En 1864, un excéntrico millonario llamado Enrich Schliemann cumplió el sueño de su vida. Obsesionado con la Ilíada de Homero desde que era niño se propuso encontrar la ciudad perdida de Troya, y lo hizo. Comenzó a excavar en la colina de Hisarlick, situada al este del estrecho de los Dardanelos, pero en lugar de un único asentamiento enterrado bajo siglos de historia halló nueve ciudades, una sobre otra. Entre sus ruinas afirmó descubrir el tesoro del rey Príamo, compuesto por decenas de joyas de oro, plata y armas de bronce. Al principio le acusaron de falsificación. Solo le dieron crédito los funcionarios del Imperio otomano que le quisieron procesarle por apropiación ilícita.
"Era un comerciante y se le consideraba un aficionado. Su principal fuente fue el estudio de los textos homéricos. Se basó en las descripciones de Troya que decían que estaba sobre una colina en tal región con determinados tipos de árboles. Hacía cosas tan peculiares como ir a colinas donde se suponía que había algo y tratar de rodearla corriendo, como en la persecución de Aquiles y Héctor, para ver si era posible", explica a este periodo Alberto Bernabé, catedrático de filología clásica en la Universidad Complutense de Madrid y coordinador del ciclo de conferencias sobre la guerra de Troya que arranca este martes en la Fundación Juan March.
A pesar de sus métodos dudosos, los arqueólogos tuvieron que reconocer que aquella era la ciudad arrasada por los aqueos. El polémico comerciante también se internó en las ruinas de Micenas, al sur de Grecia. Allí, además de las murallas ciclópeas de la Puerta de los Leones, encontró un gran túmulo funerario. En su interior, varios esqueletos observaban la eternidad con sus cuencas vacías rodeados de ofrendas y un riquísimo ajuar de armas, vajillas de lujo, alhajas y máscaras.
El alemán no tuvo ningún reparo en afirmar que una de aquellas máscaras de oro pertenecía a Agamenón. "Majestad, he hallado a sus antepasados", telegrafió a Jorge I de Grecia. Aquel romántico murió en 1890 después de sacudir los cimientos del mundo clásico y, más de cien años después del descubrimiento de su vida, el yacimiento de Hisarlick sigue dando que hablar.
Arqueología
Aquella guerra que conmocionó al mundo y que sigue siendo recordada tuvo lugar en algún momento entre los siglos XIII y XII a.C., durante los caóticos y oscuros años del Bronce Final. En las ruinas de la ciudad, los arqueólogos no consiguen ponerse de acuerdo sobre cuál de los estratos se enfrentó a la cólera de Agamenón, conocido en la Ilíada como "el rey de hombres" y "[el] que tiene ojos de perro y corazón de ciervo".
La rica ciudad de Troya VI, de cerca de 350.000 metros cuadrados, fue destruida por un terremoto sobre el año 1300 a.C. e inmediatamente fue reconstruida por sus habitantes. Los pobladores del siguiente estrato, Troya VII, fueron devorados por las llamas de un gran incendio poco más de un siglo después del seísmo, tal como muestra una gruesa capa de cenizas que cubre el yacimiento.
"Lo que sí que podemos estar seguros sin ninguna duda es que una guerra como la que describe Homero es absolutamente imposible, dejando a un lado además todo el tema de los héroes. Los ejércitos antiguos no podían estar diez años en un mismo sitio. Partían a principios de la recogida de la cosecha para aprovisionarse, mataban saqueaban y, si podían, conquistaban. Si no, volvían al año siguiente. Lo más probable es que la campaña de Troya fuese una guerra intermitente", desarrolla Bernabé.
Situada en una posición estratégica entre el Mediterráneo y el mar Negro, Troya controlaba el tránsito marítimo del estrecho de los Dardanelos y podía exigir una serie de impuestos a todas las embarcaciones que pasasen. Esta situación sin duda mosqueó a los micénicos. El origen de la guerra no fue el rapto de Helena, que nunca ocurrió. "La guerra habría tenido un origen económico, como todas las guerras", explica el filólogo.
¿Significa que Homero se inventó toda la historia? Aquel trovador itinerante del siglo VIII a.C. recopiló las leyendas y mitos basados en el conflicto real. Prueba de ello son las excelentes descripciones que hace de decenas de armas, espadas, embarcaciones, etc. La más llamativa es la descripción de un llamativo tipo de casco micénico compuesto por colmillos de jabalí. Homero no pudo conocer estos cascos porque hacía siglos que no se usaban cuando vivió, pero que sí han sido documentados por la arqueología.
La lengua de Troya
Cerca de Ankara, en Turquía, se encuentran las ruinas de la ciudad de Hattusa, capital del Imperio hitita. En la década de 1920, durante la excavación del lugar, una serie de lacónicas tablillas datadas en la Edad del Bronce aportaron su granito de arena para conocer más detalles sobre la antigua geopolítica de Anatolia.
En estos documentos fechados antes de la guerra de Troya se menciona que había un pueblo poderoso que tenía algunos asentamientos en Asia Menor. Se les conoce como ahhiyawa y se les identifica con los aqueos. También hablaban de una ciudad conocida como Wilusa, que recuerda al término Ilión usado por los griegos como uno de los nombres de Troya. Esta Wilusa, que mantuvo contacto con los ahhiyawa estuvo gobernada por un rey llamado Alekansu, nombre hitita para mencionar a Alejandro/Paris. Y hasta ahí se puede intuir en las tablillas hititas.
En 1995, Manfred Korfmann, arqueólogo y director de las excavaciones en Troya, encontró un enorme barrio que estuvo habitado después de la guerra homérica. Uno de sus hallazgos más destacados consistió en un pequeño sello de bronce con una minúscula inscripción en idioma luvita que añade nuevas preguntas sobre el idioma que se escuchaba en las ajetreadas calles de Wilusa/Ilión/Troya.
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"Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero en este caso es mentira. Un descubrimiento bárbaro sería encontrar documentos escritos en la ciudad. A pesar del sello no sabemos si eran luvitas, un pueblo anterior a los hititas y relacionado con estos. Seguimos sin saber qué idioma hablaron en la Troya que describe Homero", concluye Bernabé.
Los versos inspirados por las musas y narrados por el poeta ciego se insertaron en lo más profundo de la identidad de los antiguos griegos. Separar realidad y ficción se convierte en una tarea titánica que preocupa a los investigadores actuales. Hace más de 3.000 años, aquella guerra que resume todas las demás y que sacudió a los mortales y a los dioses del Olimpo ocurrió, para las personas del mundo clásico, tal como se narró en los 24 cantos de la Ilíada.