Entre las decenas de pueblos que habitaron en la región que los romanos conocían como Hispania, uno de los más enigmáticos y desconocidos eran los vascones, enclavados entre los Pirineos y el valle del Ebro. En la cima del monte Irulegi, en el valle navarro de Aranguren, se levantó en el Bronce Medio (entre los siglos XV y IX a.C.) un potente castro fortificado que dominaba aquel cruce de caminos. En algún momento del primer tercio del siglo I a.C., coincidiendo con las feroces guerras civiles de la República romana, el general y gobernador Quinto Sertorio buscó refugió en la Península Ibérica hasta ser derrotado por Pompeyo.
El conflicto que se extendió entre 91 y 88 a. C. sacudió Hispania y el valle del Ebro e Irulegi fueron destruidos por la cólera de las legiones. Con el yacimiento congelado en el tiempo, en 2018 el equipo de la Sociedad de Ciencias de Aranzadi lanzó varias campañas de excavación en el castro arrasado. En 2022, en una de las casas incendiadas, salió a la luz una misteriosa mano de bronce con inscripciones en una derivación del signario ibérico.
Siempre se consideró a los vascones como un pueblo prealfabetizado con escaso interés en el medio escrito hasta que se halló esta mano. Para acrecentar el misterio, la lengua inscrita en Irulegi en principio no tenía relación ni con el aquitano ni con el latín. "Su detallado análisis lingüístico sugiere que la escritura representa un subsistema gráfico del paleohispánico que comparte sus raíces con la lengua vasca moderna y constituye el primer ejemplo de epigrafía vascónica", explica el último estudio sobre la pieza publicado por la prestigiosa revista Antiquity y liderado por Mattin Aiestaran, arqueólogo de la mencionada asociación científica.
La escritura vascónica
En las ruinas de castro aparecieron toda una serie monedas, armas, cerámica, huesos de animales domesticados, desechos metalúrgicos y buriles para tallar metal. La mano de Irulegi no es la única pieza que relaciona a la población vascónica con el medio escrito. En el mismo edificio donde se localizó aparecieron restos de tiestos cerámicos con algunas inscripciones y un estilo de hueso para escribir en tablillas de cera.
La autenticidad de la pieza esta fuera de toda duda y encuentra algunos paralelos en yacimientos de la Edad del Hierro en el valle del Ebro y el mundo pirenaico. Algunos de ellos serían la mano de plomo del yacimiento de El Puy de Alcalá, en la provincia de Huesca, o las cinco manos del yacimiento de la Vispesa, en la misma región. "Estos ejemplos iconográficos pueden referirse a la costumbre, atribuida por fuentes griegas clásicas a los íberos, de cortar las cabezas y manos de los enemigos vencidos para colgarlas bien de la cintura o a la entrada de asentamientos, casas o templos", detalla el estudio.
El objeto habría sido colocado con los dedos apuntando al suelo a la entrada del edificio donde fue encontrado. Las incógnitas que rodean la pieza siguen siendo motivo de debate entre filólogos. Solo la primera de sus cuatro líneas de texto punteado fue descifrada como sorioneku, vocablo muy similar al euskera "zorioneko" (de buena fortuna) y podría servir para atraer la buena suerte como un amuleto.
La discordia viene dada debido al "borrador" de la inscripción hecho en la misma mano de bronce, un esgrafiado más pequeño que no coincide exactamente. Ahí se lee sorioneke, siendo el sufijo como el dativo otorgado a ciertas divinidades y reinterpretándose el objeto como una ofrenda a alguna deidad relacionada con la fortuna. Sea una o la otra, el resto del texto sigue sin ser descifrado y sus paralelos con el euskera contemporáneo, aclaran, son todavía provisionales.
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A pesar de ser un hallazgo de incalculable valor para desentrañar los misterios de las creencias culturales y el idioma de las poblaciones vascónicas prerromanas, el estudio concluye con cautela. "Las implicaciones del descubrimiento de la mano Irulegi para la comprensión epigráfica e histórica del territorio vascónico, así como las posibles conexiones lingüísticas entre las lenguas vascónica, ibérica y vasca moderna, requieren un análisis más profundo", matizan en las conclusiones los autores, entre los que también se encuentran Javier Velaza, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Barcelona, y Joaquín Gorrochategui, catedrático de Lingüística Indoeuropea en la UPV/EHU.