones pragmáticas (por ejemplo, una persona a la que por cuestiones de trabajo o familiares le sea imposible acudir a una consulta presencial), o por razones más psicológicas e interpersonales (por ejemplo, alguien con trastorno del espectro autista para quien la falta de conexión humana con un chatbot puede ser útil).
La telemedicina está aquí para quedarse, no sólo como una herramienta asistencial sino también como un mecanismo para transmitir información, cuya aplicación puede facilitar la participación de los usuarios, mejorar la calidad del sistema y modificar los hábitos de salud de la población, con los beneficios asociados que ello supone, a nivel de ahorro de costes innecesarios y mejores relaciones coste/beneficio.
*** Elena Ceballos es Marketing Manager Cinema Products Europe & Latam de Dolby.