El sueño de los visionarios de internet, en gran parte ya se ha cumplido. Que la red fuera un instrumento de topología ‘horizontal’ para dar acceso a la información y al conocimiento a cualquiera, desde cualquier lugar del mundo, con una red de conexión ‘neutra’, en la que cualquier URL, sea de una gran corporación o del humilde blog de una niña, te conectara por igual.
Ese sueño se ha cumplido y ampliado en la más reciente etapa, con algo no previsto: la telefonía móvil, que ya es un instrumento decisivo para ello. El número de líneas móviles ya ha superado al de habitantes del planeta. Los usuarios de móviles llegaron a 5.000 millones en 2017 y el número de las tarjetas SIM de telefonía alcanzaron los 7.800 millones. Eso significa un cambio para el mundo de la informática mundial. Según el analista de CCS Insight Ben Wood: “5.000 millones de teléfonos significa que hay ya en el mundo tres veces más teléfonos que ordenadores personales”.
Esta cifra incluye la conexiones IoT (internet de las cosas), así que no la hemos de interpretar en términos de ‘personas conectadas’ sino de ‘artefactos conectados’, que según GSM Intelligence, en el momento que estoy escribiendo este artículo hay 8.909.544.553 conexiones móviles o wireless funcionando en el mundo, un número que aumenta sin parar. (Según Wireless Intelligence, más de 1.000 millones de conexiones de teléfonos móviles se han sumado a la cuenta global en los últimos 18 meses).
En cualquier caso, según GSMA, la asociación de operadores de telecomunicaciones que organiza el MWC19 de Barcelona, dos tercios de la población mundial ya están conectados por dispositivos móviles ahora y, en 2020, casi el 75% de la población mundial estará conectada a través del móvil. Y en muchas zonas en desarrollo, eso significa saltarse el paso que en el mundo occidental se dio, ya que en occidente empezamos a conectarnos a la red a través de la infraestructura de telefonía fija de hogares y oficinas. Paso que, ahora mismo, se están saltando en gran parte de África (continente cuya penetración de la telefonía móvil ya es del 52%) y del empuje, sobre todo de China e India, en Asia (cuyas conexiones ya eran, en 2010, el 47% de las conexiones móviles mundiales).
La batalla por el internet ‘privado’
Recuerdo una de las preguntas del diálogo con el sabio de la tecnología e internet, Ricardo Baeza-Yates, que publiqué en mi libro de MIT Press. Le pregunté sobre el porqué no había un kibernos (timonel o autoridad), al timón dirigiendo un único puente de mando en internet. Y porqué, hasta ahora, ningún poder político o empresarial del mundo físico se había podido adueñar del internet mundial. Ricardo me dijo que no era por su escala o tamaño (la estructura de internet está desplegada en todos los países del mundo), sino por su diversidad. Eso es, según Ricardo, lo que lo ha hecho imposible que ningún gobierno o corporación se adueñe de ella. Añado yo que también el diseño abierto del protocolo TCP/IP de Vint Cerf, primero, y los la Web, inventada en el CERN por Tim Berners-Lee, tienen que ver con ello.
A pesar de todo, diversos poderes y corporaciones siguen intentándo crear un internet privado y cerrado. El Gobierno chino, por ejemplo, usando su poder en su país, y en otros, para trocear la Red a su medida. Y algunas empresas tecnológicas de la globalización lo intentan por el camino contrario.
Muchos piensan que el Mobile World Congress de Barcelona es el mayor escaparate de innovación y tecnología, pero en mi opinión, no es así. Allí solo se dirimen guerras estrictas de comercio y ventas de la telefonía móvil y sucedáneos. Esa conferencia es puro escaparate comercial y mercadotecnia, cuyos mensajes estrictamente publicitarios curiosamente compran los medios masivamente como innovaciones, aunque yo creo que no va de eso. Las batallas en innovación tecnológica son otras ahora mismo.
Una de esas batallas grandes es en la que está dirimiendo si la estructura del próximo internet global va a venir desde los satélites. Solo algunos datos. Uno de los actores de esta batalla por el nuevo Internet de los Señores del Aire (Echeverria), es la empresa OneWeb, antes WorldVu, compañía global de comunicaciones fundada por el ingeniero, emprendedor e inventor Greg Wyler.
Su compañía, con sede en Arlington (EEUU) ha lanzado, con un cohete Soyuz, desde la Guayana Francesa el pasado 27 de febrero, los seis primeros microsatélites de la futura la constelación de satélites OneWeb, una red de 648 satélites de órbita terrestre baja, que quiere tener completa arriba en 2020. Para ello, Arienespace tiene planeados 21 lanzamientos con OneWeb. El ambicioso Wyler quiere, además de abarcar todo el planeta con su internet global propio, el que su conexión llegue incluso a los usuarios en vuelo de aerolíneas y de cruceros.
Pero OneWeb no es el único gran actor de esta batalla tecnológica por dominar el internet del próximo futuro. Hay otros gigantes conocidos en ella. Uno es SpaceX, la fulgurante empresa espacial del CEO de Tesla, Elon Musk, que el año pasado ya lanzó dos satélites de internet para desplegar su servicio Starlink, que inicialmente estableció una conexión de 10 gigabits por segundo a internet, como proyecto piloto, a la Bolsa de Internet de Seattle, que se ha convertido en un centro físico para que los proveedores de servicios de internet conecten a él su infraestructura, cerca de la instalación principal de SpaceX para investigación aeroespacial.
No podía faltar en esta guerra por la innovación, otro sonoro, Jeff Bezos, que quiere, a su vez, desarrollar desde Ottawa (Canadá) su exclusivo servicio de comunicación global Telesat, cuyos satélites de baja órbita piensa lanzar con cohetes construidos por su compañía aeroespacial Blue Origin, propiedad del CEO de Amazon Jeff Bezos.
Por ahora OneWeb va por delante en esta carrera y, además, ha sumado a la iniciativa, tras su fusión con Intelsat y el Soft Bank de Japón previa inversión de 1.700 millones de dólares, a empresas como Virgin, Coca Cola, Airbus, Arianespace o Qualcomm, entre otras.
Veremos si, al final, como me aseguró Baeza-Yates, todo son intentos vanos y es verdad que, por su diversidad, no es posible que exista finalmente un internet privado de un solo dueño