Todo lo que comemos está domesticado por el ser humano desde hace 11.000 años cuando nació la agricultura, según las evidencias científicas. Para que se convierta en yogur la leche, hay que ordeñar la vaca, cocer la leche e inocularla con un fermento. La lechuga que hoy compramos en el lineal dista mucho de la lechuga silvestre, ya que su sola ingesta nos provocaría un revoltijo de estómago por la alta cantidad de látex venenoso en sus hojas. Las variedades que añadimos a la ensalada son fruto de la labor que los seleccionadores de semillas han realizado intuitivamente en multitud de plantas a lo largo de muchos miles de años y “modernamente hace un par de siglos con conocimiento científico, aplicando las leyes de Mendel. Dentro de todos los conocimientos de genética se incorpora al final del siglo XX una herramienta nueva: la biotecnología”, explica José Ignacio Cubero, profesor de Genética y Mejora de Plantas de la Universidad de Córdoba.
Precisamente la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes de esta institución académica celebra este 16 de octubre el Día Mundial de la Alimentación por todo lo alto, con una agenda completa: una jornada dentro de la Semana Universitaria de la Mejora Vegetal de la mano de ANOVE y la presentación del Libro Blanco de la Sanidad Vegetal de España por AESaVe.
La humanidad ha asegurado su sustento con la selección genética y otras herramientas para aumentar la productividad de los cultivos y el ganado. De la “revolución verde” desde los 60 hasta la digitalización de la agricultura para el nuevo milenio, el mundo ha desafiado alimentar el aumento de su población: albergará a casi 9.700 millones de personas en 2050, según estimaciones de la ONU y habrá que alimentarlas con menos superficie de cultivo y la amenaza de los efectos del cambio climático en los recursos naturales.
Solo los adelantos tecnológicos en mejora genética, sanidad vegetal o la agricultura de precisión, entre otras innovaciones respaldadas por la ciencia, pueden garantizar producir más alimentos con menos tierra, agua y energía.
Volvamos con Cubero al laboratorio, quien cuenta que antes de la biotecnología acontecieron el propio conocimiento de las leyes de la genética, la microscopía para detectar deficiencias o estructuras cromosómicas adecuadas, la realización de un cruzamiento dentro de una especie o entre especies, herramientas que utiliza siempre un mejorador, aparte de la selección que es la fundamental.
“La biotecnología es una herramienta muy poderosa, porque permite hacer cambios muy puntuales de un ser vivo sin modificar todas las características que lo rodean y que nos permiten por ejemplo introducir una resistencia a un insecto o a una enfermedad en una planta sin necesidad de hacer un cruzamiento. La biotecnología permite más con las últimas aportaciones con el famoso CRISPR”, indica Cubero.
Esta técnica revolucionaria se ha empleado por los científicos para la edición genética, agregando, interrumpiendo o cambiando las secuencias de genes específicos en un ser vivo. Es una técnica muy limpia, en comparación, resalta Cubero, con la mutación en mejora genética vegetal.
“La mutación tradicional era actuar con un mutágeno químico en un tejido vegetal o con radiación mediante rayos X o rayos gammas en instalaciones adecuadas. Si se hacía así, también cambia un montón de genes al mismo tiempo, porque es un poco al azar”. Con CRISPR se corrige una letra del alfabeto genético que tiene el gen correspondiente y lo convierte en bueno, para por ejemplo una aplicación agronómica importante. La biotecnología es una herramienta que pertenece a muchas disciplinas, fundamentalmente a la medicina humana y animal y a su componente farmacéutica lógicamente, así como a la agricultura y la producción vegetal.
Es evidente la utilidad de la biotecnología en la sanidad vegetal, que afronta un reto clave por la magnificación del daño a los cultivos por enfermedades y plagas en las plantas. Se estima que se produce casi un 40% de pérdidas de las cosechas potenciales en los cultivos de mayor significación para la alimentación e industria a nivel mundial. “Además, se produce el incremento casi continuado de nuevos problemas fitosanitarios, consecuencia del tráfico de material vegetal de distintos países, que genera que lleguen a nuestros campos microorganismos exóticos, como enfermedades, patógenos, insectos y malas hierbas, que ocasionan problemas enormes. El caso paradigmático es la Xylella fastidiosa en olivar en zonas de Italia y almendro en las de España”, afirma Rafael Jiménez Díaz, profesor emérito de la Universidad de Córdoba.
“La biotecnología ofrece una nueva era en la fitopatología con enormes posibilidades para realizar un trabajo de control y gestión de este tipo de problemas”, añade Jiménez Díaz. Ejemplos: aprovechar la capacidad defensiva que tienen unas plantas para introducirla de forma precisa en las plantas de interés y manipularla para que se expresen con mayor extensión en ellas; desarrollar marcadores moleculares y fragmentos de ADN para avanzar enormemente en la capacidad de diagnóstico de enfermedades; o potenciar que la planta contrarreste la acción del producto químico que produce el agente invasor, causante de la enfermedad real, que forma parte de la nueva mejora genética vegetal que tiene naturaleza biotecnológica.
Rafael Jiménez Díaz es coeditor del Libro Blanco de la Sanidad Vegetal España, un documento de autoría multidisciplinar en respuesta al continuado incremento de importancia de las plagas, enfermedades y malas hierbas que ha tenido lugar desde la década de 1990. “Es una visión realista y crítica del panorama actual de la sanidad vegetal en nuestro país, que facilite y oriente el diseño de políticas nacionales y autonómicas adaptadas a la realidad actual”, argumenta.