¿Por qué los fenicios adoraban a los gallos? La relación de las aves con el más allá en Iberia
Muchos pueblos llegaron a la Península Ibérica desde el otro lado del Mediterráneo. Además de productos, importaron sus creencias.
20 febrero, 2024 10:32En un tiempo en el que la arqueología y la historia se funden con la leyenda, los fenicios se lanzaron al mar desafiando furiosas tormentas y la cólera de las corrientes en busca de mercados, recursos y un lugar donde prosperar. En su camino crearon asentamientos y ciudades como Cartago antes de que la loba Luperca amamantase a Rómulo y Remo. En el siglo IX a.C. ya habían llegado al otro lado del extenso Mediterráneo, atravesado las columnas de Hércules, al que llamaban Melkart, y fundado varios asentamientos en el sur y el Levante de la Península Ibérica. Entre metales, cerámicas y joyas que compartían con los indígenas había una especie de aves desconocidas hasta el momento en la tierra que conocieron como Ispanya.
El gallo y la gallina son una especie versátil que pone huevos con regularidad y su carne se puede cocinar de diferentes maneras. Más de 3.000 años después, aún goza de popularidad en las mesas del mundo entero. Dejando a un lado su papel económico, en el mundo fenicio púnico estos animales aparecen dibujados en cáscaras de avestruz, en inscripciones, cerámicas y muy vinculados con el mundo funerario. Este lado religioso de la nueva especie pasó desapercibido para gran parte del mundo tartésico y peninsular, pero fue bastante aceptado en las culturas talayóticas de las islas Baleares.
El canto del gallo, que aparece mencionado en la Biblia, anuncia el alba para muchas viejas y olvidadas religiones del mundo mediterráneo y, al hacerlo, pregonaba la victoria de la vida sobre la muerte proclamando el inicio de un nuevo día. Este momento en el que canta, cuando el sol se levanta pero aún no tiene fuerza, liminal entre dos mundos, era el momento del día en el que los espíritus de los difuntos transitaban hacia allá donde moran los dioses. Los fenicios le añadían el detalle de que avisaban a las deidades invocando su ayuda para las ánimas.
El gallo
"La colonización fenicia en la Península Ibérica supuso el aporte de un repertorio iconográfico desconocido hasta entonces por las culturas locales. Entre dicho repertorio destacan las aves, algunas con una tradición previa que favoreció su continuidad", explican Pedro Miguel Naranjo y María del Rosario García Huerta, profesores del departamento de Historia en la Universidad de Castilla la Mancha, en un artículo sobre la simbología ritual de las aves en este periodo.
De la vieja ciudad costera de Baria, en Villaricos, Almería, fundada por navegantes orientales en el siglo VIII a.C., solo quedan en pie los restos de su inmensa necrópolis con más de 1.800 tumbas excavadas en cuevas. El resto del asentamiento fue devorado en el año 209 a.C. por las llamas de la segunda guerra púnica y las legiones de Escipión el Africano. En este inmenso cementerio aparecieron entre las ofrendas restos de huevos de gallina -que simbolizaba la regeneración- y huesos de la misma especie en hasta 38 sepulturas.
Después del año 534 a.C. la esquiva civilización tartésica se perdió en las brumas de la historia y llegó la cultura íbera. Estas nuevas sociedades recuperaron muchos de los símbolos y tradiciones fenicio-púnicas y tartésicas. Entre las ruinas de la extinta ciudad de Lucentum, Alicante, se encontró un recipiente cerámico donde, entre otros animales simbólicos, un gallo danza alegremente. Su explicación sigue en el aire y puede ser tanto una representación del difunto o una alusión a Tanit, diosa cartaginesa de la fertilidad. Sin embargo, los gallos y las gallinas no disfrutaron de mucha popularidad en las religiones indígenas.
Lechuzas y patos
En este maremágnum de sincretismo, símbolos, culturas y materiales extranjeros, los griegos también jugaron un importante papel. La lechuza, símbolo de Atenea, se relacionó con el mundo egipcio, etrusco y fenicio. Esta ave nocturna de grandes ojos surca los cielos de forma silenciosa. En la Península Ibérica y el resto del Mediterráneo se asocian al luto y forma parte de una metáfora entre el sueño y la muerte. En algunas representaciones tartésicas cuentan con líneas indescifrables interpretadas como el nombre de personas fallecidas.
En las orillas y vegas del caudaloso Guadalquivir, en el Bronce Final (entre los siglos X y VIII a.C.) los pueblos tartésicos realizaron algunos enterramientos en marismas, ríos o zonas acuáticas. En este ambiente de juncos, los flamencos, cisnes y los patos serían admirados por su carácter inofensivo y su capacidad para nadar, caminar y volar. "Es posible que el ánade se concibiera como el medio por el que las almas de los difuntos alcanzaban el más allá", detallan los expertos.
Así, en el Bronce Carriazo, dos patos escoltan a una diosa local desconocida y unen sus alas sobre la cabeza de la divinidad, asimilada a Astarté, diosa del amor, fertilidad, sexo, guerra y la caza. En la pieza labrada por nativos se intuye la gran relación del antiguo artesano con las dinámicas del Mediterráneo oriental esculpiendo a la diosa con algunos elementos relacionados con la egipcia diosa Hathor, creadora, madre y consorte de Ra.
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En general, "las aves representaban lo místico y lo divino, ya que el cielo fue concebido en muchas religiones como el espacio en el que situar a dioses y difuntos, aunque también se hizo referencia al ámbito acuático como un espacio simbólico relevante en la cultura tartésica y el que actuaron algunas aves como el flamenco, el cisne o el ánade", concluyen los historiadores en su estudio.
En oscuras y enigmáticas necrópolis peninsulares, los arqueólogos e investigadores continúan abriendo ventanas a un críptico mundo de símbolos y mensajes que nos resultan ajenos y extraños. Una de ellas, María Eugenia Aubet, destacó por sus trabajos de excavación en la ciudad fenicia de Cerro del Villar, en la desembocadura del Guadalhorce, y en la propia Tiro en el Líbano. Falleció el pasado fin de semana con 83 años después de una vida dedicada a desentrañar los secretos y misterios orientales de un mundo ya desaparecido.