Tienen la obsesión de ser los primeros en dar, de marcar la agenda o asestar el primer pellizco a los presupuestos de las empresas. Son los grandes eventos internacionales que se suelen agolpar al principio de cada año. Pero hay uno que madruga a todos, es el más importante y el decano de los tecnológicos (1965): el CES (Consumer Electronic Show) de Las Vegas.
El año pasado fue el único de los grandes que se pudo celebrar físicamente. Este año no. En este repaso a la semana de D+I, donde se ha hecho una gran cobertura virtual del evento, la conclusión es que el tiempo se ha parado en Las Vegas, como explicaba Alberto Iglesias Fraga en un buen relato el viernes.
Si el CES es quien anticipa el futuro más inmediato, el mensaje es que la Covid ha congelado el futuro. Una edición triste la de este año donde lo más destacado ha sido pegarse a la realidad de cómo podemos salir de ésta, eso sí, con una evidente muestra de que las soluciones digitales aplicadas a la salud están dando un salto colosal a este sector.
Por hacer un resumen rápido, salvo lo relacionado con el coche autónomo, el resto ha sido algo decepcionante. Quizás porque el automóvil es una carrera a medio plazo. Y ahí entran desde los tractores y cosechadoras de John Deere para evitar el desperdicio de la comida (qué gran labor está haciendo esta empresa en la transformación digital agraria), a las cámaras de Intel para reducir los accidentes del futuro coche que conducirá solo. En la fábrica, destaca Bosch con sus aplicaciones que contrae dos tecnologías en una: de la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas, nace la Inteligencia de las Cosas, sensores con vida tecnológica propia, el siguiente estadio.
De los dos millares de expositores, apenas cuatro españoles. O las empresas toman conciencia de que la innovación y la digitalización son algo más que crear departamentos caza subvenciones para justificar sueldos del día a día o ver cómo pescan más allá de los fondos Next Generation o lo vamos a tener muy mal. Igual que toda empresa con tecnología es hoy una multinacional, toda compañía tradicional es hoy un potencial productor de tecnología para su sector y otros. Sólo hay que co-crear, para tener una nueva línea de producto, aplicarla a sí misma y sacar doble rentabilidad con su venta a otros.
El Grupo Antolin, uno de esos cuatro españoles atrevidos en el CES, está trabajando en un sistema para convertir el coche autónomo en un entorno de trabajo muy confortable. Irisbond, mostró en Las Vegas cómo poder manejar cualquier dispositivo con la mirada; Alisys presentó un integrador de flotas de robots y Fractus Antennas una antena virtual. Justo es reconocer esta semana a los cuatro valientes.
El miedo a las máquinas
Pero algo nos debe de alarmar cuando cada vez escuchamos a más grandes referentes de la digitalización alertando de los límites de la inteligencia artificial y los ataques en la red. El presidente de Microsoft, Brad Smith, lo decía claro en el CES: "Hay que poner límites a lo que se puede y no se puede hacer", en referencia a la ciberseguridad. Pedía la unión de toda la industria para combatir esta guerra cibernética. Y también advertía de que "la ciencia está alcanzando a la ciencia ficción". Las máquinas no tienen conciencia. Esa es nuestra superioridad, en la que debemos ejercer como dominadores de las mentes artificiales que hemos creado.
Y no sólo es una preocupación empresarial de este gigante. Amon Shashma, uno de los gurús de la inteligencia artificial y el Pulitzer Thomas Friedman lo recalcaban esta semana en el debate que les narraba D+I el jueves. Hay que poner límites a la IA y hay que ponerlos ahora que se puede o se nos irá de las manos. Pero la inteligencia de las máquinas tendrá obviamente prestaciones muy positivas. Por ejemplo, aventuran que en poco tiempo los chatbots nos van a poder dar hasta terapia a los humanos. No tendrán conciencia, pero sabrán cómo hacer que nosotros la tengamos en algunos ámbitos. Cuanto menos curioso.
Esa interesante charla de las dos eminencias lanzaba un mensaje a los gobiernos y empresas: deben pasar de ser meros empleadores a ser formadores, por el trepidante cambio de los conocimientos.
Mientras ese tiempo se detenía en Las Vegas, en la Lanzadera de Juan Roig se acogía a 100 nuevas startups que entran en su programa de este año. Nunca se le reconocerá lo suficiente el apoyo que el presidente de Mercadona ha dado a los empresarios. Aún recuerdo cuando José María Cuevas no le dejaba entrar en la patronal CEOE y algunos de los empresarios que hoy le adulan nos presionaban a los periodistas para que participásemos en aquel bloqueo.
De aquello hace unos años, lo cierto es que Lanzadera es hoy una verdadera fábrica de crear empresarios, uno de los sueños de Roig. Y no todos son estrictamente digitales. De los datos de este año me quedo con el 10%, que confirma una regla. De las 1.000 startups que se presentaron, han captado a 100. Ese 10% es una media que vemos repetida en las selecciones de otras incubadoras como Innsomnia. Es un ratio real de mercado, que puede servir de línea de corte para este sector.
Hace unos años Roig se planteó si debía escribir sus memorias o apostar por dejar legado. Y optó por lo segundo porque todavía le quedaba mucho por hacer. Y de ahí nacieron Lanzadera y otras actuaciones sociales. Y en ese punto quiero aprovechar para hacer una reflexión.
La startup, el empresario esnob
¿Por qué ser empresario o autónomo está mal visto pero crear una startup es esnob? Todo empresario es un autónomo y toda startup es una empresa. Quizás porque el tiempo haya quemado las dos primeras palabras, especialmente la figura del autónomo. Pues llamémonos todos startups o scaleups. Hay startups con cientos de trabajadores que creo se seguirán llamando así durante muchos años, por el miedo a la imagen del espejo público con la que pocos se atreven a lidiar.
Ser buen profesional en la búsqueda de la perfección, es complejo. Ser buen directivo, es un grado superior, porque a lo anterior sumas la difícil gestión de los egos y las decisiones incómodas. Pero ser empresario es el grado supremo, porque a todo ello añades la soledad. El no poder lanzar la pelota a nadie más. "Un empresario no se equivoca nunca, si falla deja de ser empresario", me espetó hace años un histórico. En esta sociedad de masas, el reducido pero tractor grupo de los empresarios no está valorado como se merece. Ni el esfuerzo ni el riesgo que asumen.
Aprovechemos el esnobismo para poner en valor esa lucha constante contra todo obstáculo hasta lograr el éxito que es crear una startup y generar empleo. Si esnob viene de sine nobilitate, (aquellos que no eran élite noble pero se codeaban con ella), quitemos el lastre del viejo régimen y refundemos una imagen reconocida y respetable para los nuevos emprendedores.
Porque la tecnología nos permite refundar casi todo. Incluso los negocios más tradicionales y menos rentables. En muchos puntos de España no hay personal dispuesto a recolectar las aceitunas. Incluso hace un año escaseaba en Jaén. Pues bien, esta semana se ha publicado un estudio de la Universidad de Jaén que demuestra cómo la digitalización no solo mejora los rendimientos sino que ayuda a fijar población en el mundo rural. Se reducen los costes hasta un 45%, se crea empleo más profesionalizado, mejor pagado y menos estacional, de forma que es un atractivo para volver al mundo rural, como publicaba D+I el sábado.
La tecnología puede generar negocios de donde menos lo imaginemos. Esta semana contábamos que Octocam-maps escanea con drones castillos, iglesias,... cualquier edificio histórico para recrearlo al milímetro si precisa reconstruirse como se va a poder hacer con Notre Dame tras su incendio.
Los gobiernos central y autonómicos se deberían replantear muchas cuestiones tomando la tecnología como aliada. Es una gran oportunidad para revisar y poner en valor aquello que consideraban hasta ahora improductivo o fuera de mercado. Vean el ejemplo de los astilleros de Galicia. Un negocio con 800 años de historia en la península, que ha pasado por sus crisis y reconversiones sangrantes. Pues bien, esta semana D+I les trasladaba cómo Navantia, con un consorcio tecnológico, está digitalizando su proceso de producción para fábricar barcos en menos tiempo y con menos coste.
Del olivar, al patrimonio, pasando por los astilleros. ¿Y si nos replanteamos con la tecnología la viabilidad de negocios en los que nos sacaron del mercado como país por los costes y los tiempos?... ¿Y por qué no?