¿Qué deseamos poner en la mayor parte de nuestras vidas inmediatas, el mundo (real) o sus 'representaciones'? Y en todo caso, ¿cuál de estas dos opciones nos podrá hacer más felices?. Me refiero a 'representaciones digitales' o virtuales de algo real del mundo físico, por supuesto.
Durante siglos, esta respuesta fue tan obvia como la de elegir entre dedicarse a soñar o a seguir despierto. Pero ahora mismo resolver este tipo de dilemas se ha vuelto mucho más complejo y menos obvio. En parte, porque el equilibrio en nuestras mentes y cultura entre lo real y lo representado ha cambiado por completo. Es un efecto más de enfrentar la limitada atención de las personas a una gigantesca cantidad de información que llega cada día hasta cada uno, con consecuencias radicales en sus vidas. El lugar ubicuo de esta confrontación lo señala una frase de Henry Jenkins; "donde los antiguos y los nuevos medios colisionan".
Durante mucho tiempo, para 'ver' las mejores 'representaciones' artísticas del mundo había que ir, –lo digo resumiendo–, a museos para las visuales y a la biblioteca para las textuales, pero ahora mismo ya no necesitamos ir a ningún lado. Esas representaciones del mundo y de todo lo que contiene han cambiado de paradigma, escala, dimensión, cualidad y vienen a cada uno de nosotros en medio eso sí, de una masa de desinformación y propaganda no solicitada, pura polución cognitiva.
Cambios que pueden dañinos o satisfactorios (según para quién, y según su grado de aburrimiento, y el tipo de curiosidad que les mueva). Esas representaciones se clonan y multiplican constante y digitalmente hasta el infinito. Se han vuelto ubicuas y omnipresentes (dos atributos hasta hace poco religiosos y exclusivos de las deidades). Persiguen nuestra atención hasta cualquier lugar a donde vayamos, o en el que nos encontremos, gracias a las pantallas a las que siempre llevamos con nosotros en nuestro smartphone, o al resto de pantallas conectadas que nos salen al paso y que también han colonizado en el mundo entero en donde nos 'observan' como un Gran Hermano 'centralizado', pero ya no único como lo describía Orwell en su 1984 sino distribuido, algoritmizado y también ubicuo.
El valor en 'lo digital'
Volvamos al dilema inicial pero en términos de economía y negocios, dos ámbitos cuya separación con nuestra vidas privadas ha sido borrado. ¿Qué mercado es hoy más rentable para una empresa, el del mundo real o el de sus representaciones, –por supuesto, digitales-?.
Hoy, la maximización de valor y beneficio -en la segunda digitalización en que estamos- se consigue con más éxito esencialmente con cosas digitales, objetos inaprensibles (con el significado en sus dos acepciones a la vez), puras 'representaciones'. ¿Qué son si no, los anuncios digitales en la red que inundan nuestro ojos?. Bien es verdad que existe un criterio previo sobre lo que es el 'valor' muy a lo Milton Friedman... Se suele decir: algo vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por ello. Una conocida frase en esa línea de pensamiento del famoso especulador financiero Warren Buffet dice que "el precio es lo que se paga, el valor es lo que obtiene", –creo que al decir eso, él ya está pensando el precio que alguien podría pagar en la siguiente transacción, y así sucesivamente–. A mí, al contrario, oír la palabra 'valor' lo que me trae a la mente es una reflexión en una sola frase del poeta Antonio Machado: "Es de necios confundir valor y precio". No se si Buffet la conoce, a pesar de su conocido cinismo. Probablemente él, y muchos como él, están hechos de otra pasta que el citado poeta.
Pero, ¿es válido ese pensamiento de Machado para el mundo digital, del que es característica central la infinita clonación de representaciones? Pues no parece si vemos qué está pasando. Las empresas con más beneficios, éxito e influencia del mundo global ya no son las dedicadas a fabricar y vender mercancías físicas sino a comerciar agresivamente con inmensas magnitudes inmateriales de datos digitales –la 'gasolina' del siglo XXI les llaman–, puros clones creados en tiempo real por una inmensa multitud de máquinas que habitan en remotas granjas de servidores, por una maquinaria cibernética que funciona, aunque no solo, usando el poder del alma inmaterial que habita en el silicio. Maquinaria totalmente insostenible que contribuye grandemente al calentamiento global. La industria digital global tendrá que mirarse esto pero, mientras tanto, su paradigma ya se ha vuelto dominante.
Tecnolacras sociales y vértigos del dinero virtual
Naturalmente, contagiarse de las nuevas 'tecnolacras' sociales –efectos secundarios causados por lo viral de las plataformas de red social–, relacionadas con el dinero virtual, se lo pueden permitir los flaneurs digitales, pero no, por ejemplo, los líderes empresariales ya que les llevaría a tomar decisiones equivocadas y poner en peligro su empresa en la coyuntura actual, en la que igual que una startup puede convertirse en horas en un 'unicornio'. También una corporación puede dirigirse a un abismo económico y volverse irrelevante en el mercado a casi a la misma velocidad (recordamos lo efímero de la prometedora existencia de la empresa Theranos que, en total, duró 15 años). ¿Quién quiere que su empresa dure 15 años?. Solo quien la funda solo para especular y venderla.
Tim O'Reilly acaba de diagnosticar con precisas palabras lo que nos está ocurriendo con el mundo digital global. Dice Tim: "Sospecho que llegaremos a aceptar la ciencia basada en el aprendizaje automático, al igual que hemos aceptado los instrumentos que nos permiten ver mucho más allá de las capacidades del ojo humano. Pero si no comprendemos mejor a nuestras 'máquinas ayudantes', es posible que las conduzcamos por caminos que nos lleven al borde del precipicio, como hemos hecho con las redes sociales y nuestro fracturado panorama informativo.... Un paisaje fracturado que no es lo que se predijo: los pioneros de Internet esperaban el advenimiento de la libertad y la sabiduría de las multitudes; no que todos estuviéramos bajo el control de gigantes empresariales que se benefician de un mercado de desinformación (o sea, de falsedades). Lo que inventamos no ha resultado ser lo que esperábamos. Internet se ha acabado convirtiendo en la materia de nuestras pesadillas más que de nuestros sueños".
Todo esto está relacionado con supuestas 'nuevas' economías que no son tales, pero que prometen, (también dicho en la jerga) una 'monetización' salvaje y rápida. Algo muy improbable, asimétrico y más allá de nuestro control, pero al alcance del de otros.
La ignota economía digital de los NFT
Pondré ahora ejemplos de sucesos actuales que ilustran en concreto todo lo anterior. Hechos que han surgido un breve lapso de tiempo en la brillante espuma de las olas de lo viral global, solo unos días atrás. Me refiero a los "NFT", esos mecanismos digitales que permiten comprar y vender la propiedad de artículos digitales únicos (esta expresión es un oxímoron), y hacer un seguimiento de quién los posee utilizando una 'cadena de bloques' de tecnología blockchain. NFT significa, traducido "token no fungible", y técnicamente puede ligarse a cualquier cosa digital, incluidos memes, imágenes, gráficos
GIF animados, canciones, elementos de videojuegos, etc. Un NFT, que es algo digital, gracias a la criptografía puede ser 'etiquetado' como único, como si fuera un cuadro de pintura de la vida real, o una copia física de muchos, como los cromos, pero la cadena de bloques (la tecnología blockchain) es quien lleva la cuenta en un conjunto de pasos, garantizado por firma electrónica digital, de quién es el propietario del archivo digital.
El primer ejemplo es una noticia algo críptica, adjetivo perfecto para este caso. El pasado 12 de marzo, en la web del diario digital Bloomberg LP en el titular (traducido) podía leerse publicado en negrita: "Crypto Whale de Singapur es el comprador de la NFT por 69 millones de dólares de Beeple". Y el subtitular debajo, con la firma de James Tarmy, aclaraba: "Metakovan, el fundador anónimo del fondo de inversión NFT Metapurse, fue confirmado por Christie's como el comprador".
El artículo posee los ingredientes y la fórmula para obtener atención en el mundo digital hoy: combinar 'notoriedad global', cifras económicas asombrosas y promesas especulativas. Bajo el citado titular hay una imagen en forma de recargado mosaico de múltiples y pequeñas imágenes que no transmiten al verlas mensaje inteligible alguno. Para explicarla, el pie de foto (traducido) dice: "Los primeros 5.000 días, de Beeple, se vendió por 69,3 millones de dólares, tasas incluidas, en Christie's el 11 de marzo de 2021. Fuente: Christie's".
Descifro mínimamente la 'jerga': "Todos los días: Los primeros 5.000" es la obra gráfica' digital creada por el 'artista' Beeple, 'conocido' por obras parecidas, y por la que se ha pagado el jueves, en una puja en la famosa casa de subastas Christie's, una cifra 'récord' en el mundo del arte: 69 millones de dólares. Es lo máximo que se ha pagado hasta hoy por una 'obra de arte digital'. Y la tercera mayor, –en el ranking de más altos precios pagados hasta ahora a nivel mundial en el arte contemporáneo–, tras un cuadro de Jeff Koons y otro de David Hockney que son hoy pintores más cotizados en subastas de arte contemporáneo, que cualquier otro artista vivo en el mundo. La diferencia es que lo vendido, la obra "Todos los días: Los primeros 5.000 días", no es un cuadro sino un copioso mosaico de pequeñas fotos digitales visibles en pantalla.
Los propios vendedores de Christie's aseguran en su certificación que la obra vendida es, al tiempo, digital y 'única' ¿Cómo es eso posible? La explicación es que los millones de pixels que la componen están ligados a un 'Token No Fungible' (NFT), es decir un identificador único e insustituible creado por un algoritmo y ligado a una cadena de bloques de tecnología blockchain que lo autentifica sin ninguna duda, e impide específicamente (es un decir) duplicarlo o clonarlo.
Según estos certificadores se puede duplicar cualquier copia de él pero no este 'original'. Su algoritmo 'acuñado' en la pieza (conceptual, no físicamente) lo impide y es el que garantiza su singularidad única. Es una pieza 'única' porque se ha creado ad hoc para ella una 'escasez digital artificial'. Una paradoja conceptual enorme entre lo que es único y sus representaciones, porque es sabido que, la de los clones digitales, es una economía caracterizada abrumadoramente por la abundancia.
Cualquiera sabe ya que toda pieza digital (en forma finalmente de unos y ceros) es clonable y reproducible infinitamente. Se puede ver ahora mismo que, esta 'singularidad irreproducible', está conviviendo con millones de reproducciones de ella misma que millones de medios y usuarios conectados están multiplicando, cada vez que se conecta un usuario, cada vez que alguien la reenvia por whatsapp, cada vez que un periódico la coloca en su Web, y cada vez que un lector entra en la página. Todo el mundo que la ve en la red, mira un clon distinto de ese copioso mosaico digital de los '5.000 días'.
Convertir en arte vendible una singularidad digital
Y ¿cómo funciona 'convertir' en arte vendible estas singularidades llamadas NFTs?. Veamos. Un NFT es un token criptográfico, que, a diferencia de las criptomonedas como el bitcoin y muchos 'tokens de red' o de 'utilidad' (los tokens de utilidad son un tipo de criptodivisa que representa el acceso o el descuento a un producto o servicio), no son mutuamente intercambiables, y por lo tanto no son fungibles (fungible es algo que se 'consume' o se 'gasta' con el uso, por ejemplo el contenido del cartucho de tóner de tu impresora).
Un NFT se crea 'subiendo' un archivo, como una 'pieza' digital de arte, a un mercado de subastas de NFT, como, por ejemplo, son KnownOrigin, Rarible u OpenSea. Al hacerlo se crea clon digital del archivo registrada en el libro de 'contabilidad digital blokchain' formando un NFT. Dicho NFT puede entonces comprarse con criptomonedas y revenderse. Los NFT se utilizan para comercializar piezas digitales, como arte digital, artículos de videojuegos o música y otros. El arte digital tenía un problema que es que, a diferencia del arte físico, no tiene un medio preexistente para reconocer la autenticidad; así mediante los estos tokens se consigue crear una escasez artificial 'verificable' en el ámbito digital, así como una propiedad digital, y la posibilidad de interoperabilidad de estos activos en múltiples plataformas. Y a partir de aquí, está en el papel de cualquiera creer que todo esto es verdad, porque lo dicen la matemática y los algoritmos. Pero una vez que lo has asumido ya has entrado en el espacio de las 'creencias digitales' NFT, es decir, en una tecnoreligión, como las llama el filósofo Javier Echeverría.
Hace años que esto funciona. Beeple, el mismo 'artista' autor de la citada " Los primeros 5.000 días", ya vendió por 6,6 millones de dólares otra 'obra', -aquí usamos la jerga artística de los curators-, que muestra a un 'Trump' desnudo y derribado en el césped de un parque, que muestra un 'Loser' tatuado en su brazo, mientras a su alrededor los transeúntes pasan ignorándole como si él no estuviera allí.
Por supuesto, en estas 'piezas' no existe la información típica del mercado del arte sobre técnica pictórica, tamaño en cm., etc. porque al contrario de lo que ocurre en cualquier obra mostrada en museo o galería, eso es aquí irrelevante y lo que importa es la autenticación de su NFT.
Otro caso. En agosto de 2020, el Museo de Cripto Arte (MOCA) hizo historia con la mayor compra en el mercado de arte NFT Nifty Gateway de ese momento, adquiriendo la pieza "Picasso's Bull" obra del artista Trevor Jones por 55.555,55 dólares pagados en 'Ethereum' (moneda digital criptográfica). Una venta que Nifty Gateway describió como 'hito' importante en el mundo del arte ya que, -afirma sin despeinarse–, que validó las NFT como un 'nuevo medio de arte'. 'Arte' no físico sino sólo 'representación digital' (con las inherentes propiedades que eso supone). Multitud de conversos a lo digital que sí lo creen nuevo (aunque no lo sea). Y les importa porque viene del contexto de algo que es, o ha sido viral, esa moneda de 'notoriedad' típica de las redes sociales. No importa que se trate de la 'representación', de una representación, de otra representación,... y así sucesivamente, en una cadena que puede alargarse hasta el infinito, siempre en modo digital y sin las limitaciones de una representación física.
Los catecúmenos digitales adoran estos brillantes becerros dorados, perciben los citados sucesos como una nueva especuladora y artística 'moda' de la industria de la 'notoriedad digital', sea con 'falsificaciones profundas' o no, en la que la diferencia entre verdadero o falso es irrelevante, siempre que sea ¡guay!.
Pongo otro ejemplo contundente con los mismos ingredientes y otro protagonista con mucho poder viral. El fundador y CEO de Twitter, Jack Dorsey (con 5,3 millones de fue el primero de los miles de millones de tuits toda la historia de la plataforma, solo que ahora convertido en NFT, y por el que la oferta más alta ha llegado a pagar 2,5 millones de dólares. Señalo que, en realidad, no es exactamente aquél inicial que publicó, sino una 'representación' digital dicho tuit, que ha tenido a bien clonar para hacer 'su' NFT, y que además convive ahora en la red con millones de clones visualmente indistinguibles al publicarse la noticia en millones de lugares de Internet (por ejemplo en cada pantalla de sus millones de seguidores donde cada persona que ve ese mismo tuit en la red, ve un clon diferente).
Ocurre con cada uno de esa multitud expandida, con tantas personas como miren sus cuasi-infinitos clones en la red. De ahí la confusión entre lo 'físico único' del mundo real, y lo 'supuestamente único', cuando sabemos se trata de una entidad digital. Hay aquí en realidad una clara confusión entre 'representaciones' ¿Diferencia entre original y copia?; lean con calma a Walter Benjamin (en Sobre la fotografía, de Pre-textos), al respecto. Simplemente aquí a una de las copias se le 'engancha' un Token No Fungible (NFT) que, ¡zas! certifica que ese es el auténtico y los demás, –o sea, los millones restantes–, no lo son. Lo dice el algoritmo criptográfico. Pero, naturalmente, si quieres quedar convencido, debes combinar el ser un creyente digital practicante, además de que las matemáticas algorítmicas encriptadas y la blockchain te lo señalen como tal.
Hoy, basta con esta combinación de notoriedad, 'supuesta novedad' y dinero, para que estalle el frenesí en las redes sociales y el mundo especulativo económico de los inversores digitales 'de riesgo'. Pero las modas digitales también son una ficción. Otro ejemplo aún más contundente. En octubre de 2020, el coleccionista de arte afincado en Miami, Pablo Rodríguez-Fraile, pagó 67.000 dólares por una 'obra de arte NFT' consistente en un vídeo digital de 10 segundos de duración que muestra un 'mate' en un partido del famoso jugador de baloncesto la NBA Lebron James. Tres meses después, la última semana de febrero, lo vendió por 6,6 millones de dólares. Como informa Reuters, OpenSea, un mercado de NFT, ha visto crecer sus ventas mensuales desde los 8 millones de dólares de enero, hasta 86,3 millones de dólares en marzo de 2021. Así crece la cosa.
Según Rajan Singh, estas formas de arte digital, los NFT, "son un catalizador emergente en la transformación de las economías del ecosistema creativo, porque por fin cualquier pieza de arte digital puede ser comprada al mercado global descentralizado respaldado por la red descentralizada Blockchain." Y sus piezas artísticas tienen el aspecto de coleccionables digitales, artículos de juegos, obras de arte digitales (GIFs animados, diseños, etc.); entradas para eventos concretos, nombres de dominio e incluso los nombres de usuario en Twitter y Facebook. Todos ellos son ejemplos de bienes digitales que pueden registrarse como NFT en Internet.
Finalmente, estas acciones pretenden crear artificialmente una 'escasez digital' más que para dar valor, para crear especulación económica alrededor de la 'pieza', –algo que va en contra de la esencia misma de lo que caracteriza a lo digital–. Por eso, quienes mueven todo esto 'huelen' a más a ser herederos y aprendices cibernéticos del conocido comportamiento extractivo global que exhiben los gigantes tecnológicos, que a que a "potenciar la autenticidad y la propiedad de objetos digitales de colección y bienes digitales únicos" para que vivan de ello los artistas. Si quieres creer a Singh puedes hacerlo. Hay gente no-escéptica de esta pseudo-modernidad, o posmodernidad que le cree. Pero no es mi caso.
Dicho lo cual, volvemos la elección sobre la que me preguntaba al inicio. Ante el dilema de elegir entre el mundo real y la representación (digital, por supuesto) de algo existente, los nuevos creyentes en este arte digital, –que ya son multitud–, justificandolo con los NFT criptográficos, están eligiendo lo segundo. Eso sí, al más puro estilo Milton Friedman, pero del siglo XXI. Nada nuevo bajo el sol digital, por tanto. Y de la enorme y aterradora huella de CO2 que genera todo esto, hablaremos otro día. Hoy no hay más espacio.