Todo está sujeto a transformación en la revolución tecnológica. Pero hay un ente que engloba a esa parte del todo en la que el protagonista es el ser humano: la sociedad. ¿Cómo van a encajar en el futuro piezas tan heterogéneas pero interdependientes como la educación, el medio ambiente, la diversidad, el mercado laboral, la redistribución de renta y de población, las empresas, la gestión del poder público...?
INNOVADORES ha asistido en exclusiva a los debates de la primera edición del RadarSERES, organizado por la Fundación Seres, en los que ponentes y público tuvieron la oportunidad de intercambiar impresiones. El resultado es un mosaico de claves sobre la sociedad que surgirá del actual ciclo digital.
Ulrike Garanin, directiva de Boston Consulting Group (BCG), lidera la iniciativa Joblinge junto a la Eberhard von Kuenheim Foundation de BMW. Su propósito es facilitar la inserción laboral de esos 500.000 jóvenes de entre 15 y 24 años que no logran empleo por sí mismos en Alemania, un 60% de ellos pertenecientes a familias de inmigrantes y refugiados y un 70% dependientes de las políticas asistenciales del Gobierno.
Joblinge está consiguiendo que el 75% de los participantes consigan empleo y, por tanto, reduzcan costes al Estado del bienestar. Su secreto es abordar el desafío desde una perspectiva global, "cuando hablamos con la Administración le pedimos que piense en fórmulas de colaboración con otras instancias de la sociedad. No se puede definir la política educativa, por ejemplo, sin considerar realidades como ésta, y la regulación no puede convertirse en un freno a la colaboración", explica Garanin. Hay que abandonar la visión de una sociedad en la que el poder se articula en esferas autónomas, y pensar de forma colaborativa.
La educación del futuro no solo pasa por desarrollar las habilidades que demandará el mercado laboral. El aprendizaje emocional es clave. Y ese es el objetivo de Leslee Udwin, cineasta, actriz y activista británica, creadora de Think Equal, que promueve la igualdad en niños de entre tres y seis años y que ha trabajado en cientos escuelas de los cinco continentes. "La empatía se forma a la misma edad que se aprende a sumar y restar", señala. Esa es la base de su filosofía, pero como en el caso de Garanin no siempre se entiende, sobre todo, por parte de las autoridades.
Sin embargo, Udwin ha dado con la fórmula para llamar la atención de los gobiernos y animarles a invertir en proyectos de inclusión: el dinero. Explica que solo en Estados Unidos se gastan 500.000 millones de dólares al año para combatir los efectos de la violencia. Su programa, enfocado en la prevención, cuesta 46 millones… en 10 años.
La barrera de entrada se produce, paradójicamente, en los países desarrollados. "¿Por qué Dinamarca, donde solo se condena uno de cada cinco casos de violación, no apuestan por este tipo de programas?", pregunta. No ocurre así en los países en vía de desarrollo. "El coste es ridículo: en Botsuana la implantación ha supuesto 500.000 dólares para todo el país". Por tanto, "todo es cuestión de voluntad política".
Innovación sostenible e inclusiva
Otro de los temas en RadarSERES fue la necesidad de medir el impacto social y medioambiental de la tecnología. José María Bolufer, director de Innovación Sostenible en Telefónica, expresa que hay un aspecto que muchas veces se pasa por alto: "Para poner en marcha programas de innovación sostenible, lo más importante es tener en cuenta a las personas".
En su compañía, los equipos realizan una autoevaluación para comprobar que sus proyectos son accesibles para cualquier persona. "Si no lo son, todos ellos vuelven hacia atrás y repiensan el diseño". Así es como surgió el proyecto Movistar+ 5S, una vez detectadas las carencias que la plataforma estándar tenía para las personas con alguna discapacidad audiovisual. Sus contenidos se han adaptado incluyendo subtítulos, audios descriptivos y lengua de signos.
Bolufer sostiene que Telefónica ofrece cobertura a más del 90% de la población, pero el problema es que no hay servicios para poder sacar partido a esa conectividad. "Tenemos en marcha una iniciativa para medir el impacto social de la conectividad y los resultados que tenemos hasta ahora son positivos, pero hemos comprobado que el verdadero cambio se produce cuando hay disponibilidad de servicios sanitarios, como la telemedicina; o educativos, como el aprendizaje a distancia, entre otros".
El reto de la despoblación
Se planteó precisamente en otra mesa el reto de que la población vuelva a llenar lo que algunos llaman la "España vaciada". Las zonas rurales viven una despoblación constante debido a las migraciones a las grandes ciudades. Se pretende que las nuevas tecnologías hagan que las zonas rurales sean lugares de trabajo en los que la agricultura no tenga por qué ser la forma de subsistencia.
El objetivo es crecer laboralmente y, por lo tanto, mejorar la renta. Pero muchos expertos creen que en el proceso actual de concentración en grandes urbes, la sociedad pierde calidad de vida, además de que muchos no llegan a conseguir los objetivos que se planteaban al ir a vivir a las grandes ciudades. La vuelta al campo permitiría asimismo reducir la presión sobre las ciudades, llenas de atascos, contaminación y con una baja calidad de vida.
Las nuevas tecnologías podrían conseguir que la zona rural vuelva a llenarse. El objetivo debe ser aplicarlas a las distintas profesiones, de modo que muchas puedan ejercerse fuera de una oficina al uso. Sólo se necesitaría en muchas ocasiones conexión a internet. Ocurre con la telemedicina, los programadores, los profesores... podrían ejercer desde puntos alejados de los núcleos urbanos.
Todos los participantes en el diálogo destacaron que el cambio, a la vez, debe producirse en la sociedad y en el mundo empresarial para que se fortalezca el trabajo por objetivos y se permita y se valore el teletrabajo. HP, por ejemplo, está formando a los profesores en programación, para que ellos a su vez puedan formar a sus alumnos. Así, estos pueden ver desde el principio las posibles aplicaciones de las nuevas tecnologías y aplicarlas en sus distintos trabajos sin salir de sus pueblos.
El mercado laboral, en el punto de mira
¿Puede el mercado laboral actual responder a los cambios que la transformación digital está provocando en las empresas? La respuesta de los participantees en Radar SERES fue una llamada de alerta: la transformación digital no solo provoca cambios en las empresas, sino que conlleva una transformación urgente del mercado laboral y de la formación de los futuros trabajadores.
Una demanda que no cubren los perfiles profesionales actuales y que obliga a redefinir la formación reglada en España, "dando un mayor impulso a la Formación Profesional" y "apostando por la formación en habilidades y no tanto en conocimientos", afirma Pablo Claver, experto de BCG.
Otra de las reflexiones a las que la digitalización del mercado empresarial y laboral debe hacer frente es a la automatización o la introducción de robots en el proceso productivo de muchas empresas y los profundos cambios que esto conlleva. ¿Deben pagar algún tipo de impuesto estos 'nuevos trabajadores' similar a la cotización de los trabajadores? Una difícil pregunta que produjo la división entre los expertos.
Sin duda, no puede regularse como se regula actualmente el mercado laboral. La introducción, cada vez mayor, de los robots en las empresas obliga a un nuevo cambio. ¿Una tasa por cada robot que repercuta en la sociedad los beneficios económicos que estos propician a las empresas? Sí, debería existir pero, claro, no es asimilable al IRPF o a la cotización actual a la Seguridad Social. "Un nuevo reto al que la transformación del mercado laboral deberá dar respuesta", afirma Claver.
Evitar la ‘tecnofobia’
En lo que sí coincidieron los asistentes es en no caer en la 'tecnofobia' que empieza a aparecer en sectores de la sociedad. "La digitalización no destruirá empleos sin más, es una oportunidad de generar nuevos puestos de trabajo y ese debe ser el objetivo: lograr que la transformación digital sea realmente una nueva oportunidad que llegue a todos, sin dejar a nadie atrás".
Durante RadarSERES, una de las premisas más repetidas por los directivos asistentes fue la necesidad de líderes que encarnen la responsabilidad social y asuman la misión de crecer económicamente al mismo tiempo que contribuyen al progreso social y medioambiental. De hecho, uno de los mantras compartidos fue el de la doble disyuntiva que lleva a la sostenibilidad: solo es posible con un buen guía en lo más alto de la organización o por imperativo, es decir, cuando una empresa ha de limpiar su imagen tras un escándalo corporativo.
Una labor que no solo debe realizarse, sino también medirse. Y ahí es donde comienzan los problemas. Tal y como destacan varios ejecutivos, Europa lleva la delantera a otras regiones (como EEUU) precisamente gracias a que la regulación "está más avanzada" y los procesos de información y transparencia sobre sostenibilidad son más estrictos.
Aunque eso no implica que no haya obstáculos en el camino, por ejemplo, a la hora de confiar en firmas de análisis independientes. "Mientras que Moody’s y demás tienen una correlación del 90% en sus comentarios financieros, el consenso en informes de sostenibilidad apenas llega al 60%, lo que demuestra que hacen falta estándares más claros en esta materia", se comenta en el evento.
Invertir en diversidad
Por otra parte, para fomentar la diversidad y la igualdad en las empresas, tanto el discurso como las medidas que se emprendan "tienen que calar en todos los empleados y directivos y no solo en el colectivo desfavorecido al que se quiere ayudar", señala Ana Pradilla, de Boston Consulting Group, en otro de los debates. "Invertir en diversidad es rentable para una empresa". Y no solo porque es marketiniano, sino porque las compañías que consiguen la diversidad tienen un 19% más de innovación, añade.
"Esto aún no lo tienen en mente muchas empresas" porque al ser un intangible es complicado de medir y cuantificar. En la diversidad transversal se halla la idea innovadora, por ello se apuesta por mezclar en equipos a hombres con mujeres, la experiencia de los séniors con el ímpetu y las ganas de los juniors, a los perfiles más técnicos e ingenieros con los más sociales...
António Calçada de Sá, vicepresidente de la Fundación Repsol, subraya que el concepto de responsabilidad social corporativa (RSC o RC a secas) se ha convertido en puro compliance de unas reglas éticas básicas. El objetivo de una empresa sigue siendo ganar dinero y retribuir a sus accionistas. "No se trata de qué hago con la pasta, sino de cómo la gano".
El paso siguiente es crear fundaciones, pero en su opinión, no deben ser meros "cementerios de elefantes" para "disimular". El modelo no sirve si no se gestiona profesionalmente como una empresa, "si no hay jóvenes dispuestos a trabajar como una etapa más de su carrera profesional y se ve como un destino final".
Su receta es utilizar el dinero como "capital paciente", hacer préstamos con "impacto social" para crear valor y que "sean devueltos para volver a prestarlos". En el caso de la Fundación Repsol, se orienta hacia la transición energética, comprando participaciones significativas en startups dedicadas a ello, para ayudarlas escalar y producir un impacto social.
En la elaboración de este reportaje han participado: Julio Miravalls, Alberto Iglesias, María Climent, Ainhoa Goñi, Mar Carpena, Noelia Hernández, Creu Ibáñez y Eugenio Mallol.