Decían de él que miraba al mundo a través unos ojos inteligentes y curiosos que buscaban desentrañar todos los secretos del mundo. Abbas Ibn Firnás no dejó en blanco ninguna rama del saber sin cultivar, incluidos el arte y la música, considerada en la época como una parte de las matemáticas. En filosofía logró descifrar un complejo tratado de métrica llegado desde Basora, a orillas del golfo Pérsico. Aquel texto era casi ininteligible para sus contemporáneos por lo que Abderramán II, el emir de Córdoba, le recompensó con 300 dinares y lujosos vestidos.
El "gran sabio de al-Ándalus", como lo definió el cronista hispanomusulmán Ibn Hayyan, cuenta con origenes discutidos. Se cree que nació sobre el siglo IX de un linaje bereber y no árabe, aunque otras fuentes indican que vendría de una familia conversa afincada en una de las coras de Ronda. Sobresalió en las cortes andalusíes, repletas de filósofos, astrónomos, matemáticos y sabios al estilo de las cortes renacentistas italianas. El conocimiento, en todos los campos, daba un enorme prestigio.
Obsesionado con las estrellas y el firmamento, en una habitación de su hogar, cerca del palacio, instaló un primitivo planetario. Allí guardaba reproducciones de los planetas y del Sol y la Luna. Uno de cuyos cráteres lleva su nombre en la actualidad. Las visitas quedaban admiradas, tal como pretendía el hombre que también tenía fama de ilusionista. Con la vista fija en el cielo, plagado de bandadas de pájaros, deseó volar libre como ellos.
"Se dañó el trasero"
En 1783, los hermanos Joseph y Étienne Montgolfier consiguieron hacer elevarse a un globo aerostático y más tarde, el profesor de física Jean-François Pilâtre de Rozier voló en uno de aquellos inventos. Ignorando el mito de Ícaro, el andalusí Abbas Ibn Firnás consiguió volar 900 años antes que los franceses cuando en el año 852 creó un aparato volador compuesto por dos alas articuladas y móviles, muy diferente a los globos galos.
Tenía más de 50 años cuando voceó su intención de volar. Para demostrar que podía hacerlo, saltaría desde una torre de la Córdoba gobernada por los emires. Ante una multitud expectante, el sabio se arrojó al vacío desde una altura de cien metros. "Voló por el aire una gran distancia", afirmó el cronista Nafḥ al Tib. Sus alas estaban hechas de seda y plumas artificiales y él llevaba puesta una especie de funda, fabricada también en seda.
"Entonces le fue posible dar un salto en el cielo de la zona de Rusafa, alzarse por el aire y planear sobre él hasta que cayó a una considerable distancia", continúa otra crónica. Por suerte para el sabio, rozó las nubes y sobrevivió a la caída, "se dañó el trasero", añade Nafh al Tib que continúa señalando una carencia del invento: "el ave cae sobre el arranque de su cola y no se fabricó ninguna".
"Durante muy poco tiempo consiguió mantenerse en el aire, mas las dificultadas no tardaron en presentarse cuando fatigado por el tremendo esfuerzo trató de tomar tierra, lo que se produjo con cierta brusquedad", explica Fernando Gómez del Val, autor de la biografía del sabio andalusí en la Real Academia de la Historia.
Su vuelo pasó a la memoria colectiva del mundo islámico, aunque en aquel momento la consecuencia inmediata, además de sus rasguños, fue una sátira escrita por uno de sus rivales de palacio. Para desgracia de historiadores y medievalistas, los planos del artilugio y los comentarios del propio Ibn Firnás se perdieron con el paso de los siglos.
Entre estrellas y planetas
"Cabe hablar, por tanto, más de un 'planeador' que de un 'artilugio volador', que podría tener algún parecido con el 'planeador-ornitóptero' del ingeniero alemán Karl Friedrich Meerwein (1781), éste de madera, o con el 'ornitóptero' del relojero suizo Jacob Degen (1809), que no pasaron de dar unos simples saltos, nada semejante a un verdadero vuelo", continúa Gómez del Val.
Al final aparcó su "artilugio planeador", pero no dejó de mirar hacia los astros y constelaciones. No tardó en diseñar la primera esfera armilar de al-Ándalus, un modelo reducido del cosmos usado por astrónomos desde la Edad Antigua.
También creó una compleja clepsidiaria, una especie de reloj de agua que permitían siempre conocer la hora, aunque no se viesen ni el Sol ni las estrellas para guiarse. Aquella curiosa pieza, conocida como al-Maqata, fue ofrecida como regalo al emir Mohamed I, hijo de aquel Abderramán II que vio volar a su cortesano.
Sin embargo, docto en astronomía, que en la época solía mezclarse con astrología y algunas ciencias ocultas, levantó numerosas ampollas entre los alfaquíes malikies. Estos habían llegado a al-Ándalus sobre el año 816 y, con celo rigorista, acosaron al sabio calificándole de heterodoxo. Sin embargo, poco más pudieron hacer contra el erudito al que admiraban los emires y que murió en el año 887 habiendo cumplido su sueño.
"La figura de ibn Firnās trascendió su espacio y tiempo. Muchos escritores árabes actuales recurren al glorioso pasado de al-Andalus, símbolo de la fusión entre Oriente y Occidente, como motivo de inspiración para plantearse en sus obras la cuestión de su identidad frente a Occidente, los problemas que acucian al árabe actual, la situación política del momento, la relación con el pasado y la propia tradición, etc.", continúa su biógrafo.
Una estatua cerca del aeropuerto de Bagdad le recuerda con los brazos erguidos, a punto de saltar al vacío y alzar el vuelo. Hoy, un puente en Córdoba y un cráter lunar recuerdan el nombre de aquel gran sabio de al-Ándalus.