Había que celebrar el Mobile World Congress 2021 como fuera, incluso a costa de que resultara una edición deslucida o de complicada comparación con las anteriores. Esa era la máxima, compartida por todos en los mentideros del sector, y así ha sido.
Comentaba mi compañera Elena Arrieta este lunes que el valor de la feria en este año radicaba más en su relevancia para el país y para Barcelona, y razón no le falta. El MWC 2021 no ha rozado siquiera las cotas de participación -ni de asistentes ni de empresas expositoras- de sus primeros años en la Ciudad Condal. Pero el riesgo de perder dos años consecutivos esta cita, mientras sí se celebra su homóloga china, era demasiado grande como para permitirnos el lujo de esperar a que las aguas de la pandemia de calmaran del todo.
En Disruptores e Innovadores hemos acudido a la cita, con las plumas expertas de Alfonso Muñoz y Marta Sardá presentes en la Fira Gran Vía, con esa visión de partida: se trataba de una edición de transición. Necesaria e innecesaria como nunca antes.
Innecesaria porque no ha habido grandes anuncios en la arena profesional. Las tendencias que se han comentado esta semana -la llegada de la 5G (real ya) o la inteligencia artificial- no distan mucho de las ya tratadas en todas las ediciones del último lustro. Solo la ya manida aceleración de la transformación digital a causa de la covid-19 ha servido como actualización de unos discursos que empiezan a sonar a bucle pernicioso.
Tampoco la presencia de grandes ejecutivos ha estado a la altura de otras convocatorias del Mobile World Congress. Pese a ello, hemos podido conocer las estrategias de los líderes de colosos como IBM, ZTE o Accenture, así como de Verizon, AWS, Qualcomm y Kaspersky. Sin nada realmente disruptivo que anunciar, lo importante de su participación era mostrar ese apoyo esencial a una feria que lo ha sido todo para el sector de las telecomunicaciones y, posteriormente, también para el digital.
Pero necesaria por lo que introducía al comienzo de esta columna: había que celebrar la feria, había que demostrar la capacidad de adaptación de nuestro país para albergar uno de los mayores eventos tecnológicos del mundo. De hecho, la presencia institucional -ya habitualmente profusa- ha sido extraordinaria en esta ocasión. El MWC ha servido incluso para captar la foto de la ¿posible? reconciliación entre los gobiernos español y catalán... al menos con un objetivo compartido como es la pervivencia de la feria en nuestro país. Ahí es nada.
Me quedo con una sensación agridulce, injusta seguramente ante el esfuerzo de la organización por llevar adelante un evento de este calado en unas circunstancias tan difíciles como las que vivimos. Pero con una cierta alegría, en tanto que el objetivo principal se ha cumplido: mantener viva la llama del Mobile en Barcelona, con el mismo espíritu de superación y gloria internacional que representó el pebetero olímpico en 1992.