En 1995 se estrenó la película Get Shorty, traducida al español como El nombre del juego. En la cinta, un fabuloso John Travolta interpretaba a un mafioso (Chili Palmer) que, por esos azares del destino, acababa convertido en productor de cine acosado por los fantasmas de su pasado.
El anhelo por escapar del pasado no es nada nuevo, ni mucho menos algo que Barry Sonnenfeld discurriera originalmente para esta película. Hay quienes quedan mirando fijamente a lo ya vivido ("cualquier tiempo pasado nos parece mejor", que cantaría Karina) y otros, la mayoría, que se afanan en encontrar en el futuro la respuesta a todo lo que no pueden conseguir en el presente.
Podríamos poner mil ejemplos de este fenómeno en el ámbito tecnológico. El más obvio sería, sin duda, las mil y una promesas llegadas cual maná con los fondos europeos de recuperación. Con apenas un 33% de una partida de 140.000 millones de euros, queremos que España pase al liderazgo mundial -ahí es nada- en campos como la inteligencia artificial, blockchain o ciberseguridad. Considerando que sólo Apple ha anunciado una inversión en Estados Unidos de 355.000 millones de dólares en cinco años, ese aparente infinito maná se queda en poco más que un aperitivo.
Pero podemos alejarnos del ejemplo típico y caer en los lares más técnicos, si me lo permiten. Una vez consolidada la era de la nube, los ingenios del marketing en la industria tecnológica están buscando cómo vender la siguiente gran ola TIC. Con permiso de otras tendencias transversales, me refiero al próximo modelo de despliegue de las capacidades tecnológicas que, en virtud de la regla no escrita de que a todo período de centralización le sigue uno de descentralización, esta vez nos lleva al borde de la computación.
El edge computing no es nuevo. Incluso algunos segmentos industriales llevan usándolo, sin saber que así se acuñaría, desde hace décadas. Pero parece que es ahora, magia de la 5G y el IoT, cuando se asentará como la norma predominante.
Y no se confundan: nada invita a pensar que no será así. Sobre lo que sí albergo más dudas es sobre las implicaciones trascendentales, la revolución a todos los niveles, que muchos anticipan con el advenimiento del edge. Esos mensajes de transformación radical que interesan a los equipos de publicidad pero que, en la práctica, guardan poco o ningún sentido.
Esta semana, Red Hat celebró su evento anual, con la presencia de un sinfín de clientes y una pasarela de sus socios en la nube híbrida (IBM, su matriz, pero también AWS, Microsoft o Google). No hubo demasiadas sorpresas en la cita, más allá del lanzamiento de Openshift Plus: una constatación del poderío del sombrero rojo en este campo, en el que fueron pioneros como me confesó su CEO Paul Cormier hace un año, y su decidida apuesta por áreas en ebullición como los contenedores.
Pero, durante una sesión con la prensa, Cormier ahondó precisamente en el edge computing. Y lo hizo, como es habitual en este hombre campechano y sincero, rompiendo cualquier misticismo al respecto: "El futuro estará plagado de aplicaciones y servidores en todos los lados, hasta el borde. Habrá que verlo como un todo y redefinir cuáles son las mejores aplicaciones en cada caso. Pero en última instancia, los cimientos son los mismos que ya tenemos ahora mismo".
"En la industria de las telecomunicaciones, retail o industria, la plataforma de edge es muy similar a lo que ya tenemos ahora mismo. La diferencia está en su uso para diferentes aplicaciones y la clave estará en dar diferentes opciones a las empresas", continuó Cormier, que culminó con una frase que ya conocen: "Ese es el nombre del juego".