Remontando el valle del río Támega se abre un extenso valle resguardado por las imponentes murallas del castillo de Monterrey, en Ourense. A tan solo 25 kilómetros de la jurisdicción portuguesa protegió la frontera durante siglos. Varios de sus edificios albergan un parador nacional desde 1967, pero lejos del murmullo de los huéspedes, medio kilómetro al noroeste, se encuentran los resos de un olvidado fortín del siglo XVII que formó parte de las defensas de la fortaleza medieval.
En el propio recinto fortificado del palacio, desde los 22 metros de altura de su torre del Homenaje, la guarnición respiró aliviada cuando llegaron los refuerzos y el ejército luso, rebelado desde 1640 contra Felipe IV, abandonó la comarca en 1662. No era la primera vez que sus murallas sufrían el acoso vecino. Abastecidos por un gran aljibe, podían aguantar un buen tiempo aquel cerco. En caso de que todo estuviera perdido, aquella torre levantada en el siglo XIV solo era accesible mediante un puente levadizo.
Flanqueada por los escudos de los linajes nobles de Ulloa y Zúñiga, bajo sus cimientos se esconde el esqueleto de un castro prerromano perdido en la historia y del que apenas se conoce nada. Las primeras obras de importancia datan del siglo XIII, cuando Alfonso X "el Sabio" se tuvo que enfrentar a los monjes del monasterio de Celanova. Dueños de la comarca y celosos de la interferencia regia en el lugar, ya habían hecho fracasar un proyecto similar de Alfonso IX de León. Pero en aquellas tierras en las que brotaba el pasto para el ganado y sus minas escupían estaño, la monarquía tenía la última palabra y aquellos religiosos no pudieron impedirlo.
Un rey cruel
Un modesto poblado prosperó al calor de sus murallas, que sirvieron de refugio a monarcas proscritos. En 1366 el rey Pedro I, que pasó a la historia con el sobrenombre de "el Cruel", celebró varios consejos en sus salones en plena guerra civil castellana. Pronto comenzó a perder el control de Galicia, pero Monterrey se mantuvo fiel. Según explica César Olivera Serrano, medievalista del CSIC, en su estudio Los señores y el Estado de Monterrey (siglos XIII-XVI), un ejército portugués que apoyaba al bastardo Enrique II lo tomó por la fuerza de las armas entre 1369 y 1372.
Junto a la torre del homenaje y al Palacio de los Condes, una serie de altorrelieves de conchas conducen hacia la iglesia tardorrománica de Santa María de Gracia. En uno de sus canecillos externos, un hombre se quita una espina del pie mostrando sus partes íntimas, avisando así de los peligros de la lujuria, según informa la web del Ayuntamiento de Monterrey.
Aquel aviso premonitorio fue ignorado por "el Cruel". Una leyenda afirma que entre consejos y planes militares encontró tiempo para intentar cortejar a una dama en el castillo. Aquel romance adúltero, de existir, terminó de manera abrupta cuando el monarca fue apuñalado por su hermanastro en una oscura encerrona durante el asedio del castillo de Montiel.
Corte palaciega
Lejos del tronar de la guerra y de tristes combates, el lugar pasó por las manos de linajes nobles. El arzobispo Alfonso de Fonseca compró la fortaleza a los reyes por 10 millones de maravedíes y más tarde se la regaló a los Acevedo. Luego pasó incluso a manos de los duques de Alba. Entrado el siglo XIV, la torre de las Damas, antaño destinada a mejorar las defensas, se integró dentro del palacio.
Movidos por la piedad, los señores de Zúñiga levantaron un modesto hospital que atendía a los peregrinos enfermos que buscaban la expiación de sus pecados visitando las reliquias del apóstol en Santiago de Compostela.
Junto a olores de incienso y al amparo de nobles familias llegaron noticias extraordinarias de Europa. Un germano apellidado Gutenberg había conseguido imprimir un libro. En 1494 llegó uno de sus inventos al castillo y allí dio a luz el primer incunable conservado en toda Galicia, nombre que reciben los libros impresos hasta el año 1501. El Missale Auriense estampado sobre pergaminos se conserva actualmente en la catedral de Ourense.
La invasión francesa
A pesar de que la pequeña corte nobiliaria que habitó su palacio mil veces reformado estuvo muy interesada en el mundo intelectual, no pudo borrar su porte militar. Las cornetas de ejércitos en marcha y los cascos de la caballería volvieron a tronar en el valle.
Los últimos soldados que vigilaron sus murallas abandonaron el recinto en 1830 poniendo fin a su dilatado historial militar. El colegio jesuita que en 1580 había tenido más de 1.000 alumnos y dónde los monjes enseñaban gramática, teología fue abandonado cuando Carlos III expulsó a la orden en 1767.
La actividad en el castillo se volvió frenética entrado el siglo XIX al ser convertido en cuartel general provisional del ejército de 8.000 hombres dirigido por Pedro Caro y Sureda, III marqués de la Romana. En la desconocida Guerra de las Naranjas de 1801, un pequeño ejército luso de mil hombres remontó las aguas del río Támega en una maniobra para distraer a las tropas de Godoy que invadían el Alentejo. Después de varias escaramuzas, llegaron a Monterrey. Su recinto amurallado y sus tres baluartes erizados de cañones les convencieron de regresar sin disparar un sólo tiro.
Pero en los días de marzo de 1809 los acontecimientos iban a ser diferentes. Jean de Die Soult, mariscal francés, marchó rumbo Lisboa después de dominar Santiago de Compostela. En el valle del Támega, portugueses y españoles ahora convertidos en aliados fueron barridos por los coraceros y la veterana infantería de Napoleón. El marqués, dejando un reguero de más de mil muertos y heridos, puso rumbo a León buscando salvar a su ejército.
"La Romana se había retirado definitivamente y el grueso de la fuerza estaba posicionado en Outeiro Seco. Del lado francés, en Verín, se instaló el puesto de mando de Soult, el convento de Monterey funcionó como hospital de campaña, la caballería se organizó en Tamaguelos y parte de la infantería se instaló en Oímbra", explica Abílio Pires Lousada, teniente coronel del Ejército portugués, en su artículo La invasión de Soult y la reconquista de Chaves a los franceses. Un análisis operativo publicado en la Revista militar.
Con la llegada de la paz, Verín comenzó a atraer población y situarse como capital de la comarca. Cuatro años después de que los últimos militares abandonasen sus murallas se cerró el hospital y los últimos franciscanos se marcharon. Declarado Monumento histórico-artístico en 1931, fue necesario reconstruirlo en la década de 1960. Una gran parte de sus edificios, sobre todo la escuela, habían sido destruido en 1850: sus piedras fueron reutilizadas para levantar casas en Verín cuando sus días de gloria habían quedado atrás definitivamente.