Durante décadas, nos hemos centrado en el crecimiento, en aumentar nuestro PIB. Pero este crecimiento ha tenido un coste: la centralización en unidades cada vez más grandes llamadas ciudades, la especialización profesional, el incremento en el consumo de energía y una acuciante desigualdad. Y, por si fuera poco, las políticas actuales para incentivar la economía al mismo tiempo que reducimos la huella ambiental y la desigualdad no han funcionado".
Este diagnóstico, clarificador y contundente a partes iguales, es el que el profesor emérito Jørgen Randers, de la BI Norwegian Business School, pronunció en la apertura de la Oslo Innovation Week 2019, una cita consolidada para exhibir el ecosistema emprendedor nórdico y el interés de Noruega por encontrar un modelo económico que sobreviva al esperado fin de su principal fuente de ingresos: el petróleo. Un discurso, nada más que palabras en esencia, pero que sirven de hilo conductor perfecto al foco que desde estas longitudes se está poniendo en la innovación a escala humana, en crear negocios que hagan de la sostenibilidad y el apego social su particular bandera.
No en vano, y retomando las sabias lecciones de Jørgen Randers, "apostarlo todo a la innovación técnica no hace, sino transferir el conocimiento y el crecimiento de los países más pobres a los más ricos, de aquellos que no dominan la nueva técnica a los que sí". Un contexto nada halagüeño que desde Noruega se busca evitar a toda costa. "Los próximos 20 años serán los de la implementación de las nuevas tecnologías y la creación de soluciones imaginativas y disruptivas a los retos sociales que enfrentamos", dijo a su vez el ministro de Digitalización del país, Nikolai Astrup. "La transformación digital debe, en última instancia, llevarnos a una mejor, más inclusiva y sostenible sociedad".
Es con esta responsabilidad, la de ser uno de los más comprometidos con los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU y -por si fuera poco- Capital Verde Europea, con la que el ecosistema emprendedor local busca aunar rentabilidad y progreso humano. Así se refleja, por ejemplo, cuando uno asiste al concurso oficial de startups organizado por el gobierno regional.
En él, 100 de las mejores startups del país se disputan un premio en metálico que se reparte entre seis categorías distintas; todas ellas relacionadas con algún problema social o medioambiental: la vida en la tierra (con proyectos como Volta Greentech, que busca reducir las emisiones de metano de las vacas con un simple suplemento alimenticio a base de algas), salud (Infiniwell.ai es una de esas empresas, que lleva la inteligencia artificial al diagnóstico médico y la interpretación de electrocardiogramas), ciudades verdes (como Rysto.io, acelerada por Wayra), economía circular (Tuckify, que permite comprar, devolver y reutilizar ropa de los más pequeños de la casa), finanzas éticas y, finalmente, energía y la recién acuñada "oceantech".
Dentro de esta última categoría cabe destacar, por méritos propios, iniciativas como Aquaai -que ha creado un robot submarino en forma de pez para obtener datos en tiempo real de los bancos de peces y evitar la pesca de arrastre- o la checa World From Space, cuya misión es la de monitorizar la vegetación terrestre mediante el uso de imágenes satelitales y algo de inteligencia artificial.
En otro capítulo de esta misma novela, las ciudades también cobran su rol protagonista. Durante la Oslo Innovation Week, las compañías Unacast y Telia presentaron una propuesta para "asumir de una vez que las ciudades son productos", de modo que podamos "aprovechar los datos de los operadores de telecomunicaciones para agregar, analizar y traer las métricas del comercio electrónico al mundo físico". ¿Con qué fin? Desde mejorar los servicios públicos en las urbes hasta la detección temprana de posibles problemas y, por supuesto, la generación de más ingresos para el siempre delicado comercio de proximidad.
Formatos disruptivos
Y cerrando el trío de ases, no podía faltar la reflexión de cómo la tecnología puede afectar al rol humano propiamente dicho. Con un nombre claro en la mirilla: la inteligencia artificial (IA). En este caso, el encargado de arrojar luz sobre este debate fue un español, Arturo Calvo, Tech Manager de Accenture en Noruega, quien pidió "reimaginar los procesos y negocios ante la llegada de la IA", así como entender "las nuevas formas de trabajo, colaborativas, entre humanos y máquinas".
En su opinión, las capacidades humanas no sólo están a salvo, sino que resultarán imprescindibles en un hipotético y futurible mundo plagado de robots, con una tarea clave: controlar y poner límites, cual niños pequeños se tratase, a las máquinas. "Una inteligencia artificial no puede ser vigilada por otra", sentenció Calvo.
La Oslo Innovation Week es una cita especial en el panorama internacional por su propio diseño, no centrado en un único evento ni en un único lugar. Por el contrario, se busca que toda la ciudad sea partícipe de la innovación en estado puro, involucrando desde las oficinas de las empresas más destacadas de la zona hasta cafeterías, el propio Ayuntamiento de Oslo, universidades y bibliotecas. Dentro de esta heterogénea cartera de espacios, las sesiones que se producen también buscan salirse del común denominador.
Para ello, los noruegos recurren a formatos de exposición importados (como el "Pecha Kucha"), a numerosas rondas de pitches de apenas segundos, a eventos en los que las niñas son las estrellas de la programación o a sesiones verticalizadas o que se concentran en las relaciones en innovación que Noruega mantiene con naciones poderosas como China, pero también necesitadas como Kenia.
Una Oslo en evolución
Aunque no es el centro de la discusión durante esta semana centrada en lo digital, es imposible escapar al extraordinario telón de fondo que supone Oslo, referente en muchos aspectos de los que atañen a la movilidad eléctrica o la sostenibilidad.
De hecho, la capital noruega mantiene un gran compromiso con el despliegue del coche eléctrico ("el Gobierno ayuda a su compra y nosotros a su uso", dicen desde el consistorio), pero también está cerrando espacios del centro urbano para el disfrute de sus ciudadanos. Y si de lo que se trata es de cultura, el año 2020 es el que está grabado a fuego en la agenda oficial de los oslenses: el próximo curso está previsto que se inauguren los dos nuevos edificios que conformarán el paisaje de la ciudad hacia el fiordo, a saber, el ingente Museo Nacional y la Biblioteca Deichman