"Nací esclavo, pero la naturaleza me dio el alma de un hombre libre". Esta utópica frase pertenece a Toussaint Louverture, un hombre que desde la colonia gala de Saint-Domingue, la actual Haití, durante la convulsa época de la Francia posrevolucionaria y de los primeros compases del Imperio napoleónico, encabezó un auténtico desafío a las fuerzas dominantes del momento: la esclavitud, el colonialismo, la dominación imperial, la jerarquía racial y la supremacía cultural europea.
Apodado por los republicanos como el "Espartaco Negro", los mimbres de su historia evocan un final similar al del legendario gladiador que puso en jaque a Roma en el siglo I a.C. Y en cierto modo ocurrió así: Toussaint fue detenido en 1802 durante la invasión de la isla del Caribe por las tropas de Napoleón Bonaparte y encerrado en la gélida celda de una prisión ubicada en las montañas del Jura, donde una neumonía acabaría con su vida el 7 de abril del año siguiente.
Sin embargo, este "rey de los negros", como lo bautizó un periódico británico, fue el principal cabecilla de la única revolución de esclavos triunfante en la historia del mundo, cuya última conquista, aunque ya no la vieron sus ojos, sería la proclamación de independencia del nuevo Estado de Haití en el 1 de enero de 1804. Su asonada se cimentó en una quimérica unión del pueblo esclavo, la eliminación de las diferencias raciales, el desafío a la superioridad de todo lo europeo y al desarrollo de una astucia militar autodidacta perfeccionada sobre el terreno en "una guerra justa de liberación nacional", desde su punto de vista, o en una brutal guerra de exterminio avivada desde el otro lado del Atlántico por el emperador corso.
La trepidante biografía del carismático Toussaint Louverture la reconstruye el historiador Sudhir Hazareesingh en El Espartaco Negro (Ático de los Libros), un vasto ejercicio de investigación, buceando en decenas de archivos franceses, españoles, estadounidenses y británicos y manejando documentos inéditos, con el que el miembro de la Academia Británica pretende rescatar la verdad del protagonista, sumido desde su muerte en la ciénaga de los retratos ideologizados y politizados.
En palabras del autor, Toussaint fue "el primer superhéroe negro de la era moderna". Sus compatriotas lo consideraron un salvador, un héroe militar y emblema marcial viril, un legislador —con su Constitución de 1801 preveía distanciar a la colonia de Francia con una estructuras sólidas de autogobierno— y un símbolo de la negritud emancipada. La Revolución haitiana fue en esencia un proceso trascendental de cambio social y político que acabó con la clase dirigente de Saint-Domingue y se enfrentó con éxito al poderío militar del imperialismo, sirviendo de inspiración a muchos revolucionarios posteriores, como Fidel Castro, o como ejemplo para la imaginación anticolonial disparada tras la II Guerra Mundial.
Compra de esclavos
La isla de Saint-Domingue suministraba a principios de la década de 1790 el 40% del azúcar y el 60% del café que se consumían en Europa. Para entonces había medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de la colonia, la mayoría nacidos en África, como el propio padre de Toussaint. Durante su juventud, el visionario e idealista guiado por las ansias de liberarse de las ataduras externas trabajó como cuidador de animales y vivió bajo la influencia de una comunidad de jesuitas que le instruyeron en la religión cristiana. A partir de la rebelión de 1791, se erigió en el defensor de la emancipación de los esclavos negros, y para defender su causa hizo y deshizo a su antojo acuerdos con otras potencias, como España, a quien arrebató por la fuerza la otra parte de La Española, la actual República Dominicana.
Con la promesa de un futuro mejor para los hijos de la comunidad negra guiado por la conquista de derechos y estabilidad, derrotó a sus rivales internos y sorteó con astucia el yugo del poder francés. Su ascenso fue meteórico en un puñado de años: pasó del mayoral de esclavos a asumir la gobernación vitalicia de la isla, ungido en una suerte de caudillo que, pese a sus ideales ilustrados, desarrollaría políticas autoritarias.
Ante el hundimiento de la economía de la isla decidió reactivar las exportaciones de las plantaciones. Para ello dictaminó que cualquier trabajador que huyese de su puesto sería tratado como un soldado desertor y condenado como tal. Muchos de los antiguos esclavos sintieron que la época de abusos había regresado y, en una pirueta asombrosa, Toussaint decidió comprar oprimidos de otras colonias para liberarlos al llegar a Saint-Domingue y forzarles a trabajar con un salario y bajo las nuevas condiciones instauradas.
La aprobación de la Constitución como un supuesto paso previo a la autonomía, la insubordinación de conquistar el territorio español de Santo Domingo, el aumento de la polarización racial en Francia... todas esas fueron razones que empujaron a Napoleón a volverse contra Toussaint y organizar una expedición de castigo. Los buques del emperador llegaron a las costas de la isla en enero de 1802 y estalló una brutal guerra de exterminio que también provocó bajas enormes en las filas galas: a mediados de 1804, de un total de 44.000 hombres, los franceses habían perdido alrededor del 85% por muerte, heridas o enfermedad, especialmente por un brote de fiebre amarilla que incluso acabó con el general Leclerc.
El corso, durante su exilio en Santa Elena, acabaría reconociendo que dicha expedición había sido uno de los mayores errores de su gobierno y que debería haber "llegado a un acuerdo con Toussaint y haberlo nombrado virrey". No obstante, culpó del deterioro de las relaciones con el régimen de ultramar al Consejo de Estado, a su esposa Josefina y a los "alaridos del grupo de presión colonial".
Si bien su biografía está plagada de contradicciones —un sincero patriotismo francés contra su deber de defender los intereses de Saint-Domingue, o su compromiso de unir a la gente frente a su apreciación de que la violencia era un mal necesario en momentos de cambio político—, como revelan sus más de 1.600 misivas conservadas —Toussaint tenía una "excepcional fe en la palabra escrita"—, destacó también en la guerra de guerrillas, ingeniando una estrategia que los insurgentes seguirían con éxito: la ocultación meticulosa de las armas, la política de tierra quemada, la destrucción sistemática del aparato económico de la colonia, el repliegue de sus fuerzas a terrenos de mayor elevación y el llamamiento al levantamiento en masa.
Fue un hombre enigmático y reservado, que no confiaba en nadie y ocultaba información importante sobre sí mismo y sus movimientos. Difundía desinformaciones y rumores y a menudo fechaba sus cartas desde escritos en los que no se encontraba. Incluso se ha perdido el único cuadro fidedigno que se hizo de él en vida. Como dijo uno de sus adversarios, fue un personaje que conseguía hacerse "invisible allí donde estaba y visible donde no estaba; parecía haber tomado del tigre su naturalidad de movimientos".